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Diario de un jubilata

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Quisiera dejar constancia de lo importante que son los detalles. Un negocio con personal atento y cuidadoso con los pormenores tendrá, sin duda, una clientela fiel y satisfecha. Un departamento público que cuide esas pequeñas cosas que nos hacen creernos merecedores de atenciones, será siempre una oficina bien valorada. Un artículo en prensa también debe cumplir con la premisa de orientar, formar o distraer pero deberá siempre de estar pendiente de las pequeñas cosas; una coma mal puesta -que puede cambiar el sentido de lo escrito- no es cómo pudiera pensarse un detalle intrascendente, sino todo lo contario.Viene esto a cuento de lo fundamental que son los accesorios que envuelven lo principal.


Una señora perfectamente vestida, emperifollada (con perdón) en grado sumo, puede resultar cateta si no se acompaña adecuadamente con los complementos apropiados. Contradiciendo al refrán la mayoría de las veces el hábito sí hace al monje, y de un abogado desaliñado sólo pueden esperarse juicios perdidos. Ataques de locura, vamos. Ando dándole vueltas a la falta de detalles de la gente. No por eso de ceder el asiento y cosas así, no, lo digo porque trasluce algo más profundo que es el desinterés. Y puestos a cambiar refranes andan en eso de “hoy por mí y mañana por mí”. A los jóvenes, por ejemplo, no les interesa la política, pero afirman las encuestas que aspiran a ser funcionarios, es decir: a servir a la clase política -no al ciudadano- sin hacer el más mínimo aspaviento. El desinterés lleva a los adolescentes al abandono escolar. “No están motivados”, dicen los expertos. Yo pienso que nos encontramos en un momento transcendental en el cambio total de la escala de valores. Los que nosotros hemos mantenido, lo que nuestros mayores denominaban “crianza”, ahora no sirve y si tratamos de defender aquellos criterios nos tachan de trogloditas, pero sin ser los Picapiedra. Se ríen de nosotros, en nuestra cara. Por eso pedirle a la gente que tengan detalles es cómo pedirle peras a Luis del Olmo (o algo así). Y mira que es bonito eso de ser detallista, de cuidar nuestra relación con los demás, de dar sin pedir, de servir, de ayudar. Propongo lo contrario a lo que nos asola, pido interés por las personas, por las cosas. Y lo hago ardorosamente, sin dobleces ni juego de palabras, no cómo aquel banco que decía: “no existe un interés más desinteresado” y no daban ni la hora.

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