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El jardín de Bomarzo

Valores y quebrantos

No tengo demasiada fe en que todo termine como debería, aunque bien es cierto que preferible es empezar por algún sitio

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“La experiencia demuestra que si el establecimiento de obligaciones no va aparejado con un régimen sancionador por su incumplimiento, en la mayoría de los casos este tipo de normas no se aplican o se hace de manera más suave o limitada. Por tanto, se hace necesario se contenga un régimen sancionador”.
Bomarzo –alegación aceptada a la Ley de Transparencia-. 


Parlamento, 26 de marzo.  El grupo parlamentario socialista organizó una jornada matutina para exponer la Ley de Transparencia que, un día más tarde, fue defendida en el Parlamento por Susana Díaz, ya recuperada de esos problemas de salud que la han tenido alejada unos días. El acto, presentado por Mario Jiménez, portavoz parlamentario del grupo al que voces internas en San Vicente sitúan en posición de observante y eso en política viene a decir que mide cómo resituarse y, sobre todo, cuándo hacerlo –elevado ahora en consideración y liderazgo por algún que otro delegado del Gobierno como, por ejemplo, el de Cádiz…-, contó con la presencia de parlamentarios del PSOE, algunas asociaciones y colectivos, alcaldes y, por lo que más tarde indago, alegantes, pocos, a esta Ley tal y como sucede con este obstinado jardinero, que sigue esperando a que la Junta le mande la contestación a las alegaciones presentadas allá por julio en aquella fase de información pública que tuvieron a bien abrir a la ciudadanía.
El Consejero de la Presidencia, Manuel Jiménez Barrios, manifestó en diciembre pasado que fueron “presentadas más de 500 alegaciones en el trámite de exposición al público del texto, de las que un 21 por ciento han sido aceptadas” y, de ello, se podía pensar que, quizás, eran muchas para contestarlas pronto, pero con la Ley ultimada no parece que ya exista posibilidad alguna de recibir la respuesta.
Tras ser invitado por el grupo parlamentario socialista a la presentación del proyecto de Ley y a su siguiente debate parlamentario, he buceado en él, buscando si alguna de mis alegaciones ha tenido acogida.
De entrada, el informe de la Secretaría General Técnica de la Consejería de Presidencia dice: “En el trámite de información pública se han recibido seis alegaciones, cinco a través de medios telemáticos y una en formato papel”, para añadir en el siguiente punto: “Una vez analizada las 30 alegaciones -24 informes y seis en trámite de información pública-…”. ¿No eran 500? ¿Solo una en papel, que es la mía? Habiendo existido sólo 30 alegaciones precisamente a un anteproyecto de una Ley de Transparencia, ¿es coherente, razonable, empezarla no respondiendo a tan exigua cifra de escritos?
Continúo y entro en el texto del proyecto de Ley buscando mis nueve sugerencias y lo primero que resalta es que la ley andaluza mantiene el silencio negativo fijado en la ley estatal aprobada en diciembre pasado y no va más allá, tal como con buen criterio, entiendo, proponía: es decepcionante, por no llamarlo de otro modo, que la transparencia predicada no implique desterrar la fea, feísima, práctica del silencio negativo, ante el que un ciudadano sufridor no puede sentir otra cosa que una enorme falta de respeto.
Pero, prosigo, dos de mis sugerencias, trascendentes, sí han sido recogidas; decía que “desgraciadamente la experiencia demuestra que si el establecimiento de obligaciones no va aparejado con un régimen sancionador por su incumplimiento, en la mayoría de los casos este tipo de normas no se aplican o se hace de manera más suave o limitada. Por tanto, se hace necesario se contenga un régimen sancionador” y, sorpresa, el proyecto de Ley incluye un nuevo Título VI conteniendo un régimen sancionador, algo que la Ley estatal omite. La otra sugerencia que se recoge en el texto está contemplada en la Ley estatal y la andaluza la incluye remitiéndose a ella, concretamente la referida a la sujeción a las obligaciones de transparencia por parte de los partidos políticos, sindicatos y entidades privadas financiadas con dinero público. No sé si de las 29 alegaciones restantes alguien más solicitó lo mismo, puede que sí, pero en cualquier caso y aunque sólo vea dos de mis sugerencias recogidas en el texto, por su importancia, me doy por satisfecho, el tiempo por bien empleado y tal vez, solo tal vez, contándolo aquí contribuya a motivar conciencias sobre lo importante que es participar y presionar a los administradores políticos para que nos tengan en cuenta. Mario Jiménez anunció ese día, además, la elaboración de una ley andaluza de participación ciudadana y ya digo que, visto lo visto, me apunto a repetir experiencia.
En todo caso, hay que reconocer que la Ley andaluza de Transparencia es más ambiciosa y completa que la estatal, pero resulta incomprensible que cuando lo normal en toda Ley es que su entrada en vigor sea al día siguiente de su publicación, ambas leyes, la estatal y la andaluza, difieran su vigencia en un año y para el caso de las entidades locales se les conceda dos para su adaptación, más cuando hablamos de algo de lo que no debería ser motivo de debate y es que la administración pública, financiada a través de los impuestos de todos, sea totalmente visible para el ciudadano y no opaca como lo ha sido hasta ahora. Por ejemplo, siendo transparentes sabríamos cómo o por qué Comunicación Social, a través de agencias y usando a terceros, contrata campañas publicitarias institucionales como la del 28-F en medios digitales sin CIF, cercanos.
Si todo esto forma parte del debate de hoy es solo por el enorme descrédito en el que ha caído la clase política y no porque a nadie, de pronto, le hayan entrado ganas de transparentar sus intimidades, al contrario. Es solo una forma de intentar acercarse de nuevo a un descreído ciudadano y, por ello, no tengo demasiada fe en que todo termine como debería, aunque bien es cierto que preferible es empezar por algún sitio y, en lo que me atañe, expectante quedo.

Suárez. Tan cierto es el cariño sincero que todo el país le ha mostrado a un hombre íntegro, digno, honesto, que supo estar y, sobre todo, irse, como el hecho de que en los últimos treinta años nadie se acordó de él y solo una vez muerto ha visto recuperada su memoria para ser aclamado por, incluso, quienes le traicionaron, que, dicho sea de paso, fueron casi todos. Pero es la vida, ni más ni menos. De todo me quedo con dos cosas: la credibilidad perdida en los políticos de hoy ha activado, opino, la memoria ciudadana, muy necesitada de ética y estética, que ha querido reconocerle, sea tarde, todo lo que hizo y, dos, me emociona aún aquella imagen suya sentado ante los disparos de Tejero porque, y me pongo íntimo, viví una noche de penumbra poco antes de aquello, siendo muy niño, cuando los verdes de madrugá  vinieron a llevarse a uno de mi sangre por atreverse a pensar por libre. Y recuerdo el miedo y el llanto. Y no tengo más que dar las gracias a hombres como Suárez, como a tantos otros, que dijeron basta. La pena y lo triste es que de aquellos valores, estos quebrantos.

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