Nunca voy a dejar de asombrarme de la confianza que se tiene en los millonarios aún después de que se haya demostrado que son unos ladrones. Es el caso de Joao Rendeiro, el creador del banco de los ricos, el Banco Privado Portugués, BPP, que ha sido acusado de fraude fiscal, abuso de confianza y blanqueo de capitales. El Gobierno portugués le confiscó ciento veinticuatro cuadros y paradójicamente se los dejó en custodia en su vivienda. No me refiero a los que te regaló tu suegro después de apuntarse a aquel curso de bricolaje, no, sino a carísimas obras de arte. Qué iba a hacer el hombre, en cuanto le hizo falta un poco de calderilla subasto algunos en Chritie’s. Ni siquiera se molestó en venderlos bajo cuerda, él sin ocultarse, en la gran casa de subastas.
Decía el padre de Carmen Martín Gaite: «Olvidemos la ambición que destruye al hombre, pero la ambición por saber no la perdamos nunca». Esto último es lo que hacen en el archipiélago de Okinawa, Japón, donde son muy longevos, no dejan de aprender y de apuntarse a actividades nuevas mientras viven. Pero me temo que la mayoría de los que conocemos aquí, que quieren vivir para siempre, son del primer tipo, de la ambición que destruye al hombre, del bando de Joao Rendeiro. El señor que, después de salir muchas veces con la tarjeta de suerte de la cárcel, léase con abogados muy caros, le dieron la oportunidad de marcharse tranquilamente a Londres. Después, desde allí, viendo que las cosas se le ponían verdaderamente negras, a paradero desconocido. Ahora que han dado pistas, dice su señora que lo busquen por Sudáfrica, pero no sé por qué, creo que allí, precisamente allí, es donde no hay que mirar, llámenme malpensada.
Cuando leemos la frase del padre de la genial escritora no pensamos en personas con fortuna, tenemos ese prejuicio. Con lo aficionado al arte que era Joao Rendeiro y a dar fiestas con famosos cantantes para las élites. Esas que invertían en su banco pero que aún fruncían la nariz cuando se trataba de él, porque era hijo de un zapatero. De hecho, tuvo que sudar lujo para que las grandes familias le abriesen las puertas. Tenía esa obsesión de llegar a ser como ellos. Lo dijo expresamente su socio Francisco Pinto: «tenía la manía de las grandezas». O lo que es lo mismo, la cultura en cifras era su finalidad.