El fútbol femenino ha tenido que aprender a convivir bajo la alargada sombra de su homólogo masculino. Mientras ellos levantaban trofeos suntuosos bajo la presencia de millones de aficionados en estadios equipados con las últimas tecnologías, ellas se conformaban con perseguir un balón sobre pistas de cemento, donde cualquier caída dolía mucho menos que el hecho de pensar en una brecha social que se ensanchaba cada vez más con el paso de los años. Porque lo que realmente perseguían, era el sueño por abrirse camino en un mundo imaginado bajo las directrices de la inclusión y la diversidad, pero llevado a la práctica como un deporte construido a imagen y semejanza del hombre. El sorprendente Rayo Vallecano de Andoni Iraola es, posiblemente, la gran revelación del fútbol español. La novena posición que ocupa actualmente en liga, y la clasificación lograda para las semifinales de la Copa del Rey, firman una temporada sensacional. Pero en el estadio situado en la calle nombrada en memoria del Payaso Fofó, no todo es alegría y diversión. Porque mientras los de Iraola viven un sueño que ni el más optimista de los franjirrojos podía llegar a imaginar, el equipo femenino vive una auténtica pesadilla de la que quisiera despertar cuanto antes. El ‘caso Santiso’ continúa levantando una polvareda de malestar e indignación en la entidad vallecana. Cada vez son más las voces que reclaman con fuerza el despido del entrenador, por la emisión de mensajes tildados de una fuerte carga machista cuatro años atrás. No es para menos. Yo mismo me cuestiono cómo es posible que Carlos Santiso aún continue en el cargo, cuando incluso las propias futbolistas se han posicionado en su contra. Aunque la verdadera pregunta que todos debemos hacernos es si una situación así tendría cabida en el fútbol masculino. La respuesta no admite discrepancias. Ellas no piden sueldos más elevados o una mayor cobertura mediática, ni siquiera exigen una mejora de las precarias condiciones de iluminación en los estadios donde disputan sus partidos cada fin de semana. Lo único que piden es poder desarrollar su profesión en un entorno cómodo, bajo la tutela de alguien que las apoye, pero, sobre todo, que las respete como mujeres y personas. Creo que no piden mucho. Aunque, lamentablemente, el fútbol femenino seguirá eclipsado mientras se prioricen los galardones sobre la consecución de un cumplimiento social que nos atañe a todos. Lo que no saben, es que no existe trofeo más valioso que la igualdad. Porque mientras los títulos no son más que la ilusión fugaz de una temporada mágica, la equidad entre personas no es tan sólo un objetivo. Es un rayo de luz que invita a la esperanza. Un paso adelante hacia una sociedad mejor.
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Lo único que piden es poder desarrollar su profesión en un entorno cómodo, bajo la tutela de alguien que las apoye, sobre todo, que las respete como mujer
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