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Momo para Sevilla

Hoy es lunes de carnaval, esa fiesta que los estudios sociológicos y antropológicos definen como un paréntesis de subversión de la realidad cotidiana...

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Hoy es lunes de carnaval, esa fiesta que los estudios sociológicos y antropológicos definen como un paréntesis de subversión de la realidad cotidiana, que orilla las actividades profanas -el trabajo y su rutina- y permite acciones que durante el resto del tiempo ordinario serían vistas como inadecuadas o inmorales. Su celebración, cuyo germen algunos sitúan en las fiestas paganas del Antiguo Egipto y las bacanales romanas, en siglos pasados cobraba aún más sentido al convertirse en el rellano de la diversión y el placer antes de iniciar la dura y exigente subida de la escalera de la cuaresma cristiana, tiempo para la penitencia, el recogimiento y la austeridad.

El carnaval es un tiempo que suspende el tiempo oficial y que nos sumerge, regresando a su origen ancestral, en el tiempo mítico, en la inmortalidad. Es un espacio sin espacios, un vivir sin limitaciones y un actuar en una escena abierta y móvil, compartiéndolo con el resto de personas sin mirar su procedencia ni condición social. Ejemplifica y resume la cultura popular, y constituye un prototipo ancestral de las actuales redes sociales, donde todos pueden ser “amigos” e interactuar aún sin conocerse previamente. Además es un ejercicio democrático al suprimir las barreras jerárquicas, llegando incluso a invertirlas, y diluir las clases sociales en una sola, el pueblo.Para que pique, al guiso se le añade un poco de guindilla, el componente diabólico, que resucita en todos los participantes un espíritu alegre, transgresor y prohibido, que se atreve a hacer y decir cosas que durante el tiempo ordinario le costaría más de un disgusto.

Quienes pretenden despachar de un plumazo el carnaval, lo definen a la ligera como la transformación en algo que no se es durante un tiempo para hacer el ridículo sin rendir cuentas a nadie. Estos análisis se basan en la actuación y la impostación vital como eje de la fiesta. Partir de esa idea condena al carnaval a ser una celebración falsa y mentirosa, y por tanto rebaja su valor popular hasta un divertimento ficticio que lo más que consigue es distraer a los ciudadanos por unos días de sus problemas. Sería como el opio del pueblo, pero con confeti y máscaras.

Es una visión simplista, cuando no interesada. Lo pienso cada año cuando envidio a la gente de Cádiz por tener un carnaval que más que ocultar el rostro social y ciudadano, hace lo contrario, sacarlo a la luz sin maquillajes ni caretas. Es una fiesta de la verdad popular, donde cada uno dice lo que verdaderamente piensa y expresa sus más insondables dudas a través de un tipo (disfraz), cantando en una agrupación o recitando romances. No es un tiempo para el libertinaje, sino para la libertad de la palabra; no es un espacio para la hipocresía, sino para la mostración simbólica.

Habrá quien tache de chufla a quien se disfrace y diga que solo canta pamplinas, sin saber que el humor es la más sofisticada fórmula para la crítica y que reír –y reírse de uno mismo- es un acto de rebeldía que enerva al poder.Habrá quien menosprecie letras calificándolas de populistas, sin pensar que los ciudadanos de este país están hartos de alambicadas fórmulas dialécticas que nada les dicen sobre sus verdaderos problemas; para ellos, más populista es el lenguaje del poder.

Siento envidia de esa libertad para la expresión del carnaval gaditano y echo de menos uno en nuestra ciudad, tan dada a la hipocresía, al apuñalamiento por la espalda y a la crítica sin dar la cara. Sería un sano ejercicio de asepsia y nos permitiría vivir más a gusto con nosotros mismos, no porque fueran a mejorar las cosas, sino porque nos liberaría de corsés que nos convierten en consentidores y cómplices de este cinismo que, en ocasiones, es un palo en la rueda del progreso de nuestra ciudad.

Desearía un carnaval permanente en Sevilla, que durara doce meses, donde cada cual llevara su tipo a cambio de decir las verdades que lo carcomen por dentro; tener la libertad de expresarnos sin miedo a lo que otros pensarán. Un carnaval de crítica con respeto, que nos hiciera unamijita más rebeldes de lo que somos; que Momo nos iluminara más a menudo y tiráramos a la basura la máscara de ese dios pagano que tan bien nos resume, Jano.

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