l cansancio muscular es relativamente fácil de vencer, basta sumarle unas horas de descanso. El cansancio psíquico, que juega con la felicidad y el bienestar y tiene su espina irritativa en la tendencia escéptica, no encuentra en el “calor humano”, en la solidaridad que debía desprender la sociedad, consuelo alguno y su tendencia a aislarse crece diariamente y en progresión geométrica. La maldad, la envidia, el odio, el resentimiento o la venganza quizás tengan la misma edad que las rocas de las montañas, aunque estuvieran agazapadas, hasta la aparición del homo sapiens.
Lo cuentan las paredes de la prisión de Valladolid, allá por la segunda etapa del Renacimiento español. Un teólogo, religioso y enorme poeta, pidió cuando injustamente estaba entre sus rejas, privado de libertad, que le dibujaran una encina pelada, con la que quería demostrar que si bien había sido atacado -como podada la encina- ello le haría mucho más fuerte al llegar, como ahora se espera, la primavera. Al par escribió sobre sus muros una décima espinela de recomendada lectura, que muestra su decepción ante la evolución seguida por el ser humano y busca la dicha en la soledad con aires nuevos del campo. “Aquí la envidia y mentira/me tuvieron encerrado/dichoso el humilde estado/del sabio que se retira/de aqueste mundo malvado/y con pobre mesa y casa/en el campo deleitoso/con solo Dios se compasa/y a solas su vida pasa/ni envidiado, ni envidioso. Dios y la soledad. Que triste tener que llegar a este extremo si se quiere ser dichoso. Fray Luis de León no aceptó esta forma de vida que indicaba en sus estrofas, siguió en sus clases, su universidad y con sus alumnos, sabido que ésta era la decisión agradable a los ojos del Creador. Los siglos pasan y la esperanza como recipiente poroso, va perdiendo de forma continuada el líquido que hace precisa su existencia. La humanidad no quiere desprenderse de la fina arena de la mediocridad y ha plantado en ella los ramajes precisos para que se formen dunas, que retengan todos sus granos en la cada vez más extensa playa de la intolerancia y la controversia, que acaba en trágicos enfrentamientos la mayor parte de las veces.
Este siglo XXI intenta y lo está consiguiendo, ser ejemplo de ello. Siguen las guerras y sus ganancias de poder y moneda, que parecen su único fin. Las armas tienen un precio tan alto, como su poder de destrucción y la materia que se destruye, almas jóvenes en su mayor parte, nobles y ajenas a la verdadera causa del conflicto, carecen de valor ante el enorme número de copias que de las mismas se tienen. La riqueza está en reconstruir cuando ya estén agotados los ríos de lágrimas que han recorrido las mejillas, cruentas, de las madres que soportaron con el mayor dolor el “secuestro” de sus hijo.
Luego tras los enfrentamientos viene el otro tipo de guerras, “las guerras de pacificación” que quiero interpretar -a diferencia de su clásico significado- como “las luchas en tiempo de paz”. En nuestro país no solo tienen gran relevancia, sino que se han hecho antónimas del olvido y da la impresión que seguimos en el siglo pasado, tal como la memoria histórica intenta consolidar. El resentimiento que no cesa, los rostros de manifestantes ávidos de venganza, la tendencia siempre política y partidista de cualquier forma de expresión callejera, ensombrecen las verdaderas peticiones, que la sociedad precisa con urgencia. Por eso se dan espectáculos tan deprimente como el del pasado 8 de marzo, donde las divisiones mostradas, han conseguido más que incrementar, humillar los derechos de la mujer. Feministas, femeninas o simplemente mujeres en medio del maremágnum de opiniones, ideologías y leyes sin extremidades ni cerebro, gritan por la defensa de lo más artificial y dejan atrás lo supremo, la igualdad en capacidad intelectual (incluso superioridad en algunos aspectos), el esfuerzo, la responsabilidad, la remuneración debida y sobre todo mostrar sus cualidades y calidades, diferentes a las del varón, pero seriamente competitivas con él, lo que dejará obsoleto el criterio de paridad, que debe ser sustituido por el de capacidad íntegra para cualquier empleo, que es lo único que le hará, no alcanzar la mitad, que es lo que se le ofrece, sino el completo en caso de que su aptitud y preparación sea superior a la del hombre, que no es su enemigo como se intenta presentar, sino su competidor, dispuesto siempre a reconocer que lo que prevalezca sea la valía.
Los gobiernos deberían de someterse, como la encina, a una poda que le demostrara que hay que comenzar una legislatura desnuda de toda rama partidista, para poder conseguir una frondosidad global, sin flores vacuas y sin frutos agrios a ningún nivel, para que la sociedad no tenga que recurrir a plantar diversidad de árboles o escéptica y cansada, solo busque la esperanza en su soledad con Dios.