Érase que se era una dulce doncella nacida en un pueblo de la sierra de Cádiz, Alcalá de los Gazules, donde protegida por el reinado de un clan dominante nació y creció bajo la colectiva protección de quienes habían ideado para ella un dulce reinado. Desde muy joven su séquito de caballeros, todos ellos unidos bajo el mismo rosado escudo de armas, le inculcaron el valor de la igualdad por encima de todas las cosas, y Bibiana, así se llamaba, bebió tanto de esa fuente de inmensa e inagotable sabiduría que en cuanto tuvo oportunidad ideó un plan.
Seremos iguales, tanto que al final nos confundiremos. Pensó, claro, que para atajar el problema había que dirigirse directamente a la raíz y señaló entonces a ese malévolo de Walt Disney y su insultante obra cinematográfica que tanto daño había hecho para provocar desigualdad entre ellos y ellas: Blancanieves y sus siete perversos y maleducados enanos, que a la pobre la tenían todo el día poniendo el hilo musical en la cabaña con su débil voz, barriendo y cocinando mientras ellos se iban de parranda a la mina o a saber dónde, o esa Cenicienta que, joder, siempre tenía que volverse a las doce mientras el príncipe se quedaba en la fiesta poniéndose ciego de cubatas, y qué decir de Alicia, que seguro había consumido para viajar a ese extraño país, o La Sirenita, Pocahontas o la última, Tiana, obligada a besar a un asqueroso sapo para, alucinen, casarse. ¿Y el príncipe? ¿Por qué azul?
¿Y ellas siempre de rosa, no había más colores? Todo puro sexismo.
Pero eso se había acabado, con la manga ancha que el rey del reinado había depositado en su mano firme e igualitaria acabaría con todo aquello, justicia a la historia y muerte a las tradiciones y, de paso, a ese energúmeno llamado Disney, que seguro estaba congelado –habría que investigar ese punto- para regresar y seguir fastidiando a la humanidad con su pérfida y machista mente.
Este cuento tendría un final feliz si se tratase de un sueño y en este punto llegase el despertar. Pero no es así. La Ministra de Igualdad considera sexistas algunos cuentos con los que todos hemos acunado nuestra niñez y, lo peor, es que, siéndolo, tal vez no haya caído en la cuenta de que a las mujeres les gusta, sobre todo, serlo en toda la extensión de su condición, y eso está requetebién. Qué mujer no ha soñado con un príncipe bello y valeroso que luche por conseguirla, o con un maravilloso traje rosa que la corone reina de la más estupenda de las fiestas, como cantaba Abba en su famosa Dacing queen. Joaquín Sabina, en cambio, le puso música a otra letrilla que decía aquello de “…Blancanieves en trippie, amor descafeinado, cenicienta violando al príncipe encantado…”, que suena gracioso después de la tercera copa pero queda feo si se lo canturreo al inocente oído de mi niña de cinco años cuando la acuno por la noche. ¿O no madre?
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