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Desde la Bahía

Lo que deja una Semana de Pasión

Observé silencio y entusiasmo, paciencia y entrega. Rostros inmersos en la fe e ingenuidad y admiración

Las vibraciones no son eternas. Tampoco los sonidos que ellas emiten. Tras el estruendoso y atrayente ruido de los tambores y las sublimes notas de las trompetas, el silencio quiere de nuevo recuperar su protagonismo en esta semana en la que comienza el aislamiento de los santos, el olvido litúrgico, la fría soledad de los altares, la falta de chisporroteo en sus apagadas velas.  La vida social ha vuelto. Abril es la esperanza para unas tierras agrietadas de sed y unos embalses que muestran su ruinosa y líquida desnudez más allá de la tercera parte de su volumen. Estamos acostumbrados a que “la sangre no llegue al río” pero para ello es preciso, o no forjar la herida o tener la solución a su cierre y cicatrización.  Quizás deberíamos tener más agua embalsada, pero aquí y ahora hablar de embalses, pantanos o trasvases son palabras malditas y el pronunciarlas siempre lleva consigo la posibilidad de que algún dedo índice, te señale con la rigidez y sus consecuencias, que el resentimiento siempre conlleva. Confiemos en que los “nimbos”, esas nubes gris/oscuro, tapicen nuestro cielo y nos traigan el maná, la lluvia intensa que nos asegure no solo en los hogares, sino sobre todo en el “campo” que la deshidratación, siempre mórbida, ha cedido.

Los animales rara vez elevan su vista a las alturas. Los pájaros vuelan bajo el manto azul atmosférico. El ser humano ha traspasado todas las capas atmosféricas y comienza a visualizar otros planetas desde el vacío. No hay nubes, ni capas azules en nuestro satélite, la luna, ni otros planetas del sistema solar. El cielo está mucho más lejos de los que creemos, cuando nos mostramos incrédulos y enormemente cerca cuando utilizamos la razón sin odio, ni motivos partidistas. Sacar imágenes santas a la calle, para pedir que venga el clima que precisamos, no puede ser nunca motivo de burla o ignorancia en los que lo realizan, sino deseo de reconocer que aquel “dios” en que se cree es un Ser superior.

La Semana Santa tiene algo semejante a lo relatado. Es totalmente cierto que en torno a las imágenes en la calle se concentra una densidad de población que luego no visita a esos mismos santos con igual asiduidad. ¿Hay repulsa a los templos? No intento saberlo, pero nuestra querida nación ha sido suelo de demasiados enfrentamientos, cruentos en su mayoría, donde la iglesia no quedo indemne. Es también cierto que a los radicalismos les molesta hasta el sonido de las campanas, algo que podrían modificar si leyesen en algún momento el poema que Rosalía de Castro le dedicó a ellas, y no digamos lo que se critican las salidas procesionales donde se anteponen los criterios de fiesta, jolgorios, soberbia, deseos de representación y falsedad, ejerciendo como verdadero velo que cubre cualquier finalidad piadosa y creyente que en realidad existe.

He paseado lo suficiente esta Semana de Pasión, para tener un discreto criterio sobre ella. Lo primero y más nostálgico fue el pisar suelo de calles y alamedas, donde hace décadas había solamente tierras de cultivo, las “huertas” que todos conocíamos y también disfrutábamos. Esta tierra germinadora que tantos frutos dio, está cubierta en la actualidad por pavimentos, aceras o cimientos de edificios. Se le dio el cambio cuando se vio que su rentabilidad era muy superior con la construcción, al igual que ocurre con el trabajador humilde y entregado a su oficio, cuando aparecen las “máquinas” y la tecnología evolutiva.

Acompañé a cofradías. No, no era festejo arbitrario y populachero, lo que unía a aquellas masas de personas tan ampliamente congregadas en torno a las imágenes. Observé silencio y entusiasmo, paciencia y entrega. Rostros inmersos en la fe e ingenuidad y admiración en los que no tienen más relación con religión a lo largo del año. Quizás esta sea la grandeza cofrade, dejando aparte y el tiempo que requiere el poner en la calle estas procesiones, el llevar al menos durante un tiempo sentimiento superior, al que diariamente nos tiene acostumbrados la vida socio/política del país.

No es por todo ello anómalo, que se intente por los radicalismos, presentes en el orbe al que pertenecemos, el que se intente encapsular e incluso suprimir esta expresión religiosa, sin tener en cuenta tradición, creencia generacional y necesidad de algo o alguien, que nos recuerde que la única posibilidad de libertad y mejor relación entre los seres humanos, está en el amar a los demás como uno quisiera que lo amasen. Es preciso que esto no se olvide, ni en los hogares, por más que quieran quitar a los padres la educación que ellos prefieren para sus hijos, ni en las aulas, donde debían estar obligados la enseñanza y la ley educacional, a respetar este derecho, que sólo quebrantaría algo o alguien, que tuviera algo mejor que ofrecer que la enseñanza evangélica. Y ella nos habla del terrible asesinato y castigo que se le dio a un ser humano y divino por parte de unos gobernadores aleccionados por una algarabía de instinto criminal. Y esto es lo que la Semana Santa quiere recordar como expresión de lo que no debe repetirse, pero que sigue ocurriendo.

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