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Espabilaos vs. pringaos

Estamos instalados en una cultura de lo facilón, donde valores como el esfuerzo, el sacrificio y el trabajo se sustituyen por contravalores que encumbran a quienes son capaces de lograr lo que quieren rápidamente y sin peaje alguno...

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Estamos instalados en una cultura de lo facilón, donde valores como el esfuerzo, el sacrificio y el trabajo se sustituyen por contravalores que encumbran a quienes son capaces de lograr lo que quieren rápidamente y sin peaje alguno. Otro de los nombres por los que se conoce este estado de cosas es la “cultura del pelotazo”, que ha entronizado a personajillos cuyo único mérito fue buscar los recovecos y la connivencia del sistema para enriquecerse de manera exprés.

Convertidos en ejemplos, proyecciones de lo que nos gustaría ser si pudiéramos, hemos despreciado a esos otros que luchaban por llegar a ese mismo lugar siendo honestos y dejándose los pellejos en el empeño. Estos últimos son los pringaos de la cultura de lo facilón, los que rechazaron los atajos para ir por la ruta más larga.

Esta religión, que adora al becerro de oro de la inmoralidad y se hinca de rodillas ante todo lo que esté exento de responsabilidad, tiene como primer mandamiento santificar lo fácil en cualquier ámbito de la vida. Sus devotos lo hacen porque lo fácil carece de cualquier carga moral y ética, abrazándolo no empeñan nada y eso les permite huir sin mirar atrás cuando el templo que le dedicaron se viene abajo. Se largan sin más, abandonando a su suerte a los pringaos, que acabarán sepultados bajo los escombros de las chapuzas de lo fácil.

Como en la instauración de esta cultura de lo facilón todos hemos sido cómplices, por acción u omisión, ahora tenemos serias dificultades para denunciarla sin que nos ruboricemos. El resultado es que los niveles de exigencia están por los suelos y, cuando nos hemos querido dar cuenta, vivimos en una permisividad casi obscena, donde todo se permite sin que tenga un rechazo contundente y una respuesta férrea no solo de las autoridades, sino de la ciudadanía. Nos tragamos sapos que, a buen seguro, dentro de unas décadas, analizado desde el rigor objetivo, nos condenarán a pasar a la historia como una sociedad amoral, casi inmoral.

Y claro, los espabilaos de la cultura de lo facilón se aprovechan de la desidia de los pringaos y fuerzan la rosca hasta límites que serían inadmisibles en cualquier otro país medianamente civilizado. Se atreven a hacerlo personas que, además de estar invalidadas por sus propios actos, han sido condenadas judicialmente. De este modo asistimos en estas últimas semanas al bochornoso espectáculo de delincuentes condenados que no tienen el más mínimo pudor en pedir su indulto para que sus penas queden sin efecto. Se escudan en su popularidad y repercusión mediática para solicitar esta medida excepcional de gracia, alegando una serie de motivos que, de ser tenidos en cuenta, deberían abrir las celdas de la mayoría de la población reclusa de este país.

El espabilao que ha delinquido fácilmente piensa que igual de fácil se librará de las penas impuestas por la justicia de los pringaos, y en esa estamos.

El indulto, más allá de una medida de gracia, debe ser una acción justa. Ha de ser una decisión tan sólidamente motivada que la convierta en justa por encima de lo dictado por la justicia, y no al contrario, en una negación de la legitimidad judicial. Un indulto injusto deja con el culo al aire a la justicia y, lo que es peor, sienta un peligroso precedente. Si además se indulta a condenados de trascendencia pública y cuyos delitos fueron especialmente sensibles de cara a la población, se cierra este círculo vicioso de la cultura de lo facilón: los espabilaos vuelven a ganar.

La justicia no está para que nadie le largue marrones, y menos el Gobierno. Ella solita se ha ganado el desprestigio ciudadano con decisiones inexplicables, dejándose influir y condicionar por el poder político, embarrándose en peleas internas sorprendentes, la última de ellas entre fiscal y juez de instrucción del caso Nóos. No está el horno para los bollos de unos indultos injustificables mientras hay presos cuyas circunstancias deberían ser más que suficientes para ser indultados.

Es hora de empezar a destruir esta cultura de lo facilón y demostrar a los espabilaos que la justicia -y los indultos- de los pringaos no es tanfácil como ellos creen.

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