"Esta perra va parí pronto". Así me comentaba hace cosa de un mes un vecino de mi barriada (Santa Ana, popular La Zorra) en alusión a una hembra de mastín que había sido abandonada y a la que llamaré Canela.
La impresión que me causó el animal fue la de mucho respeto porque su talla y envergadura lo merecían. Me acerqué, receloso, a distancia prudencial y Canela, olfateando, se me vino a muy corta distancia y comencé a hablarle. Poco después empezó a restregase con el lomo sobre mis piernas sin el menor signo de agresividad por lo que, lenta y cuidadosamente, le pase suavemente la palma de la mano sobre el cuello por detrás de las orejas y, complacida, movió el rabo con ese movimiento de bamboleo característico como sólo saben hacerlo las especies caninas cuando se sienten a gusto. La proyección de sus ojos me impactó.
¿Nunca se ha fijado usted en la mirada de un perro abandonado y callejero?
Si no lo ha hecho le sugiero que pruebe y fíjese. Fíjese digo lo que desparrama en ella. La tristeza, el hambre y la desconfianza. Un trío desalentador que nos hace reflexionar.
Pasaban los días. Canela dormía a la intemperie al socaire de una casa terrera de la zona noroeste de la urbanización y próxima a un minúsculo ajarafe de olivar. Pronto el animal se convertiría en el punto de mira de muchos de los vecinos, especialmente de niños y féminas, quizás por su singular nobleza y avanzado estado de preñez. La generosidad de los vecinos más próximos pronto hizo que le comenzaran a llevar de manera abundante variopintos alimentos de los que suelen sobrar en toda comida y un tiesto con agua. Pero Canela seguía durmiendo al raso y la temperatura había descendido considerablemente, especialmente por las noches.
¿Qué hacer?
Sin pensarlo demasiado unos chavales de la zona, sensibles con el mundo animal, se pusieron manos a la obra y, en muy poco tiempo, le construyeron una caseta de madera en la que guarecerse Canela, y como quiera que el parto se pronosticaba próximo un vecino le trajo una paca de paja, con lo que el suelo del habitáculo canino quedó en condiciones óptimas para el paritorio. A partir de entonces las visitas a la casetilla eran más frecuentes ya que el alumbramiento se produciría en cualquier momento.
Sólo unos días más tarde de hallarse Canela instalada en su nuevo hogar, una prole de hasta diez cachorros eran inquilinos de la casetilla, si bien se desgraciarían dos de las crías poco después de nacer. Hasta leche caliente hubo quien le llevara a la recién parida. No me vaya a decir usted que eso no es coherencia y solidaridad con una parturienta aunque sea de especie canina.
Y bueno, la noticia fue trascendiendo y comenzarían las fotos a los perrillos con su madre y en manos de niños con la complacencia de Canela, pero ojo, que no se le acercara ningún otro perro a su cuchitril porque lo ahuyentaba como una fiera. Las fotos y contactos con móviles en manos de personas eficientes, pronto hicieron que el evento estuviera en las redes sociales, hasta que una familia, de no muy alto estatus socio-económico, se desplazaría en coche hasta Arcos de la Frontera para acoger a Canela y a su numerosa descendencia, con lo que el futuro de todos ellos se antoja prometedor.
No sé las circunstancias que llevarían al amo de Canela a abandonarla en avanzado estado de preñez, ¿quién es uno para juzgar?, porque con la que nos está cayendo pudiera ser que no tuviera para alimentarla y al menos la dejó en una zona potencialmente urbanizada donde podría encontrar a alguien que se compadeciera de ella como, efectivamente, así ha sucedido. Pero de lo que sí estoy seguro, sin temor a equivocarme, es que si Canela se encontrara algún día con el que era su dueño o dueña, se irá hacia él o ella moviendo el rabo, en señal de complacencia, y con mirada muy diferente a la que tenía cuando la acaricié por primera vez.