Los dos pasos mantuvieron su especial vínculo con los feligreses, cofradías que mueven especialmente a la pasión y al sentimiento de sus hermanos, que a través de la poesía del movimiento, el fuego de la música y el aroma de su tradición, empatizan con el sufrimiento de su Cristo.
Pasión de lágrimas, de suspiros y de saetas, que sigue a sus imágenes año tras año, renovando una fe que nace en lo más profundo de la forma de ser y sentir del pueblo algecireño. Especialmente emotivas fueron las carreras oficiales de ambos pasos, meciéndose con singular maestría de capataces y costaleros. La pasión, que alcanzó su eclosión en las recogidas, con el emocionante clamor del himno de España, desembocó en un moribundo y decadente sentimiento de pena, que acabó embriagando a todos los presentes en la plaza Alta, y que una hora antes habían vivido la exaltación de su Cristo en la cruz.
Era la hora del silencio, el recogimiento y el único sonido fúnebre del tambor y los vientos. La procesión de El Silencio ponía así el broche a una noche elevada, que acababa sumergiéndose en el dolor más profundo ante el cadáver del hijo de Dios.