Geografía del tiempo

Publicado: 25/03/2020
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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La voz de la poeta jienense María Elena Higueruelo ha ido ganando en meditación y sus versos fluyen de manera precisa
Cinco años atrás, daba cuenta desde esta misma columna, del primer poemario de María Elena Higueruelo (1994). Con "El agua y la sed", obtuvo el XVIII premio de poesía joven "Antonio Carvajal". Llamaba la atención entonces la frescura de un verso directo, conciliador, que alternaba con una temática de amor y de ausencia, donde, el mañana, el olvido, la soledad, el desconsuelo, la muerte..., ocupaban también su propicio lugar. La vida latía desde una perspectiva serena, mas con acentos de tristura, de cierta pesadumbre: "Dolería menos el tiempo,/ quiero pensar,/ si al pasar dejase algo/ en las manos y no esto:/ desorden, destrucción y montones/ de escombros y pedazos del castillo/ que con ahínco y tesón levantamos,/ con los ojos puestos en el futuro/ a lo largo de los días en el aire".

Y, precisamente, “los días en el aire”, son ahora, “Los días eternos” (Rialp. Madrid, 2020), y titulan su nuevo libro, galardonado recientemente con el “Adonáis”.

La voz de la poeta jienense ha ido ganando en meditación y sus versos fluyen de manera precisa desde un ámbito de mayor hondura. En ese proceso reflexivo laten, sin duda, experiencias, escenarios, protagonistas que han ido conformando un universo distinto. El presente es movimiento constante y lo pretérito se aparece como una vivencia empírica, que trae consigo un sabor sombrío y melancólico: “Ningún mal aquejó mi vida hasta la fecha:/ no hubo guerras que asolaran la niñez, ni en el hogar hambre o carencia./ no hubo epidemias, crueldad ni sangre; (…) De dónde entonces la tristeza,/ me pregunto, provenía si no acaso,/ del pecado precoz de buscar/ antes de que madurase el día/ el remoto origen de las cosas”.

    Dividido en cuatro apartados, “Noche oscura”, “Luz primera”, “La caída” y “Noche blanca”, además de un pórtico y una coda, el volumen afronta con una palabra valiente y solidaria la inexorable temporalidad, su irrecuperable condición. La soledad del yo lírico es más un refugio que un impedimento y, por ende, la contemplación de las cosas, la capacidad de percibir con ojos renovados y maduros lo existente, extiende el orden vital desde el que la autora va signando su certidumbre. Y así, entre el misterio y el asombro, el íntimo inventario de su cotidianeidadevoca la semántica del ayer y, también, la sintaxis del mañana: “Se encarnará de aire de cada posible/ versión de mí que en mi habita,/ la máscara será ya verdadera/ y podré fingir tranquila mi dolor,/ el tedio, la rabia, la ilusión,/ todo el temblor que albergo dentro”.

    En su conjunto, “Los días eternos”compendia un mapa reflexivo y sincero de la vulnerabilidad del ser humano, de los múltiples interrogantes a los que se enfrenta sin respuesta, de la manera en que poder nombrar la inminencia de cuanto acontece. Y, sin duda, que María Elena Higueruelo se afana y se revela para alcanzar su propósito a través de un verso curativo, que no permita marchitar su sólida y sólita intención: “No ha de convertirme en cicatriz el tiempo:/ si la grieta es condición de vida,/ sólo la muerte puede cerrarla”.

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