Habló mucho Ortega y Gasset, que fue diputado en la II República por la provincia de Jaén, sobre los necios y la necedad con citas tan clarificadoras como: “Cuando un loco o un imbécil se convence de algo, no se da por convencido él solo, sino que al mismo tiempo cree que están convencidos todos los demás mortales”, o “El malvado descansa algunas veces; el necio, jamás”.
Cuando el exdiplomático francés y excombatiente de la resistencia francesa internado en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, Stéphane Hessel, publicó su pequeño ensayo ¡Indignaos! en 2010, puso nombre y apellido a un sentimiento, un estadio social, que había florecido en el mundo occidental tras la llegada de la crisis. En Europa, los ciudadanos salieron a la calle, situándose España a la cabeza de las protestas a través del Movimiento 15-M. Los países árabes protagonizaron la conocida como Primavera Árabe, una serie de manifestaciones populares que clamaban por otra democracia y por más derechos sociales. Estas protestas pusieron fin, incluso, al gobierno de Túnez y provocaron una guerra civil en Libia.
Como en otros periodos de la Historia, la respuesta de los ciudadanos fue directamente proporcional a la falta de libertades y a la necesidad de modificar un sistema cada vez más oligárquico, cada vez más desentendido en la necesaria intervención en la Economía, al menos, en lo que a desajustes sociales se refiere, y sobre todo, en medidas de control bancarias (desactivadas a lo largo del fin del siglo XX).
La evolución de toda aquella masiva indignación ha provocado la escalada paulatina del discurso populista en la sociedad, con su correspondiente traslación a la política, porque no olvidemos que el pensamiento político surge siempre de la masa social y no al contrario. De este modo, la indignación prendió en la sociedad avivada por la corrupción política hasta el punto de que tal y como decía hace unos día Javier Marías, nos hemos convertido en adictos a la indignación. Y con ese caldo de cultivo y con mensajes simples y populistas, la necedad aflora a borbotones, soberbia, vehemente, marcial e insoportablemente estúpida.
Y como quiera que todo mensaje siempre ha necesitado de un transmisor, las redes sociales se han convertido en el mejor conductor de todos los mensajes que adoctrinan a los receptores, que son a su vez emisores, todos ellos altamente capacitados, claro está. Y de este modo el circuito de la estulticia se cierra en una perfecta ceremonia de la inmediatez indignada y cada vez más indigna.
No quiere esto decir que las reivindicaciones, las protestas y las denuncias no sean legítimas y necesarias. Al contrario, más que nunca, pero desde una sólida reflexión y desnudas del populismo y la demagogia que pretenden sumergirnos en la ilusión de que estamos cambiando el mundo dando su merecido a los malos, malotes, a los que dentro de poco volveremos a poner al frente de la gestión de lo público, apresurándonos, al día siguiente, a lapidar sin piedad en un eterno retorno estúpido y estéril, que seguramente sonroje a Stéphane Hessel y lo haría, con toda seguridad, a José Luis Sampedro, prologuista y abanderado del movimiento indignado.
Jaén
Todo este devenir ha tenido y tiene su guión en Jaén y su provincia. Las protestas del movimiento 15-M dieron pie al nacimiento, además de las tendencias políticas de las que hemos participado a nivel nacional, de dos movimientos ciudadanos, fruto de la indignación y, sobre todo, del abandono inversor de las administraciones en esta tierra, que tras una década de crisis, ha disparado la brecha con el resto de capitales de provincia, sobre todo, de Andalucía. Primero fue el Movimiento Abierto por la Cultura (MAC), que salió a la calle a reivindicar su trabajo y gritar bien alto que en Jaén “sí había”; y más recientemente, ‘Jaén Merece Más’, una plataforma ciudadana que ha conseguido la mayor unión de colectivos sociales de la historia de la ciudad y que protagonizó una manifestación masiva el pasado mes de junio. También las protestas por la situación de la Sanidad a nivel andaluz, sobre todo en Granada han tenido su clon en Jaén, primero con la ‘Marea del Cucharón’ y luego con otra plataforma. Al igual que el ferrocarril.
Despacio y tomándose su tiempo, Jaén ha despertado de la apatía, pero el respaldo debe ser aún más general y, sobre todo, sus acciones y reivindicaciones deberían estar apegadas a aquellas “condiciones objetivas” que postulara Karl Marx y a un diálogo fluido y a fiscalizador con las administraciones; porque ahora, la ‘calle’ pesa, pero su continuidad y su futuro dependerá de su coherencia y responsabilidad social, no de la repetición de clichés necios y viscerales.
La asunción de poder debe ir acompañada siempre de responsabilidad y de razones, solo de ese modo la indignación no caerá en la adicción y sí en la liberación.
En ese punto nos encontramos, con señales que se han visto esta semana en las páginas de este periódico que defiende a capa y espada, como el primero, el desarrollo y la búsqueda de una nueva idiosincrasia que nos conduzca con orgullo y dignidad por este siglo XXI, aún en pañales.