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Desde la Bahía

Democracia y ciudadanía

Las democracias que nos quieren a todos iguales, como hermanos, a veces tienen un “padrastro” que se ha unido a “la madre España”

Publicado: 09/07/2023 ·
18:31
· Actualizado: 09/07/2023 · 18:31
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Aunque el porcentaje es escaso, para lo mucho que se precisa, todavía hay ciudadanos que a pesar de ser considerados por el poder establecid, como árboles de un bosque colectivo, sin posibilidad de distinción, sin embargo, sobresalen y piensan. Saben muy bien porqué se quiere a un país y porqué se odia. Conocen perfectamente quienes son los enemigos de su nación -lo son porque intentan fragmentarla y desnaturalizarla- y de sus formas de comunicarse mediante la palabra. Les produce horror, por no saber cómo se ha llegado a ello, la cuantía diaria de millones de euros a que asciende nuestra deuda. Les producen escalofrío las ayudas mediante los “fondos monetarios” que vienen del exterior, sobre todo si hay que abonar un porcentaje de los mismos y siempre con el temor de la sombra del “compadreo o la corrupción” en el reparto. Les llena de ira y les entristece el no tener capacidad para dar a sus hijos la educación que consideran más ética y responsable, porque hay unas leyes y un adoctrinamiento parcial que insonorizan el grito de los padres. Soportan una realidad sanitaria que en vez de cubrir con los medios precisos y un personal adecuado y bien remunerado, vive alienada al nudo gordiano de una alborotada “marea blanca” cuyo color en realidad no es difícil de adivinar. Se resisten a dudar, a pesar de los fallos legislativos que tan frecuentemente se cometen, del pilar más firme y sobre el que descansa el derecho a la propiedad e integridad de los individuos: LA JUSTICIA y a ver con “ojos de niebla”  lo que solo puede ser transparente, “lo imparcialmente justo”, sin intromisión de ningún poder o gobierno, que siempre están tentados a ello como lo mostraron en conversación íntima dos altos mandatarios republicanos (1931/39) diciendo: “No me importaría, ni tendría escrúpulos para que, con mayoría, dictar leyes que obligasen a los tribunales a servir a la política”.

No le valen a estos ciudadanos a los que me refiero la disminución de décimas de la inflación, cuando los alimentos que a diario precisamos siguen subiendo peldaños que los sueldos actuales no pueden escalar. Hay tanto que analizar y expresar, que un artículo de este tipo representa lo mismo que un punto en una novela de caballería. Las dictaduras siempre traen consigo una paternidad, un padre, que nunca comprenderá que quieras ser libre. Las democracias que nos quieren a todos iguales, como hermanos, a veces tienen un “padrastro” que se ha unido a “la madre España” y se gasta los caudales que pertenecen a sus hijos.

Se ha conseguido, sin embargo, la libertad. Pero se le ha dado a hombre y mujer un concepto de “libertad de expresión” -que debía ser inviolable- que parece más un intento homicida por parte de la ignorancia o mediocridad, al saber. Si no se sabe de un tema concreto, la mejor libertad de expresión es guardar silencio y aprender. La libertad tenía un altísimo precio en los años previos a la Constitución del 78. Sus manos estaban atadas por grilletes de acero o de imperativo. Ahora que tiene sus manos libres se siente deshonrada y humillada por los criterios definitorios que de ella se exponen, donde la intimidación e incluso el miedo a expresarse, no están exentos. La sangre cree que la herida es su puerta abierta hacia la libertad, pero la coagulación de la misma, cuando sale al exterior, le demuestra que con ello ha perdido toda posibilidad de movimiento y vida, consecuencia de su libertinaje.
Complejidad o sencillez, quizás este sea el dilema para alcanzar una vida alegre y de bienestar. La complejidad nos lleva al laberinto, la sencillez al camino recto. Podemos continuar de dos formas: Una, comenzar de nuevo, conservando el recuerdo, pero olvidando el resentimiento y sus formas más graves o continuar como hasta ahora, buscando un progreso que es gas innoble en una atmósfera de enfrentamientos, insultos, engaños o de añadir nuevos artículos al Código Penal, para recordar el protagonismo actual que en la calle tienen los delitos de odio, mientras cultura, economía, deuda, pensiones, paro y sueldos van deslizándose lentamente desde la ladera en que podíamos estar, al mar de la pobreza y las colas de hambre, que crecen con mayor rapidez que las mareas.

No tenemos capacidad para saber lo que el ganar representa y compromete. No hay humildad para aceptar el perder. Buscamos la solución en la revancha y la ventaja, aunque en el camino entorpezcamos de modo ostensible el bienestar de los demás. Por eso tenemos elecciones y por eso este mes de julio se ha visto obligado a prescindir de su carácter vacacional,  e o una acción que deshonre o humille al contrario tiene más valor que cualquier programa que pudiera orientar a un país sin veleta, ni brújula y con el pensar consumiéndose, como vela, bajo el altar de la mediocridad.

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