Cuando la vendimia se convierte en un privilegio
Francisco Moreno Cucharero organiza desde hace 37 años la campaña de un grupo de unos 80 temporeros de nuestra comarca en la vendimia francesa
Apesar de sus 85 años, en los que el peso implacable del tiempo no esconde sus señales, tan sólo hace dos que Francisco Moreno Cucharero dejó de ir a la vendimia en Francia. Allí estuvo yendo 35 años, desde que en 1972 hiciera por primera vez el viaje que luego tantas veces repetiría, a la cabeza de un grupo de temporeros, que acabarían, también con el tiempo, formando una especie de gran familia, reunida de nuevo cada mes de septiembre para marchar, durante unas semanas, al país vecino, en busca de un dinero que enmendase, en buena parte de los casos, las economías o, en el mejor de los casos, echase una ayuda para tapar cualquier agujero.
Y aunque nos asegura Francisco que lo de ir siempre al mismo sitio es porque “el patrón siempre fue muy bueno”, que duda cabe que los tiempos han ido cambiando. Los larguísimos viajes de antaño, en autobuses o trenes desvencijados, y en los que era fácil ver aquellas tristes maletas, hechas de cuatro tablas amarradas con cuerdas, han dado paso a los cómodos autocares de Contreras, y aunque el viaje sigue siendo largo -no menos de 17 ó 18 horas- las frecuentes paradas, el aire acondicionada, las autovías y la buena compañía hacen más llevadero el desplazamiento.
Antes de salir ya se ha estipulado todo. Nada de improvisación ni de sorpresas. Cada uno de los ochenta trabajadores que viajarán hasta la finca de Burdeos en el grupo organizado por Francisco se traerá a casa 1.375 euros limpios de polvo y paja. La cantidad no es para nada desdeñable primero, si tenemos en cuenta que estos ingresos se consiguen en 13 días de trabajo, con los gastos de transporte, comida y alojamiento totalmente cubiertos. Un sueldo más que digno, también, si recordamos ese reciente estudio del Ministerio de Hacienda que nos dice que el 69 por cierto de los andaluces -y el 63 de los españoles- es mileurista. Una cantidad, finalmente, más que apetecible si tenemos en cuenta que puede ser un 30% más de lo que se gana por el mismo trabajo, en el mismo período de tiempo y, desde luego, en peores condiciones, en la recogida de la uva La Mancha.
Las condiciones tampoco parecen resistir comparación. En los “chateau”, como popularmente se conoce a las fincas de viñedos en los que se enclava una gran casona que, en efecto, se asemeja en cierto sentido a un castillo, los vendimiadores realizan un trabajo efectivo y delicado. Nos dice Francisco que “no es un trabajo duro, sólo de maña”. Por cada tres o cuatro cortadores de uva, hay un porteador. Cada uno hace exclusivamente su trabajo, de forma sistemática y organizada. La uva se pone en cajas pequeñas, de cinco kilos, que no deben llevar ni hojas, se descansa entre 10 y 15 minutos al final de cada linio, y se hacen entre 6 y 15 linios cada día.
En la mayoría de las fincas, se come en un comedor, y no en medio del campo; los matrimonios tienen habitaciones individuales e, incluso, cuando el desplazamiento a las fincas es más o menos largo, se hace en autobuses urbanos, y no sentados en una camión, con una lona encima para reservar del frío, como ocurre en La Mancha.
No es de extrañar, por tanto, que en un año como éste, en el que la crisis comienza a golpear fuerte en las economías de muchos, no falten los dispuestos a marchar a Francia. Francisco Moreno, durante muchos años capataz del grupo, nos cuenta que ya ha tenido que decir que no a más de veinte personas. Entre los “privilegiados” que sí irán hay de todo: mujeres, hombres, muchos jóvenes universitarias, incluso de 18 ó 20 años, que con la vendimia ganan un dinero que viene de perlas para echar el curso más desahogados. Buena parte de ellos son de Ermita Nueva, pero también los hay de Frailes, Mures, Alcalá, Castillo e incluso Fuente Vaqueros. En otros pueblos, como Valdepeñas, por estos días, la marcha a la vendimia francesa alcanza un carácter masivo. Cientos de jornaleros llenan autobuses enteros dejando un paisaje de soledad humana que resulta evidente.
También desde la estación de autobuses de Alcalá partirán, el próximo 23 ó 24 de septiembre, dos autobuses, colmados casi de trabajadores de nuestra tierra. Por delante, casi una jornada completa de viaje, hasta llegar al sur de Francia.
Y aunque nos asegura Francisco que lo de ir siempre al mismo sitio es porque “el patrón siempre fue muy bueno”, que duda cabe que los tiempos han ido cambiando. Los larguísimos viajes de antaño, en autobuses o trenes desvencijados, y en los que era fácil ver aquellas tristes maletas, hechas de cuatro tablas amarradas con cuerdas, han dado paso a los cómodos autocares de Contreras, y aunque el viaje sigue siendo largo -no menos de 17 ó 18 horas- las frecuentes paradas, el aire acondicionada, las autovías y la buena compañía hacen más llevadero el desplazamiento.
Antes de salir ya se ha estipulado todo. Nada de improvisación ni de sorpresas. Cada uno de los ochenta trabajadores que viajarán hasta la finca de Burdeos en el grupo organizado por Francisco se traerá a casa 1.375 euros limpios de polvo y paja. La cantidad no es para nada desdeñable primero, si tenemos en cuenta que estos ingresos se consiguen en 13 días de trabajo, con los gastos de transporte, comida y alojamiento totalmente cubiertos. Un sueldo más que digno, también, si recordamos ese reciente estudio del Ministerio de Hacienda que nos dice que el 69 por cierto de los andaluces -y el 63 de los españoles- es mileurista. Una cantidad, finalmente, más que apetecible si tenemos en cuenta que puede ser un 30% más de lo que se gana por el mismo trabajo, en el mismo período de tiempo y, desde luego, en peores condiciones, en la recogida de la uva La Mancha.
Las condiciones tampoco parecen resistir comparación. En los “chateau”, como popularmente se conoce a las fincas de viñedos en los que se enclava una gran casona que, en efecto, se asemeja en cierto sentido a un castillo, los vendimiadores realizan un trabajo efectivo y delicado. Nos dice Francisco que “no es un trabajo duro, sólo de maña”. Por cada tres o cuatro cortadores de uva, hay un porteador. Cada uno hace exclusivamente su trabajo, de forma sistemática y organizada. La uva se pone en cajas pequeñas, de cinco kilos, que no deben llevar ni hojas, se descansa entre 10 y 15 minutos al final de cada linio, y se hacen entre 6 y 15 linios cada día.
En la mayoría de las fincas, se come en un comedor, y no en medio del campo; los matrimonios tienen habitaciones individuales e, incluso, cuando el desplazamiento a las fincas es más o menos largo, se hace en autobuses urbanos, y no sentados en una camión, con una lona encima para reservar del frío, como ocurre en La Mancha.
No es de extrañar, por tanto, que en un año como éste, en el que la crisis comienza a golpear fuerte en las economías de muchos, no falten los dispuestos a marchar a Francia. Francisco Moreno, durante muchos años capataz del grupo, nos cuenta que ya ha tenido que decir que no a más de veinte personas. Entre los “privilegiados” que sí irán hay de todo: mujeres, hombres, muchos jóvenes universitarias, incluso de 18 ó 20 años, que con la vendimia ganan un dinero que viene de perlas para echar el curso más desahogados. Buena parte de ellos son de Ermita Nueva, pero también los hay de Frailes, Mures, Alcalá, Castillo e incluso Fuente Vaqueros. En otros pueblos, como Valdepeñas, por estos días, la marcha a la vendimia francesa alcanza un carácter masivo. Cientos de jornaleros llenan autobuses enteros dejando un paisaje de soledad humana que resulta evidente.
También desde la estación de autobuses de Alcalá partirán, el próximo 23 ó 24 de septiembre, dos autobuses, colmados casi de trabajadores de nuestra tierra. Por delante, casi una jornada completa de viaje, hasta llegar al sur de Francia.
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