El Ministerio de Igualdad ha propuesto tipificar como delitos de acoso a la mujer las miradas, las bromas y las insinuaciones (es cierto), instalando así un decorado valleinclanesco en el cual al parecer los hombres tendremos que ir con cara de póker y la cabeza baja.
Con la excusa de defender a las mujeres de ser acosadas por algunos hombres se impulsan medidas legales que pretenden imponer unas costumbres que solo servirán para dificultar las relaciones entre hombres y mujeres.
No imagino ninguna historia de amor o de sexo que no incluya alguna mirada, broma o insinuación, pero según esta caterva de reprimidos oportunistas por lo visto lo normal es que los hombres hayamos maltratado a alguna mujer mirándola lascivamente, haciéndole bromas machistas o alguna insinuación asquerosa.
Dejando aparte algunas religiones (no las mayoritarias en nuestro entorno), este tipo de normas no parecen propias del siglo XXI y menos el querer imponerlas por vía legal. Esta oleada de puritanismo, represión y estupidez desencadenada por ciertos sectores políticos viene avalada por el pensamiento único de la dictadura progre (que no progresistas) y por las discriminatorias leyes de género.
Generalizan aspectos de comportamientos cotidianos y los tipifican como delitos de acoso sexual, sin tener en cuenta que las leyes ya amparan a las mujeres para denunciar cualquier situación o caso concreto de acoso por un hombre (o mujer).
Cuando en el Imperio Romano impuso la religión cristiana puso fin a la libertad de costumbres durante más de un milenio (la Edad Media).
El puritanismo de aquellos primeros cristianos se parece al que promueven ciertos grupos políticos actuales autodenominados de izquierda progresista, pero que en realidad están guiados por un pensamiento totalitario tan peligroso como el de los fascismos y comunismos nacidos hace un siglo.
Es natural que las costumbres vayan cambiando, pero cuando se ejercen con buen gusto, educación y respeto a la libertad del prójimo siempre formarán parte inseparable de nuestra intimidad y de nuestra vida cotidiana. Coartarlas con argumentos arbitrarios e ilógicos es un acto inequívoco de totalitarismo que solo podrá incitar al odio. Perder la libertad de costumbres es renunciar a la alegría de vivir, a sentir y a aprender, puede llegar a ser igual o más importante y significativa que la propia libertad de expresión y opinión.
A una mujer se le puede mirar con respeto, admiración o incluso esperando su respuesta. ¿Cómo será catalogada por la ley para ver en ella un delito? Ya dije que cuando se abandona la lógica y la razón la incitación al odio se justifica con disquisiciones legales o se ampara en falsas proclamas democráticas. No nos dejemos embaucar. Fuerza y salud.