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El jardín de Bomarzo

Pasa la vida

Observo todo y me doy cuenta, triste, que la economía de esta clase media que lo sostenía todo y que hoy está desaparecida no puede permitirse responderle a esta fiesta como esta fiesta se merece

Con el calor de mayo la gente de esta tierra nuestra tira de tradiciones y se echa al albero para, al son de sevillanas, reivindicar lo más sentido de su cultura, esas ferias tan iguales y tan distintas unas de otras pero que, en definitiva, nos hacen sentir pueblo. Y ellas vienen a ser el espejo de los ciudadanos, cuando hay alegría se nota a leguas en esas casetas repletas con tres filas ante el mostrador pidiendo comanda y vino, cuando no la gente acude en masa a media tarde, ya comida, a pasear, cuidando al máximo el uso de cartera, midiendo el recorrido de la media botella, de la invitación al conocido convertido en feria es casi íntimo, seleccionando, en definitiva, días y horas a pasar en el recinto porque la estancia en la ruidosa zona no es barata. Pero qué divertido es ese momento álgido donde copas y ambiente, y calor bajo lonas, te hacen sentir que eso es lo tuyo, que por unas horas esos problemas que a todos nos rodean han quedado aparcados porque en tu cuadro visual solo cabe ese jinete a caballo señorial y majestuoso, ese coche engalanado de otra época, esa pareja que sobre tablao perfila a la perfección los cuatro pases de la andaluza danza y, sobre todo, esas damas aguitarradas, coronadas en flor, majestuosas en estética y esencia que, para mí, son el alma de la fiesta. Qué único es estar de romance en feria. Y lo digo así como lo siento por aquello de que mi tierra estos días baila y yo, melancólico y libre, navego por la memoria de mis tiempos.
Ahora, me centro, paseo por el recinto.

La caseta del PP. Entras y en seguida te das cuentas que estás en el PP. Gente joven, guapa casi toda, -se echa en falta un vendedor de banderitas nacionales a la puerta, como antes-, reflejo todo de una camada de chicos interesados en no ser expulsados de la casa donde habita la élite social.  Eso no es malo. Por allí se han cruzado los afectados por el ERE municipal con sus abanicos a la caza de Pelayo y Saldaña, pareja de hecho en la cartelería reivindicativa -las fotos elegidas nos les hacen justicia. Tal vez por eso las eligieron. Qué malos-. Javier de la Torre, Antonio Sanz y su íntimo amigo -cualquiera dice otra cosa- Pepe Loaiza, deambularon por la zona, coincidiendo de nuevo tras verse en los palcos VIP del GP de Motociclismo donde Sanz y su, insisto, íntimo amigo Loaiza conversaron a ratos de, entre otras cosas, me pareció, lo bonita, sentida y sincera que es su relación. Y en esta feria casi que percibí, presente yo, un amago de miradas entre ambos para citarse a bailar juntos y, claro está, presto uno a captar la imagen porque, me reconocerán, Antonio y Pepe de la cintura, uno, y, otro, brazos al aire y mirándose con embrujo cara a cara es de portada a sábana, pero no. Creo que Saldaña y Pelayo, divago, se percataron también de ese momento mágico, pero discretos como son y como cada uno aguanta su baile, opino, terminaron por silbar mirando a otro sitio. En todo caso, lo siguiente en saltar con trompetas a escena va a ser Invercaria y todo lo relacionado a esas concesiones que se han dado desde Extenda, con lo que se corrobora la teoría de que una madriguera suele tener muchos salideros para darle libertad al conejo (já). Al tiempo.

Caseta del PSOE. Entras y enseguida te das cuenta que estás en el PSOE. No hay gente joven, más bien todo lo contrario y en la puerta se echa en falta al que hace la lista porque, asegura, tiene un amigo dentro. Ya no hay nadie en la puerta. Ni dentro. Antes la cola del séquito institucional le daba dos vueltas a los cacharritos, ahora no viene Griñán, ni Susana, ni Mario -al que proponen, nada menos, para secretario de Organización en Madrid-, ni ningún consejero. Nadie. La foto en feria del político desgasta a la imagen tanto como la crisis al bolsillo, todo lo contrario a lo de hace unos años. Me tomo una copa con un casetero y, suelto porque a ello invito y no me pregunten por qué, me cuenta: mira -dice-, hace algunos años,  yo llevaba una caseta, -obviemos el nombre-, y una tarde se cuela por allí un consejero que era habitual con todo el séquito de su partido, hasta el Rubalcaba venía. Lo menos cincuenta, relata. Y este consejero, que tú ya te imaginas, ¿eh?, va y me dice: “Que no les falte de ná, ¿eh?, de ná. Tira largo”, y estos empiezan a pedir langostinos, cigalas de tronco todas, jamón a espuertas y todo regado, nada menos, que con Moët & Chandon. Cuando al día siguiente fue, trajeado, a firmar la nota casi le da un espasmo al ver que los compañeros se habían metido entre pecho y espalda nada menos que 23.000 eurazos -no sé si exagera o si la cifra forma ya parte de una leyenda urbana más de la feria-. Toma. Firmó. La historia no desvela si se pagó aquella nota, quién lo hizo o, en fin, si se produjo algún otro tipo de arreglo. La imaginación es libre, no tanto la certeza de que invitar a destajo a la élite no tiene por qué servir de mucho después. La memoria digestiva es corta, debe ser, pero en todo caso ese era un PSOE prepotente y rancio, de izquierdas pero al que no faltaban cigalas, nada que ver con el séquito actual que mide hasta el vino que mezcla para el rebujito, pide las facturas hasta del hielo e incluso no falta quien lleve una grapadora en el bolso para que no se pierdan o, llegado el caso, para grapárselas con placer e inquina a Cristina en el pecho (já). Jóvenes y pobres, mejor así.

Casetas de CCOO y UGT. Hay bacalao a todas horas y, por mucho que preguntes, tampoco allí saben nada sobre el número de liberados que entre ambos suman. La música muy alta para que nadie hable ni de los EREs internos ni de la necesaria reforma sindical, intuyo. Mucho ruido dentro de los sindicatos.

Pasan los años. Observo todo y me doy cuenta, triste, que la economía de esta clase media que lo sostenía todo y que hoy está desaparecida no puede permitirse responderle a esta fiesta como esta fiesta se merece, con lo cual temo que en cierto sentido camine hacia el mundo de lo estético como reclamo turístico. Tal vez no tanto. Mi abuelo, me contaban, entraba en la feria de Jerez y a los tres días, Ana María, su sufrida mujer,  tenía que mandar a alguien para sacarle de allí -genio y figura, y muy golfo-; mi padre no llegaba a tanto pero casi y le recuerdo muchas veces repetir aquello de que “cuando muera, mis cenizas esparcirlas por la feria”; yo, todos los años, brindo a solas por ellos dos mientras pienso y me doy cuenta de cómo pasan los años, se nos va la juventud calladamente mientras pasan los años, sí: pasa la vida con su triste carga de desengaño. Pasan los años igual que pasa la corriente del río cuando busca el mar y yo, decidido, camino indiferente allí donde me quiera llevar.

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