"El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor". Umberto Eco.
Hubo un tiempo no muy lejano en el que se podía vivir sin estar localizado, sin estar permanentemente informado, o desinformado, de todo, donde darle a las cosas su tiempo tenía un valor extra y no por sistema lo inmediato era mejor, donde la palabra o la verdad se anteponían a lo contrario y donde, en definitiva, no todo resultaba tan inconsistente. Todo avance se cobra un precio. Lo pagamos engullendo el mundo de lo superfluo, ese abstracto y mentiroso que anida en las redes sociales y que nos hace consumir a diario miles de fotos o vídeos la mayoría de las veces creados sin fundamento y en la sola idea de hacerte consumir tiempo, sumando vistas para generar tráfico y, de él, ingresos. No le damos valor a que sean, muchas veces, creaciones falsas porque a esta sociedad consumista se la da a diario un flujo inmenso de espectáculo diverso, a lo que se suma ahora de manera exponencial la inteligencia artificial tanto en la creación de contenido manipulado y creado por ordenador como en el manejo de datos para guiar tu interés, controlar tus pasos, hacerte servil a este sistema de permanente consumo. Todo avance se cobra un precio.
Todo empezó con el smartphone y esas cómodas ventajas que nos ha hecho vivir dependiente de él. Trasportamos encima una enciclopedia universal de acceso fácil y respuesta rápida, un mapamundi y callejero con guía electrónico, usamos Whatsaap a todas horas y un gran público Twitter, Instagram, Tick Tock o Facebook, y ha elevado el móvil a la categoría de herramienta vital que nos hace no apartarnos de él ni un minuto del día; también tenemos dentro de él nuestra vida de los últimos años y toda la información y datos que nos facilita de forma inmediata cualquier cosa que necesitemos, los contactos, la agenda diaria, nuestras conversaciones, documentos, fotos y videos y cada vez más gente lo usa como medio de pago, dejando huella de cada paso que da. Ya no sabemos vivir sin su uso. Y no hemos sido conscientes, ni aún lo somos, de que estas ventajas están permitiendo que nuestra información y nuestros datos se alojen en no se sabe cuántas nubes de a saber qué propietarios y ni imaginar podemos qué pueden hacer con ello. Sin darnos cuenta estamos regalando a desconocidos no sólo nuestros datos personales, también nuestros hábitos, gustos, compras, necesidades, problemas, vicios, virtudes, ubicaciones, grupos sociales, rutinas de todo tipo hasta de índole sexual, todo. Con estos datos, cuentan con un perfil de cada uno y un histórico de vida más completo del que nuestra memoria es capaz de archivar.
Datos, esta es la clave del mundo actual y del que se avecina. En un mundo donde se comercia con todo, hay que preguntarse qué beneficio económico reporta WhatsApp a su propietario porque, puestos a pensar, extraña que naciera como plataforma gratuita y que con los 2.000 millones de usuarios adictos a ella siga siéndolo. Tampoco tiene anuncios publicitarios que le reporten ingresos. Entonces, ¿qué hay detrás? Mark Zuckerberg pagó por ella 20.000 millones de dólares y, que se sepa, no dirige una ONG, es el creador de Facebook y presidente de Meta, la empresa propietaria de WhatsApp, de Instagram y de un gran grupo de empresas tecnológicas. En 2018, con 34 años, se estimaba su fortuna en más de 73.000 millones de dólares y ya era la quinta persona más rica del mundo; actualmente su capital anda por casi 77.000 millones de dólares y crece. Una vez situados, y volviendo a la incógnita de qué beneficios económicos le reporta WhatsApp a este avispado individuo, no ofrece dudas que su principal valor son los datos sobre sus usuarios, lo que ha hecho que desde 2016 la aplicación empezase a recabar información sobre las personas que la utilizan. Números de teléfono, tiempos y horarios de uso, geolocalización... Y tampoco es casualidad que haya comprado por 5.700 millones de dólares la empresa Jio Plattforms, que trabaja con soluciones digitales y por 1.000 millones la empresa Kustomer, dedicada al comercio electrónico. A todos nos sucede con asiduidad que se nos llene la pantalla de publicidad de artículos que necesitamos o que en algún momento hemos comentado nos vendría bien tener, ¿casualidad?, obviamente no, son nuestros datos.
Realidad virtual es el otro mundo paralelo al real en el que nos estamos adentrando. Las redes están permitiendo a sus usuarios convertirse en la persona que les gustaría ser y la tozuda realidad se lo impide. Por un lado en ese mundo, bajo el anonimato, podemos crearnos un perfil con datos irreales, estudios que no tenemos, juventud que acabó hace años, estado civil al gusto, ciudad de residencia distinta... u opinar libremente sin miedo a nada, incluso criticar a quienes en persona, de frente, no haríamos y, aún más, decir falsedades, atacar con calumnias o injurias. Pero, además, las redes y sus aplicaciones nos permiten aparecer sin arrugas, más delgados, con ojos y labios al gusto, en definitiva tener ese físico inalcanzable en la vida real. También nos ofrecen relaciones sociales con personas con las que nunca hemos tomado ni un café. Lo que puede parecer que no tiene relevancia nos está llevando -sobre todo a la juventud- a la adicción de vivir más horas en ese mundo virtual que en el real, pero, de paso, sin quererlo, en la nube se sigue acumulando la información de lo que nos gustaría ser y no somos. No hay nada casual.
La inteligencia artificial -IA- es el siguiente paso en el que ya estamos inmersos sin saberlo, es el futuro y la robótica fue la antesala. Llevamos años usando juegos en internet cuyo contrincante es un robot, actualmente llamado bot. Cada vez hay más webs de empresas que tienen un servicio de ayuda o de atención mediante un chat en el que quien nos responde es un bot. Siri o Alexa existen desde hace unos años como asistente inteligente que nos da la información que le pedimos de forma automática. Todos estos son ejemplos de medios de inteligencia artificial que responden usando toda la información registrada y los comandos y algoritmos establecidos. Algo simple y en principio sin riesgo alguno. Pero la IA avanza a la velocidad que evoluciona el desarrollo tecnológico y nadie puede dudar que es el futuro. Los casi 2 gigas de datos que se dice al año alojamos en las nubes son la fuente de la que se va a nutrir el desarrollo de la IA. Su correcto uso hará el mundo más fácil, con aplicaciones que hoy ni imaginamos. Pero los entendidos también ponen sobre la mesa los riesgos del mal uso, la amenaza de la pérdida de privacidad y la del control que se podrá ejercer sobre los ciudadanos y los sesgos sociales que puede provocar. Hoy por hoy no hay ninguna regulación jurídica, España está a punto de aprobar una Ley y Europa otra, mientras es un nuevo mundo sin vallar en el que los derechos fundamentales peligran. Es urgente que la IA se regule y con criterios tecnológicos avanzados porque en puertas está la evolución hacia la denominada superinteligencia o inteligencia general artificial que será capaz de hacer todo aquello que hace el cerebro humano, pero mucho mejor y mucho más rápido, con el peligro evidente del uso de los datos de todos los ciudadanos por esa superinteligencia. No en vano grandes expertos tecnológicos como el fundador de Apple, Steve Wozniak, Elon Musk, creador de Tesla o SpaceX, y el historiador Yuval Noah Harari, se han unido a más de 1.000 investigadores de la inteligencia artificial en una carta dirigida a los laboratorios de IA en la que les piden parar la implementación de las nuevas inteligencias artificiales durante seis meses para, durante ese lapsus, estudiar los riesgos para la sociedad -y la humanidad- que puede suponer una IA descontrolada y en manos de poderes con fines poco éticos. Ya lo dijo Stephen Hawking: "El día que la inteligencia artificial se desarrolle por completo podría significar el fin de la raza humana. Funcionará por si sola y se rediseñará cada vez más rápido. Los seres humanos, limitados por la lenta evolución biológica, no podrán competir con ella y serán superados".