"Una tontería repetida por 36 millones de bocas no deja de ser una tontería". Anatole France.
La evolución degenerativa de una sociedad avanzada la puede llevar a sufrir
trastornos bipolares, picos que la elevan a índices intelectuales extraordinarios en materias como la ciencia, la astronomía, la digitalización o los avances en medicina o, por contra, la dejan caer a la estupidez más abrupta para, quizás, compensarse a sí misma cual balanza que al final busca su punto neutro. Es como la excentricidad loca del sabio. Hay veces que el tamaño de la grosería mental es tal que se llega a pensar si no será la evolución definitiva de la tontería, de hecho el tonto, o tonta, que aquí también hay paridad y/o se alistan en cremallera, de remate también tiene tendencia evolutiva y, por qué no, derecho a ser original. El tonto, o tonta, más llevadero es el que en todos los ámbitos de su vida produce poco, dormita en un estado de nebulosa improductiva y solo muy de vez en cuando se deja notar con alguna absurdez; no hay nada peor, en cualquier caso, que un tonto, o tonta, trabajador, o trabajadora, porque genera mucha tensa estupidez por minuto y, por desgracia, nos encontramos ejemplos de esta variante humana en las diferentes capas de la sociedad, incluso en las social o políticamente más elevadas.
La estupidez proviene de la estrechez de miras y el estúpido, en general, solo tiene en cuenta un punto de vista y es el suyo, de hecho decía Freud que a medida que se multipliquen los puntos de vista aumenta la inteligencia e idiota, palabra que proviene del griego, es el que lo considera todo solo desde su óptica personal.
La estupidez es intolerante y en gran medida no admite el diálogo porque da por sentado que su punto de vista es único y universal, de hecho se propaga a los cuatro vientos con proclamas engreídas y que suelen tener tras de sí el altavoz de los que opinan igual porque, siempre, al estúpido le acompañan otros de características similares.
La tontada es tozuda, se extiende con una rapidez de vértigo y ahora con el impulso de las redes sociales se propaga en segundos, ante lo cual el tonto del bote tiene el vehículo a la medida para expandir en segundos cualquier majadería acorde a su incapacidad para apreciar lo importante. De hecho,
cambiar de opinión se convierte en uno de los ejercicios más intelectuales del momento, darse cuenta de que uno está en un error porque otro le convence de lo contario y, abiertamente, admitirlo, reconocerlo, cambiar de opinión sin más convencido de haber sido convencido, dando muestra así de la modestia necesaria para ser inteligente y de la cual, por completo, carece el estúpido, porque el idiota, imbécil o, en definitiva, tonto del bote es absolutamente lo opuesto a ser modesto, incapaz de reírse de sí mismo porque parte del totalitarismo radical que le hace prisionero su propia necedad.
Llama la atención, además, como la sociedad se ha habituado a convivir con la extrema tontería y, de hecho, pasamos con normalidad de asuntos extraordinarios a imbecilidades monumentales sin que el salto nos cause ningún tipo de vértigo. Nos hemos acostumbrado a convivir con idioteces casi a diario.
Ejemplos, tantos como azulejos sevillanos. Esta misma semana hemos asistido a la tontería extrema de esa moción de censura de Vox que ha usado a un tonto útil como ha sido un Ramón Tamames necesitado de foco quizás para darle brillo a su decrépito ocaso, todo ello sin importarle manosear feamente a ese Congreso que a todos nos representa.
Decía Chabrol:
"La tontería es infinitamente más fascinante que la inteligencia. La inteligencia tiene sus límites, la tontería no".
Qué decir de la ministra Belarra con su debate nacional acerca de liberar a la mujer del sujetador porque, dice, las aprisiona y ella es más de liberar sus pezones como si el asunto importara a alguien, más cuando las mujeres no necesitan de nadie para decidir por sí mismas cuándo ponerse y cuándo no y en qué casos porque no todas lucen ni los mismos pechos ni los mismos gustos. Pero sobre todo que publicite algo que a nadie importa, como si gusta ir sin bragas, pero que nos ahorre la información. Que de verdad no la necesitamos. Y es ministra.
Lo del día de la persona especial y no del padre porque hay muchos tipos de familia ya es, además, de traca, son ganas de molestar y no es fruto del desfase de una profesora, es consigna, tímida pero real, de cierto sector dentro del sistema educativo enfrascado en arrinconar al hombre como germen del mal. Sería interesante conocer en qué porcentajes de familias españolas existe la figura del padre y en cuántas cuadraría la de la persona especial y, ya puestos, traspasar la idea a otros días especiales, como el de la madre, puestos a desfasar en la tontería, o el de la violencia de género porque hay, también, muchos tipos de violencia.
En general, los días especiales, como casi todo, se debaten entre los imprescindibles que nos hacen recordar o valorar lo importante, madre, padre, medio ambiente, agua, planeta, difuntos, abrazo en familia...; los excéntricos -día mundial del infiel o del amante, 13 de febrero, el de la tortilla de patatas, 9 de marzo, el de llevar al perro al trabajo, 21 de junio, o el de los calvos, 7 de octubre-, y aquellos auspiciados por una radical imbecilidad: el de la peluca, la rana, el ascensor, el burro, Drácula, del Pato Donald, los pitufos, el bikini, las piruletas, el chicle o, atención,
el día internacional del pene, que se celebra el 26 de abril. Y, cómo no, también tenemos
el día mundial de las mujeres sin ropa interior, que es el 22 de junio y uno ajeno, hasta ahora, al trascendental hecho. Es de suponer que la ministra Belarra se siente ese día completa y libre.
No se encuentra en el calendario, qué extraño, el
Día Internacional del Tonto de Capirote, necesario ante el considerable aumento de adeptos al rango y en él, obviamente, no se concentran aquellos que pululan en torno a la Semana Santa porque este capirote acoge a un tonto muy concreto, en auge, que, por derecho, merecería celebrar su día especial.