Jesús Castilla despide la semana que viene una etapa de su vida cuando ya trabaja en otra. Es una despedida oficiosa porque un disco es para siempre -y más si es el primero- y forma parte de su bagaje como artista. Pero sí es la última presentación oficial de La voz de mi alma, ese trabajo que el cantaor de La Isla grabó en 2015 donde canta con jundura cuando lo requiere y creatividad cuando se exige.
Quizá la mejor definición de ese disco fue la que pudieron ver y oir los que asistieron a su presentación oficial en el patio de la Escuela de San José, cuando comenzó cantando por martinetes con El Bule ante él.
El día 1 de abril en la sala Central Lechera de Cádiz termina ese ciclo que Jesús Castilla comenzó como un cantaor ya hecho, maduro, sabiendo lo que quería y lo que quiere, pero que obliga -el disco y aunque parezca baladí- a demostrar muchas más cosas sobre un escenario. Entre esas cosas, que lo que canta en el disco lo canta también en directo, que no todos lo consiguen. O son capaces.
Ha sido una etapa de más trabajo, tanto delante como detrás, de más exigencia por su parte y por la del público y que además lo ha llevado a hacer las américas y a comprobar -él ya lo sabía, no es la primera vez que se las ve con otra clase de público- cómo fuera las cosas que desde cerca no se valoran, allí toman una importancia que resulta a todas luces envidiosa.
Ya está "rebuscando", reuniendo el material que conformará el nuevo trabajo y que seguirá la misma tónica que el primero. Jondo cuando se requiere; bonito cuando se tercia. ¿Comercial? Nadie sabe qué es comercial hasta que ya se ha vendido. Pero desde el principio se sabe lo que es bueno y lo que no. Jondo o bonito.