Venía yo andando por la playa y pensando en cosas triviales, qué voy a decir, los grandes inventos de la humanidad, ya sé que son muchos y no los conozco todos, pero decidí que desde luego el futuro es uno de los grandes. El futuro es como el cielo en vida.
Si no fuera por el futuro de qué iban a vivir los bancos, con sus planes de pensiones, sus inversiones, sus hipotecas a veinte años. Todo está tan puesto en ese tiempo verbal que si vas a una oficina bancaria cualquiera no tiene efectivo, tienes que avisar para que te lo tengan dispuesto en un futuro próximo. Pero eso sí, los pagos siempre tienen que estar enpresente, no se tiene en cuenta lo que pagaste ni tu promesa de pagar, inmediatamente se ejecuta el desahucio, para ellos la vivienda, para ti la deuda y lo pagado como si no hubiera existido.
La política también vive de los mismo, de las promesas, de algo que se va a hacer y no encuentra presente, pero a cuenta de lo cual se van nuestros votos cada cuatro años.
Yo he oído hablar del futuro desde pequeña, por lo visto debía sacar buenas notas por él, por él debía dejar de jugar y ponerme a estudiar, dejar de andar por ahí con los amigos y encerrarme a rezarle a ese dios que como siempre te lo fía lejos y a lo peor nunca llega a oír tus plegarias. Pero vivir de la esperanza es tan bonito, una se cree que todo es posible, hasta que te toque el cupón de la Once.
Menudo chiringuito se tiene montado a costa del futuro, mientras todos pensemos que vamos a por él no reparamos en la vida que llevamos si no menudas revoluciones se producirían porque más de tres cuartas partes de la humanidad lleva una existencia muy jodida, pero está en la creencia de que en el porvenir puede mejorar. Viene a ser algo parecido al sueño americano.
Lo peor es que lo malo empieza cuando piensas que se te ha acabado el futuro, que ya solo te queda presente y escaso. Es como llegar al final del concurso, descorrer la última cortina y descubrir que allí no está el coche ni el apartamento, ni el cheque al portador sino la calabaza y quieres llorar a mares, pero el público te está mirando y puede más el sentido del ridículo, así que sonríes con deportividad y esperas a llegar a tu casa, donde nadie te vea.
