"La caca es lo más personal y reservado que tenemos. El resto pueden conocerlo todos, la expresión de tu cara, tu mirada, tus gestos... Los seres humanos aman el perfume de sus propios excrementos pero no el de los ajenos. En el fondo, forman parte de nuestro cuerpo". Umberto Eco.
De la política hay que salir, distinto es que se tenga un sitio al que volver. Al menos uno que se asemeje a lo que se deja. Y lo que se deja suelen ser situaciones laborales idílicas; buenas condiciones económicas, prácticamente cero presión a niveles de producción, horarios muy flexibles, no digamos un extenso calendario vacacional... No en todos los casos, claro, si eres alcalde o concejal de los que trabajan la cosa cambia porque tienes la presión del ciudadano encima y los problemas de la ciudad. Por eso hay diferentes niveles y, por eso, cuando eres alcalde sueñas con ser diputado bien remunerado, sea en Diputación, en el Parlamento o en el Congreso. O senador. Buenos sueldos, viajes, una agenda social y política de nivel, actos, relaciones; la actividad de un parlamentario se la pone él mismo, salvo las obligadas sesiones a las que hay que ir y votar lo que el partido mande. En el Congreso, por ejemplo, los diputados suelen estar en sus despachos, donde algunos tienen hasta una camita para echarse un rato y ven las sesiones por la tele hasta que una bocina les avisa para votar y, entonces, acuden, no suelen escuchar lo que allí se dice salvo cuando habla el líder de su partido o se trata un asunto de interés concreto.
Ser parlamentario andaluz es todo un sueño, escasa actividad más allá de la de ganarse la simpatía del poder de tu propio partido para que te sigan poniendo en las listas porque esto se renueva cada cuatro años y nadie dimite del sueño político cuando se alcanza este nirvana. No es criticable, es un sistema hecho, quizás en lo único que todos estén de acuerdo porque, de hecho, nadie lo critica; la única que lo hizo fue la líder de Adelante, Teresa Rodríguez, en un enfrentamiento directo contra Ángeles Férriz, del PSOE, denunciado el elevado coste y la inactividad de los parlamentarios. Es cierto que Teresa aún dona a organizaciones sociales lo que de su sueldo sobrepasa los 1.800 euros al mes, también lo hacía Kichi antes pero ahora ha vuelto a su sueldo de funcionario y gana, exacto, 1.880 euros. No parece de lógica que un parlamentario deba de ganar poco, o un diputado, o un alcalde, como tampoco los cargos públicos de la administración que tienen la responsabilidad de que el sistema funcione, de que los servicios esenciales que percibe y paga el ciudadano se den en las mejores condiciones, de que la defensa jurídica de lo público sea la mejor para que, en definitiva, acudan a esos puestos los mejores profesionales porque la remuneración lo merece. Pero todos, unos y otros, deben hacer su trabajo.
Distinto es como protege el sistema, tanto político como sindical, al súbdito político o al aprovechado sindical y ante el que la ciudadanía está indefensa porque no hay modo ni manera de sacudirse de ellos. Vemos a diario la extorsión que practican determinados sindicatos en el ámbito municipal, en algunos casos acoso directo con consecuencias personales graves como está sucediendo en el ayuntamiento de Jerez ante la impasibilidad de todas las formaciones políticas, solo por el interés de algunos en la mejora de unas condiciones que ya de por sí les debería hacer sonrojar; la propuesta del ayuntamiento de Jerez para incluir en el convenio del personal laboral presentada a los sindicatos en materia de conciliación de la vida laboral, familiar y personal no lo tiene absolutamente nadie en la empresa privada. Nadie. Y, aún así, no la aceptan, acosan, extorsionan. Como la extorsión que está practicando la Policía Local de Cádiz en la pugna que mantiene contra el ayuntamiento y que pone el riesgo, por falta de efectivos y de la consecuente huelga, la celebración de la Magna y no hay derecho, como lo que ha venido sucediendo en El Puerto de Santa María por tres cuartos de lo mismo y los locales de brazos cruzados cuando los convenios de todos ellos son desproporcionados; curioso es que ninguna formación política entra en estos conflictos, deja que se queme el que gobierna, aunque ese fuego le arrasará cuando a él le toque, si le toca, gobernar la próxima legislatura, porque los sindicatos conocen la debilidad del político y ahí les aprieta. Esto sucederá hasta que todas las formaciones se sientan en una mesa y tracen unas líneas rojas en determinados asuntos y pacten un rotundo no a la extorsión, porque, no se equivoquen, no es contra una formación política, no es contra un cabildo municipal: es contra la gente de la calle, que son los que pagan -y cada día más-. Y tal vez llegue un día que acosados por la presión fiscal, energética y la de la cesta de la compra se cansen de pagar a estos extorsionadores de oficio.
Necesitamos políticos valientes, que cobren buenos sueldos, para eso su responsabilidad es alta. Que no se limiten al aroma de sus propios residuos, que olisqueen más allá. Que tengan la responsabilidad y la valentía de pactar hasta con el diablo si con ello defienden a quien les pone, que es esa gente de la calle que presionada por todo les necesita más que nunca. Que contribuyan a normalizar la vida pública y no a encenderla y que se sacudan la presión permanente del medidor electoral y de la consigna partidista. Y Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena.