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Campo de Gibraltar

300 años de litigio tras el Tratado de Utrecht

Firmado el 13 de julio de 1713, por el que España cedía a Gran Bretaña la soberanía sobre Gibraltar, cumplió ayer tres siglos. Aunque se han abierto numerosos foros para poner fin a esta colonización, el texto firmado en la localidad holandesa ha marcado la vida en la comarca campogibraltareña

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  • Portada del tratado. -

La firma del Tratado de Utrecht, por el que España cedió Gibraltar -y Menorca- a Gran Bretaña cumple 300 años. El 13 de julio de 1713, los embajadores de Felipe V, el duque de Osuna y el marqués de Monteleón, firmaban un acuerdo que permitía poner fin a la Guerra de Sucesión española y a los enfrentamientos con Francia por el reparto definitivo de coronas, para lo que el papel británico fue importante a la hora de poner paz, no sin obtener unos pingües beneficios en lo que a territorios de las dos potencias en litigio se refiere.

Gibraltar fue ocupado el 4 de agosto de 1704, durante la Guerra de Sucesión española, por una flota angloholandesa al mando del almirante inglés Rooke, en nombre del Archiduque Carlos de Austria con el objetivo de establecer una base militar para apoyar a su tráfico marítimo en el  Mediterráneo.

La mayor parte de la población huyó a San Roque, cuyo Ayuntamiento sigue denominándose Ayuntamiento de la Ciudad de Gibraltar en San Roque. No fue hasta el siglo XIX cuando Reino Unido ocupó el istmo aprovechándose de que las autoridades españolas toleraron, por razones humanitarias, la instalación de unos campamentos provisionales para proteger a las tropas y población británicas de unas epidemias de fiebre amarilla y de cólera en el Peñón, campamentos que luego se convirtieron en instalaciones permanentes.

Desde entonces, Gibraltar se ha convertido en el principal problema territorial para España, un asunto que lleva 300 años sin resolver y que ha marcado en buena medida la vida en la comarca, habituada ya a convivir con un pedazo de tierra perteneciente a un país extranjero, una situación que transforma en muchos casos, desde un punto de vista social y económico, las condiciones de vida de la zona. El contrabando y el cierre de la Verja con la separación de familias a ambos lados de la misma han dado tintes trágicos a la relación de la comarca campogibraltareña con el Peñón, si bien las relaciones han ido a mejor desde que España se convirtió en un estado democrático.

Los intentos de España de recuperar Gibraltar se han venido sucediendo desde entonces, con algunas variaciones en la estrategia diplomática y de derecho internacional, aunque con una reivindicación clara e inamovible. Gran Bretaña, que también a ido modificando su discurso respecto al tema a lo largo de estos tres siglos, ha defendido su soberanía en todo momento. Sólo de manera más reciente ha surgido un sentimiento independentista en el Peñón, algo que condiciona de nuevo las conversaciones.

Imprecisión
Los términos alcanzados en el Tratado de Utrecht están dotados de gran imprecisión en lo que a delimitación del territorio de Gibraltar se refiere. Sólo son rotundos a la hora de afirmar la soberanía británica, pero dejan abiertas muchas dudas respecto al territorio cedido, algo a lo que se ha aferrado España en numerosas ocasiones.

El primer párrafo del artículo décimo del acuerdo dice: “El Rey Católico, por sí y por sus herederos y sucesores, cede por este Tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, dando la dicha propiedad absolutamente para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre, sin excepción ni impedimento alguno”.

Sin embargo, ni este punto ni ningún otro habla de la montaña, el Peñón en sí, ni de otros territorios como el istmo, de los que Gran Bretaña también ha hecho uso hasta el punto de colocar la Verja de manera unilateral en su día.

En cuanto al último párrafo de ese artículo décimo, el otro punto contundente del acuerdo, ha sido esgrimido por parte británica a la hora de frenar el ansia independentista de Gibraltar, ya que España se aseguró en Utrecht de tener la primera opción sobre su soberanía en caso de renuncia británica sobre este territorio.

El párrafo dice: “Si en algún tiempo a la Corona de la Gran Bretaña le pareciere conveniente dar, vender o enajenar, de cualquier modo la propiedad de la dicha Ciudad de Gibraltar, se ha convenido y concordado por este Tratado que se dará a la Corona de España la primera acción antes que a otros para redimirla”.

Distintos foros
El diálogo sobre la cuestión de Gibraltar se ha desarrollado en diferentes foros de debate, aunque hubo que llegar al siglo XX para que se hablase de manera abierta de que Gran Bretaña renunciase al Peñón. La puerta la abrió el propio Reino Unido, cuando en 1946 incluyó a Gibraltar en el listado de los territorios no autónomos, paso previo a su inclusión en la Lista de Territorios pendientes de descolonización del Comité Especial de Descolonización, el conocido como Comité de los 24.

Desde 1964, las Naciones Unidas vienen defendiendo la descolonización de gibraltar, si bien en ningún momento han hablado de autodeterminación. La propuesta es que, de forma bilateral, Gran Bretaña y España, las firmantes del Tratado de Utrecht, alcancen un acuerdo para la reintegración del territorio.

Ese impulso tomó forma en el llamado Proceso de Bruselas, de 1984, en el que se establecía de manera oficial la negociación entre los dos estados  para tratar el asunto de Gibraltar. Este proceso permanece estancado desde que en  en 2002 los presidentes José María Aznar y Tony Blair estuvieron cerca de cerrar un acuerdo en torno a la cosoberanía.

De manera paralela se han establecido otros espacios de diálogo. Por un lado, el Foro Tripartito, en el que además de España y Reino Unido se suma la voz del gobierno gibraltareño, una fórmula introducida en 2004 por el ministro socialista de Asuntos Exteriores y de Cooperación, Miguel Ángel Moratinos. Por otro, la comisión mixta entre el Gobierno de Gibraltar y la Mancomunidad de Municipios del Campo de Gibraltar, si bien ninguno de los dos va más allá de una colaboración transfronteriza. El actual Gobierno de España está tratando de crear un nuevo foro, similar al tripartito pero a cuatro bandas y que incluya a la Mancomunidad, para equilibrar las partes, aunque también se trata de una negociación estancada.

Nuevas ‘batallas’
Estancadas las conversaciones sobre la descolonización, España se ha centrado en los últimos años en otras batallas con Gibraltar y el Reino Unido. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha rechazado los recursos de Reino Unido y Gibraltar contra la decisión de la Comisión Europea de reconocer a España competencias para la protección medioambiental de un hábitat natural en las aguas que el Peñón reclama como propias, años después de que Londres registrase ante Bruselas un hábitat natural propio en las mismas aguas.

Por otro lado, el régimen fiscal de Gibraltar, que perjudica a las empresas españolas, se ha visto afectado después de que los ministros europeos de Economía llegaron a la conclusión este diciembre de que el régimen fiscal del Peñón vulnera el código de conducta comunitario sobre fiscalidad de las empresas. El Gobierno espera ahora que Bruselas abra un expediente sancionador para forzar su abolición.

El El Tratado de Utrecht y toda la serie de acuerdos multilaterales firmados por las Monarquías y los Estados involucrados en la Guerra de Sucesión Española entre 1713 y 1715 en la ciudad holandesa, así como en Rastatt (Alemania) supusieron un cambio en la Europa del momento.

El acuerdo supuso el fin de la guerra, a pesar de que los enfrentamientos en el Principado de Cataluña hasta su ocupación definitiva por Felipe V de España en septiembre de 1714.
El enfrentamiento de Luis XIV de Francia, que defendía la legitimidad de su nieto, Felipe de Borbón, duque de Anjou -Felipe V-, como heredero del trono de España, y de José I de Austria, que reconocía a su hermano el Archiduque Carlos como rey de España con el título de Carlos III; marca el contexto para la firma de un tratado del que Gran Bretaña resultó el gran beneficiario.

Los preliminares de La Haya de 1709 y las conversaciones de Geertruidenberg del año siguiente no permitieron poner fin a la guerra. Los primeros no contemplaban compensación alguna por el abandono de trono español por parte de Felipe V, mientras los británicos insistieron en que su abuelo debía colaborar con los aliados para destronarlo. Luis XIV se negó a cualquier acción militar para destronar a su nieto y ofreció una compensación económica para que combatieran contra él. Los aliados rechazaron la propuesta, lo que finalmente echó por tierra la negociación que se mantenía en Geertruidenberg.

La reina Ana de Inglaterra y el Gobierno de Gran Bretaña comenzaron unas negociaciones llevadas en secreto con Francia para oponerse a que el Archiduque Carlos ocupase el trono de España. A cambio, los franceses aceptaban dejar de apoyar a Jacobo III Estuardo para que se convirtiese en sucesor de la reina Ana y reconocer al protestante Jorge de Hannover como heredero, por un lado, y garantizar que no se unificarían las Monarquías de Francia y de España, por otro.

La  muerte del emperador José I en 1711 y la coronación de Carlos VI como nuevo emperador, por un lado, así como el fallecimiento en 1712 del heredero al trono de Francia, el duque de Borgoña, y al mes siguiente el hijo de éste, el duque de Bretaña, lo que convertía a Felipe V en el sucesor de Luis XIV, por otro, aceleraron las conversaciones, aunque el nieto del monarca francés debía a elegir ente la corona española y la francesa.

Así, el 11 de abril de 1713 se firmaba el primer Tratado de Utrecht, entre Francia, Gran Bretaña, Prusia, Portugal, el ducado de Saboya y las Provincias Unidas. Representantes de Luis XIV, a cambio del reconocimiento de Felipe V como rey de España (fue la elección final del monarca), cedieron a Gran Bretaña extensos territorios en lo que ahora es Canadá, además de reconocer la sucesión protestante en el Reino Unido y el desmantelamiento de la fortaleza de Dunkerque.

Posteriormente, el 13 de julio del mismo año, los representantes de Felipe V, el duque de Osuna y el marqués de Monteleón, firmaron en Utrecht el Tratado por el que Gran Bretaña recibía la plena soberanía sobre Gibraltar y Menorca, así como numerosas ventajas comerciales en el imperio español de las Indias, como el asiento de negros, que fue concedido a la South Sea Company y en virtud del cual podía enviar a la América española un total de 144.000 esclavos durante treinta años, y el navío de permiso anual, un barco de 500 toneladas autorizado a transportar bienes y mercancías a la feria de Portobelo y libres de aranceles.

El historiador Joaquim Albareda sostiene que el gran beneficiario de este conjunto de tratados fue Gran Bretaña que, además de sus ganancias territoriales, obtuvo cuantiosas ventajas económicas que le permitieron romper el monopolio comercial de España con sus colonias.

Había contenido las ambiciones territoriales y dinásticas de Luis XIV, y Francia sufrió graves dificultades económicas causadas por los grandes costes de la contienda. El equilibrio de poder terrestre en Europa quedó, pues, asegurado, mientras que en el mar, Gran Bretaña empieza a amenazar el control español en el Mediterráneo occidental.

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