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El hospital de Puerto Real: Nuestro verdadero ángel de la guarda

¡Sabía que nuestra Seguridad Social era la mejor del mundo! Pero después de mis experiencias, hago un llamamiento para que todos luchemos por ella

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  • Hospital de Puerto Real. -

Algunas analíticas de control, varias donaciones de sangre, gripes normales, un cólico nefrítico, y una infección renal, eran mi tarjeta de presentación en esta bendita Seguridad Social. Desde mi juventud, tuve problemas en la rodilla izquierda a causa de una lesión futbolística, mi rodilla y yo, hemos soportando las etapas de la vida: ha sido mi confidente y mi hombre del tiempo, aunque, en ocasiones, su progresivo desgaste mandaba mínimos aviso, quizás para no desilusionarme. Mi fallo fue no hacer caso a sus llamadas de atención y en ese “tardodeporte”: fútbol 7, tenis, pádel, y abusivas caminatas, su conjunto (óseo, meniscos, ligamentos y articulaciones) desplazaron tan constantes esfuerzos, así que poco antes de jubilarme, fue la cadera derecha quién anunciara su progresivo deterioro. 

En abril de 2011 comienzan los primeros encuentros con los doctores Sueiro y Ballester, traumatólogos del Hospital de Puerto Real, para mi primer implante de cadera. Tras ocho años de extraordinaria movilidad, una inflamación bucodental infectó la prótesis de Staphylococosaureus, lo que me lleva a conocer al doctor Téllez Pérez y  al doctor Romero Palacio (mi particular “Merlín”). Ya me anunció que combatir a estos nanos personajes que colonizan el mundo millones de años antes que nosotros, no era fácil. Quizás su primer apellido “Romero” (planta rica en principios activos, propiedades medicinales, antisépticos…), tiene un pacto secreto con estos invisibles personajillos para que respeten a sus pacientes, entre los que ahora me incluyo.

Sería imposible citar a las personas que me atendieron durante aquellos largos 5 y 5  días, en el Hospital de Puerto Real. Fueron 2 intervenciones: rescate prótesis y espaciador el 18 diciembre 2019 e implantación prótesis el 15 mayo 2020. Todos me prestaron su ayuda para minimizar los dolores en tan angustiosas madrugadas. Gracias a ellos nunca perdí la esperanza de aferrarme a la vida.

En mis primeras veintidós horas, sentía la voz amiga de Francisco José Rubio  Pacheco llenándome de esperanza en tan largo despertar; los palotes refrescantes eran sorbos benditos que alimentaban mis ansias de vivir. En la voz angelical de Charo González Beltrán, con sus consejos y animada charla, encontraba la confianza para seguir adelante (era el ángel de la guarda que me ayudaba a ver la claridad del nuevo día); la maravillosa atención y  animados saludos de  cuidadoras, enfermeros y enfermeras, limpiadoras…, intentando animarme para vencer los  dolores. Las noches hubieran sido eternas, pero ellos me ayudaban a encontrar esperanza en mi desesperanza.

Al día siguiente de la ya tercera intervención, Don Juan José Ballester Alfaro, con su equipo de traumatólogo, llenaba la habitación 123 haciendo empequeñecer mis escasos 1,65.  Su enorme corpachón y sonora voz me inspiraba gran confianza, al igual que su claridad de ideas y profundas expresiones: ¡Haz esto, esto y esto!, lo que me llevó a preguntarle –Aún recuerdo la reunión, con el doctor Romero, dada su compleja especialidad, estaba dubitativo entre tratamiento o cirugía, y mirándome me preguntó ¿Usted quiere operarse? Sin pensar, dije: –¡Yo sí!– Sin mediar más palabras, me miró y dijo: –“Es que los traumatólogos pensamos más rápido”. Cuando se marchaba, y le dije –ya nos veremos–, se giró, corrigiendo mi proposición –¡Mejor no!–. Esa profundidad y claridad de ideas solo es patrimonio de los elegidos.

Cómo olvidarme del empeño, bondad y profesionalidad de Yolanda Gutiérrez Durán, en mis dos recuperaciones y de José M. Cardoso Romero. Igual que cualquier otro, he sufrido la marcha de familia y amigos queridos. Ya tendremos ocasión de poner en su sitio la insolidaridad, la dejadez para con nuestros mayores y la falta de sensibilidad demostrada por nuestros políticos, al  no tener la decencia de rebajarse sueldos, dietas o kilometrajes, mientras la mayoría de los españoles lo pasábamos mal. Esperemos que cuando olvidemos esta maldita pandemia, no cometan la indecencia de acribillarnos con inventados impuestos, para que ellos puedan seguir con su privilegiada casta política.

¡Sabía que nuestra Seguridad Social era la mejor del mundo! Pero después de tan conocidas experiencias, desde aquí hago un llamamiento para que todos luchemos por nuestra Seguridad Social, porque allí están  “Nuestros verdaderos ángeles de laguarda”.       

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