'De París a Paterna'

Publicado: 20/02/2023
Artículo de opinión
JUAN FRANCISCO SÁNCHEZ BENÍTEZ (Profesor, estudioso de la obra del poeta Julio Mariscal y presidente de la Asociación 'Impresiones'

Quiero contaros, queridos lectores, la historia de un viaje, o tal vez de muchos viajes, todos el mismo, protagonizados por distintas personas, pero principalmente por una, el escritor al que dedicamos el último número de la revista Impresiones: el novelista, ensayista y poeta francés de ascendencia griega Clément Lépidis.

Ha llovido (o, como mínimo, chispeado) desde aquel 2017 en que el bueno de Pedro Gozalbes me desveló el tesoro que traía entre sus manos, fruto de ese viaje, ya historia de las ediciones españolas de Lépidis, que hizo a nuestro común amigo Manolo Balbuena. Como si de una reliquia templaria se tratase, apareció ante mis ojos una edición de Furia andaluza: la Petenera, libro que fue felizmente publicado en español el pasado julio a instancias de Ediciones Colombre y Ediciones Impresiones.

No solo me regaló un libro, me obsequió con un galimatías, un reto para mentes inquietas, un misterio que había que resolver, si ustedes quieren. Y por eso, para deshacer el acertijo, solo se podía determinar guardarlo en un cajón, condenándolo momentáneamente al olvido. Pero antes de enterrarlo en un escritorio he de confesar que fue emocionante tener ese libro entre mis manos, que cifraba al código litererario el cante más sagrado para un paternero, y mucho más con esa dedicatoria que ya no dejaba lugar a dudas y erizaba la piel del que os escribe: "à Antonio Pérez (El Perro de Paterna)". Sin embargo, a veces, las grandes empresas deben reposar para emerger con más ímpetu, o quizá la intuición me previno de que no era el momento adecuado para tirar del hilo lepidiano. Todavía no estábamos preparados para emprender ese cometido. Todavía.

Varios años después, en 2020, desde su encajonamiento, las páginas del libro pedían ser descifradas, y empecé a indagar otras obras escritas por el autor francés. Lépidis tenía casi una treintena de libros publicados, pero de ellos me llamaron la atención aquellos de los que, sin saber francés, se adivinaba que pertenecían a la época donde él (emulando a los románticos viajeros franceses) deambuló por nuestro país: de entre todos esos libros me topé antes que ninguno con Un itinéraire espagnol, pero había otros títulos como Sortilèges andalous o L'or du Guadalquivir. Me encontré con fuerzas y me hice con una edición digital de Un itinéraire espagnol, sin sospechar el momentazo que estaba a punto de experimentar. Cualquier persona que profese un especial amor por los libros puede hacerse una idea de lo que estaba a punto de vivir: no solo por encontrar a Paterna y la Petenera dentro del libro, sino que el libro gira en torno a la búsqueda del cante trágico, lo cual lleva a su autor a mi pueblo.

¡Cuántas veces he buscado menciones a mi pueblo dentro de algún libro! ¡En cuántas ocasiones, sana o insanamente, he envidiado a esos otros pueblos repletos en su nómina de autores que los han convertido en materia literaria! El corazón me palpitaba al darme cuenta de que este bendito autor, con su bigote frondoso y su mirada oculta tras unas características gafas oscuras, decidió convertir a nuestro pueblo y el palo flamenco que llevamos por bandera en materia literaria. De la misma manera que García Márquez y Rulfo universalizaron las ciudades míticas de Macondo y Comala, Lépidis idealizó en su mente al pueblo que había dado nombre a un cante.

Siguieron las sorpresas, pues resulta que quien lo mandó a Paterna fue el poeta arcense Julio Mariscal (en cuya relación con nuestro pueblo llevamos años sumergiéndonos), que guardó una relación de amistad muy estrecha con los cantaores paterneros. Se establecía, de esa manera, un triángulo que involucraba a Mariscal, a Lépidis y a la Petenera. Pero eso es harina de otro costal. Centrémonos en el origen. Empezaba a abrirse una puerta sorprendente, aunque para que el camino fuera menos tortuoso necesitaría a mi don Quijote particular.

- Pedro- al otro lado descolgaba el editor y profesor Pedro Gozalbes, gran amigo y compañero de aventuras librescas.

- Dime, Juanillo.

- ¿Recuerdas aquel libro que me trajiste de Dijon cuando fuiste a visitar a Manolo?...

Así empezaba todo, y para cerrar el círculo habríamos de recurrir al tercero en concordia (otro amigo y compañero de universidad de Gozalbes y servidor), el archivero y traductor Manolo Balbuena, sito en Francia, que en esta improvisada investigación haría las funciones de traductor y de relaciones públicas desde el país vecino. Fue el encargado, no solo de traducir de manera exquisita Furia andaluza, sino que se encargó de contactar con Richard Tchelebides (hijo de Lépidis) para hacerlo partícipe del proyecto de traducir y editar en español algunas de las obras de su padre.

Ya estaba la maquinaria en marcha, y estos fueron los resultados que obtuvimos tras adentrarnos en los textos de Lépidis, y también en los testimonios (escritos y orales) de las personas que coincidieron con él.

Clément Lépidis, despierto buscavidas cuya familia provenía de la diáspora griega en un suburbio de París, Belleville, sobrevivió en su juventud dedicándose a los más diversos trabajos, que tampoco vienen al caso para lo que nos ocupa, hasta que alguien, en un hospital donde ingresó, cambió su sino para siempre llevándole un libro de Henry Miller. Fue su amigo Mathieu Murati quien le arrojó sobre las mantas Trópico de Cáncer, de Miller, diciéndole: “Lee esto”. Recuerda a la conocida anécdota donde el escritor colombiano Álvaro Mutis lanzó a García Márquez otro de Pédro Páramo, del mejicano Juan Rulfo, retándole: “Ahí tiene, para que aprenda”. Lo cierto es que a partir de ese momento, el bueno de Clément Lépidis decidiría ser escritor.

En París, como él mismo narra, queda fascinado cuando, viendo la película La muerte de Manolete, oye al cantaor Rafael Romero interpretando una Petenera. A partir de ese momento, algo cambia en él. Había llegado al flamenco mucho antes (aunque aún no lo supiera), cuando su padre lo invita a escuchar cante flamenco haciéndole ver el parecido con las músicas griegas. Lépidis lo asociará al Mediterráneo que baña tanto Andalucía como Grecia y al paso de culturas errantes por su suelo.

Entra en contacto, pues, con Rafael Romero, quien le presenta a Perico del Lunar (padre), guitarrista procedente de Jerez y afincado en Madrid. Todos lo invitan a visitar Andalucía si de verdad quiere encontrar las raíces flamencas de la petenera, y por el viaje a la semilla que emprendió demostró con creces que claro que quería.

Sus pasos, desde Madrid (su primer flechazo) lo llevaron a Toledo, donde se empapó de su arquitectura legendaria, del arte pictórico del Greco, de sus resistencia a las fuerzas franquistas, y de allí a Granada, para terminar de caer en el hechizo, al recorrer las calles del Sacromonte o contemplar por primera vez esa maravilla singular que constituye La Alhambra. Ese fue su primer viaje corto a Andalucía, que, como si del primer viaje de Colón a las Américas se tratase, él entendía como una conquista; no una conquista imperialista sino una conquista recíproca que involucraba a su corazón con Andalucía: “Brindamos por lo trágico y por la desesperación. Por la seguiriya. Por las lágrimas y las candelas de la Malagueña y la Granaína. Brindamos por la petenera, mi primer descubrimiento. Por la glorificación de un arte que Perico del Lunar ayudaba a resucitar no solamente para el beneficio de España sino de todos los aficionados repartidos por el mundo. ¡Brindamos por Cádiz! ¡Por Sevilla! ¡Por Jerez! Aquel día, España me había invitado a su mesa y me animó a ir a su conquista”. (Un itinerario español).

A su vuelta en París, se compra por fin uno de sus objetos más preciados, la caja sonora de las cuerdas flamencas, e intima con el círculo flamenco parisino de la mano de guitarristas como Ramón Cueto, Pedro Soler, cantaores como el Niño de Almadén o José el Toro y bailaoras como la Joselito, sin olvidar su amistad con el pintor y grabador vejeriego Manuel Manzorro. Quizá el le hablase ya de Paterna y de su vinculación al cante de la petenera. Hasta el punto de que su siguiente viaje comenzaría por Paterna de Rivera. Antes, visitaría en Arcos de la Frontera al poeta Julio Mariscal en su casa de la calle Corredera, quien le enviaría a Paterna para que hablase con el Perro de Paterna: “En Paterna pida ver a Antonio Pérez, el Perro, así lo llaman allí. Tiene una taberna en la plaza de la iglesia, posiblemente aquella en la que se pronunció la sentencia de muerte de la Petenera. Vea a El Perro, prefiero que sea él quien le cuente el final de esta triste historia”. Y el Perro, a instancias de Julio Mariscal, lo recibirá de buen grado, y lo presentará en sociedad, presentándole a otros cantaores de Paterna como Francisco Guerrero Jiménez (Niño de la Cava) o Rufino García Cote (Rufino de Paterna).

De esta primera visita a Paterna dejará constancia en El oro del Guadalquivir: “Los gallos cantaban cuando puse el pie en su pueblo. Desde una ganadería cercana se podía escuchar el mugido de los toros por la mañana. El herrero golpeaba el yunque. Un galgo cruzó la calle con paso lento. Me acuerdo del pueblo desolado, de un campesino que iba al campo, con la herramienta al hombro. No fue difícil para mí encontrar la plaza de la iglesia; su campanario de ladrillos unido al resto de la antigua sinagoga dominaba un conjunto de casas blancas. Testigo de una leyenda, simboliza una época en la que la bella judía iba a encontrarse con Rebecco.

Abrí la puerta de la taberna de El Perro y vi a un hombre sentado en una silla tambaleante. En la pared, retratos de cantaores; entre el bar y la primera mesa, un cartel representaba el perfil de una verónica de Manolete. El hombre gruñó, se despertó y me miró de arriba abajo.

— ¿El Perro? — le pregunté.

— Soy yo, y usted es ..., ¿verdad? Julio Mariscal me avisó por teléfono de su visita. Parece que le interesa la Petenera. ¡Una suerte! Llevamos mucho tiempo en el mapa de España, pero no suelen venir a vernos”.

La cronología es difícil de establecer, pero antes o después visitará Málaga, Córdoba, Sevilla. Conocerá en Málaga a los flamencos de La Puebla de Cazalla: a José Menese, a Diego Clavel, a los Moreno Galván, con quienes establecerá una correspondencia asidua y a quienes regularmente hará actuar en Francia. Se entrevistará, incluso, con Antonio Mairena, uno de los últimos reductos de una generación flamenca que estaba dando paso a los nuevos flamencos.

Estas visitas tendrán como consecuencia la publicación de una serie de libros localizados en Andalucía, cuyo telón de fondo es la búsqueda de la Petenera y el viaje a Paterna. Por orden cronológico, El oro de Andalucía (1983), Un itinerario español (1985); Andalucía (1985); Furia andaluza: la Petenera (1986) o Hechizos andaluces (1991).

Este viaje romántico, más de un siglo después de que otros románticos franceses visitasen la geografía andaluza, fue de todo menos fortuito. El de Lépidis es un recorrido, más que físico, hacia su propio interior, una reafirmación de que aquella primera petenera que escuchó en la voz del cantaor gitano Rafael Romero formaba parte de su propio ser, constituyendo uno de los infinitos tentáculos que lo fusionaban con la cultura andaluza, con el flamenco y la petenera como gran catalizador.

El próximo 2 de marzo, a las 19:30 horas, presentaremos ‘Furia andaluza. La petenera’, junto con el libro ‘Rufino de Paterna. Letras de toda una vida’ y la revista Impresiones nº 16, dedicada al escritor francés Clément Lépidis, en la Fundación Caballero Bonald, en Jerez de la Frontera. La presentación se enmarca dentro de una actividad denominada ‘Letras por peteneras’ la cual está integrada en el programa paralelo del XXVII Festival de Flamenco de Jerez, y en la que a instancias de la generosa invitación de Josefa Parra, intervendrá Pedro Gozalbes, editor de Colombre, el cantaor Rufino de Paterna y servidor, como editor de Impresiones. Al final del acto, habrá presencia flamenca para el deleite de los presentes, entre los que esperamos, queridos lectores y lectoras, que te encuentres.

 

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