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El jardín de Bomarzo

La muerte del mensajero

Matar al mensajero siempre fue una frase tópica, tal vez solo cuando los mensajeros mueran nos demos cuenta de lo importante que era, que es, fiscalizar la frivolidad diaria y lanzar o recibir la noticia del día

Las cosas, como estos días es habitual oír, ya no tienen un precio establecido sino que valen lo que alguien esté dispuesto a pagar por ellas, que normalmente viene a ser un asco por no decir otra cosa de peor olor, lo que ha convertido la vida y el mundo hasta ahora conocido en un especie de bazar de todo a cien. Este país nuestro no sale del mismo discurso desde hace años y, la verdad, agota, mucho más cuando las contradicciones están a la orden del día: los sindicatos claman contra la reforma laboral y, al tiempo, la aplican para despedir gente y aligerar su plantilla y ello durante un primero de mayo que a pesar de coincidir con el peor momento de desempleo de la historia no logran masivo respaldo popular, aunque, eso sí, sacan la pancarta para darle color a la festividad y, de paso, reivindicarse, mientras que Aguirre (PP) le reclama a Rajoy (PP) que, visto el desastre de su política para reactivar la economía a través solo de recortes, tire de guión y aplique lo prometido en campaña acometiendo “un reforma radical y sin precedentes en la administración pública” para generar ingresos reduciendo gastos y se deje ya de subir impuestos. Contradicciones.

Pero, de todas, la que más me sorprende estos días es la certeza según sondeos de que todo lo que por inercia de gobierno pierde el PP no lo recupera el PSOE, que electoralmente ha sido hasta ahora lo tradicional, lo cual redunda en beneficio, ya lo he dicho otras veces, de IU, que en Madrid, según encuestas, está a poco más de un punto del PSOE en intención de voto, y esto se está convirtiendo en tendencia nacional, regional y local. Y con UPyD pasa lo mismo, dobla sus expectativas y se nutre de un voto tradicional de este PSOE que continúa a la deriva buscándose a sí mismo y, no descarten, un día de estos se encuentra y remonta con rapidez porque otra cosa no pero capacidad de regenerar órganos perdidos como la salamandra siempre tuvo, aunque no es menos cierto que jamás se vio en un escenario como el actual. Ni él ni ninguno, de eso saben muy bien la gente de IU que a medida que pasan los meses se empiezan a creer eso de convertirse en la referencia del voto de izquierda. Y, conste, han descubierto el gusto por salir en la foto, espacio reservado a ese poder que nunca tuvieron y que hoy les coloca en la misma mesa donde se sienta otro poder factico acuciado por la crisis y que en esto solo se deja ganar por el ladrillo.

La prensa. Se desangra por sufrir la convergencia de dos erupciones al mismo tiempo: crisis publicitaria y derrumbe del modelo de negocio. Los medios de comunicación hablan de todo, pero nunca suelen hacerlo de sí mismos y solo de manera sutil apuntan algo del de enfrente porque, se dice en el sector, perro no come carne de perro. Algún comentario fugaz cuando un grupo presenta un ERE –o uno presentado les es rechazado y deben readmitir a su personal-, un periódico cierra, una televisión entra en concurso de acreedores y poco más, tal vez porque mostrar debilidad en el sector resta en esa pugna por sumar influencias de cara a obtener audiencias. Las malditas.

El corporativismo en el mundo de la comunicación prácticamente no existe, reflejo esto del perfil interno de la conocida canalla que, justo es decirlo, se regodea del desastre ajeno por ocupar hueco, por quedarse con las cifras máximas en una lucha histórica por sumar influencias y, de ellas, hacer caja. Pero es tan bonito el periodismo. Da tanto placer contar cosas en exclusiva y que haya gente que te escuche, te vea, te lea, te, en definitiva, siga, y se valora tan poco, y es tan necesario, y lo es más ahora cuando todo se cae y, coincidiendo y contradictoriamente, vive su peor momento. ¿Qué sería de esta vida nuestra si todos los medios de comunicación cortaran ese cable invisible que une a la información con el ciudadano? ¿Pánico? Para algunos, alivio. Pero, piénsenlo un segundo, qué sería de todo si a las tres no hubiese telediario –y no me refiero a medios públicos, sino del contraste que sobre ellos representan los medios privados: es como la selva y el zoo, riesgo y libertad o comida y bostezo-, o al montar en coche no le acompañase una tertulia radiofónica, o al tomar un café en un bar no hubiesen periódicos sobre la barra o, simplemente, no existiesen esas cadenas locales que, con enormes esfuerzos, logran llevar a sus casas lo más destacable del día en su ciudad, comunidad, país. Y este sector que tanto ha hecho y hace se muere día a día ante la indiferencia general de casi todo el mundo. Con la irrupción de internet, que bajo el cartel de gratis lo devora todo, al periodismo solo le queda agarrarse a las buenas historias para intentar sobrevivir, más cuando las redes sociales y cualquiera con una cámara o un teclado se convierte, o lo cree, en un periodista en potencia, lo cual equívocamente deriva en dar por bueno todo lo que se dice en internet como, comparen, cuando se decía aquello de “lo ha dicho la tele” elevando el asunto a palabra divina. Y no.

La mujer de rojo. Por ejemplo, una historia corta, que hoy estoy distinto, más en el punto de teclear sin medir hacia dónde voy y eso, dicho sea, me pone. Llegas a un sitio de una grande institución donde, te cuentan, un diputado de Hacienda electo acaba de recibir a una representante de un banco con la que, al parecer, debate que su entidad se haga cargo del tránsito monetario de la recaudación que ellos manejan sobre un montón de ayuntamientos de la provincia y, claro está, el tema interesa. A ella. La ves. Va de traje rojo intenso ceñido. A juego con sus carnosos labios –sabe de sus armas y las usa-. Son 700 millones de euros anuales que los anteriores dueños de ese despacho habían amablemente concedido a otra entidad con sede en Barcelona que, agradecidos como son allí son con asuntos de fluidez en caja, cedían al parecer palcos en el Camp Nou para ver partidazos, cenas chulas posteriores y demás contubernios e, incluso, eran agasajados con bonita relojería de joyería fina y cercana que, dicho sea de paso, hoy tirita ante la idea de la desaparición del billete de 500. En fin. La institución, en todo caso, hace sus ingresos los días 20 de cada mes y el banco, a su vez, paga los días 30, lo que significa que durante diez días la entidad maneja un montón de millones de euros, ingresos seguros porque se paga sí o sí. El tema, insisto, interesa, por eso ella sugestiona el decorado, imagino, embutiéndose en un rojo imposible y aplastante sobre la guitarra que su cuerpo insinúa. 700 millones. El rojo no basta, pero ayuda: los tíos son, piensa, sujetos esencialmente básicos.

Un disparate es creer que solo por el tono insinuante de su escotado traje, los modos de asentarse sobre la silla y el aroma a perfume caro logre la cuenta que persigue, no lo es tan tanto intuir el grado de frivolidad con que determinados asuntos económicos mayores han podido ser gestionados y que, bajo el amparo de la legalidad porque no se puede hablar de otra cosa, nunca saldrán a la luz. Y eso me lleva a otro tipo de corrupción, aquella que da, si me apuran, más vértigo, porque es legal, o casi, pero absolutamente frívola y que está en el día a día en este escenario de hoy lleno de contradicciones y que solo se ve frenada ante la rapidez diaria de esos medios de comunicación que, lentamente, languidecen.

Mensajeros. Por ello, hoy, permítanme y de antemano perdón pido por lo que me afecta, lanzar un mensaje de gratitud a todos y cada uno de los empresarios, grandes y pequeños, que, a pesar del desvelo que ello provoca, no han cejado en la idea de mantener medios de comunicación vivos en la calle; de ánimo a todos aquellos periodistas, miles, que, incluso haciendo bien su trabajo, han perdido su sitio porque la caída de la publicidad ha roto el modelo; y de reconsideración para instituciones y ciudadanos sobre la labor inmensa que hacen esos medios de comunicación e, insisto, grandes y pequeños, a los que, dicho sea, nadie defiende, todos critican. Todos necesitamos.

Porque sería contradictorio, aunque visto el panorama nada sorprendente, que justo en el momento de la globalización, de la tecnología punta, de los smartphone que todo lo trasladan al minuto, del gran hermano en directo en que se ha convertido la vida, no quedara un hueco rentable para el periodismo. Acuérdense, en los golpes de Estado de antes, o los de ahora en países remotos, lo segundo en confiscar a tiro de metralleta son los medios de comunicación para, acto seguido, poner la carta de ajuste. ¿Recuerdan? ¿Recuerdan el 23-F pegados a la radio? Hoy no hay cartas de ajuste porque somos más finos, pero entre la crisis y las intenciones el sector lleva años confiscado y solo. Matar al mensajero siempre fue una frase tópica, tal vez solo cuando los mensajeros mueran nos demos cuenta de lo importante que era, que es, fiscalizar la frivolidad diaria y lanzar o recibir la noticia del día. Y por todos los que hacen de la información oficio irá el primer brindis en dorado catavino sobre el albero de, con perdón, la más hermosa de todas las ferias, la mía.

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