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La Semana Santa... de 2016

Lo que pase en la calle Real esta Semana Santa no debe preocupar a nadie. A todo lo más se arregla con zahorra.

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El problema ya no es el Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (ADIF), ni que la Junta de Andalucía comenzara la casa por el tejado o sabe Dios por dónde la comenzó que le está saliendo como le está saliendo, o como no le está saliendo. El problema no es el tráfico que nunca debió pasar por la calle Real a tutiplén porque a nivel local también se han hecho las cosas como se han hecho -y cada uno sabe bien cómo se ha pasado el sentido común por debajo de las entendederas con tal de arrimar el ascua a su política partidista y hasta particular- ni siquiera los armatostes que pretenden esconder dentro de las marquesinas transparentes en una especie de camuflaje demencial en algunos casos a escasos metros de monumentos calificados como Bien de Interés Cultural (BIC) porque algún lumbreras se creyó que eso de BIC era un bolígrafo. Que no se extrañe nadie de lo que parece una estupidez, que no se pueden imaginar la cantidad de iletrados que hay por esos pesebres políticos pasando por lo que no son.

El problema no es un mal acabado de las nuevas obras como se han apresurado a decir desde esa plataforma que sólo se manifiesta cuando se la invoca, porque casi etérea es más allá de una mesa para una rueda de prensa intempestiva. Porque no es un mal acabado, sino que no está acabado, que no se puede estar en misa y repicando, haciendo las cosas bien cuando se trabaja a paso de tango para llegar a donde no se va a llegar, prueba de ello es que se ha suspendido el último tramo porque no da tiempo a terminar antes de que entre por allí la primera cofradía.

El problema es de mucho más calado. Es un problema de Susana Díaz que adelantó elecciones, aunque tal problema simplemente se ha adelantado porque lo hubiera sido después de abril con pruebas posibles del tranvía con viajeros y todo -gratis, eso sí-, pero que ahora nadie del otro lado está dispuesto a permitir que se mueva nada que huela a que lo que ya casi todo el mundo da por no hecho, o por mal hecho, o por “hecho pa na”.

Explicando, que es gerundio, que convocar unas elecciones supone paralizar no sólo la actividad habitual que se transforma en clave electoral, sino que a lo que se suspende o se transforma se une lo que se suspende por otro sitio para que la clave electoral no tenga efectos. O sea, eso mismo de que ADIF permitiera las primeras pruebas del tranvía y no permita las segundas, al parecer porque en las primeras no se daban las circunstancias que se dan en las segundas y que según dicen ahora -el presidente andaluz del Partido Popular- vienen desde mucho antes que las primeras.

¿No me explico? ¿Y quién se explica nada con esto del tranvía? O peor, con esto de la política de gente bajita, mediocres apesebrados y disciplinados a los que quieren quitar de enmedio otros mediocres que buscan un pesebre con el que hacer un portal. O el chalet. ¿Quieren que lo ponga peor? Todavía es posible. Y aún más, si tuviera espacio. Pero baste decir que no son sólo las elecciones autonómicas las que van a parar todo lo parable.

Lo que pase el 22 de marzo no va a influir en lo que hagan sus señorías desde entonces hasta el 24 de mayo, cuando hay que elegir otra vez; ni lo que pase el 24 de mayo va a influir en lo que hagan los señorones hasta el otoño, cuando toca acudir de nuevo a las urnas -las catalanas no nos afectan, espero, no juro- para elegir entonces a quien gobierne España. Nada menos. España. Una Nación a la que los militares llaman Patria. Bueno, los militares y Pablo Iglesias. Miedo me da, que diría Ana Pastor.

Sumando unas con otras, mientras esto se aclara -aunque también puede ocurrir que el sol se nos caiga encima y aquí nadie vea por dónde entrar o por dónde salir, que todo puede ocurrir- habrá transcurrido un año de desacuerdos, con el tranvía y con la mare que parió a la mitad de ellos. Y luego habrá que esperar a que los que lleguen encuentren el norte. O sea, que lo que pase en la calle Real esta Semana Santa no debe preocupar a nadie. A todo lo más se arregla con zahorra. Lo preocupante es lo que pase con la Semana Santa del año que viene. Lo mismo ni ha llegado la goma de Alemania, la que va entre la plataforma tranviaria y la acera.

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