Ese run-run que corroe las entrañas entra sin permiso y se va con trabajo. Es como ese televisor en el fondo de nuestras vidas, manchándolo todo. Algunos lo llaman ansiedad y otros no lo nombran para exorcizarlo. No se sabe quién lo trajo a nuestras vidas, qué abrió el resquicio, qué la grieta. Una quiere rememorar cómo fue aquello, qué rompió la paz. Nunca existió el silencio, salvo en la primera infancia, antes de que nos fueran propias las palabras. Pero esto de lo que hablamos es distinto, es un come-come que no se sacia.
Hay quien sabe ponerle fecha en su vida y dos palabras: pandemia, confinamiento. El momento en que el Covid acechó nuestras vidas, la angustia de la posibilidad del contagio, las noticias de las residencias de ancianos, los casos de muerte cercanos.
Luego llegó la vacunación que seguimos en porcentajes, viéndonos acercarnos a la meta de la tranquilidad. España es uno de los países con más personas vacunadas. Otros países han planteado problemas a la inmunización, quieren saber más sobre los efectos secundarios a largo plazo. El corto plazo de la muerte no lo tienen contemplado. Estos ciudadanos europeos hacen manifestaciones expresando su derecho a no ser vacunados. Una nueva ola barre Centroeuropa.
Nosotros aquí, nos sentíamos a salvo y nos vemos nuevamente sorprendidos. Nuevas cepas no contempladas en las vacunas que nos hemos puesto aparecen en distintos lugares del globo. La última amenaza viene de Sudáfrica, los países se han lanzado a cerrarle las fronteras, a hacerle la cuarentena. Aún así dice hoy la prensa que hace once días que llegó a Europa y que hay un contagiado en España.
No se sabe si es por los no vacunados o por las nuevas cepas pero aumentan los casos en España. Este virus no deja de atormentarnos. Nos vemos de nuevo ante la sombra del aislamiento. Las actividades sociales retomadas empiezan a mirarse con recelo por parte de los más precavidos. Los que no ya se sabe, son desalojados de fiestas multitudinarias.
Hay personas que aún no se habían recuperado del miedo al contagio. No hablamos de ninguna tontería, el temor produce una angustia social importante. Todos conocemos casos de gente que no ha vuelto a salir de sus viviendas desde el primer confinamiento. El daño psicológico que el virus les ha producido es evidente. Nadie puede medir la ansiedad ajena, pero para tomar estas medidas, debe ser fuerte.
Me temo, viendo las perspectivas, que tendremos que seguir conviviendo con el virus. Nuestra salud física sigue en juego, deberemos preservarla, pero con el mismo esmero deberemos cuidar la mental.