En Argo Ben Affleck lleva a la gran pantalla la crisis de los reheres en Iran de 1979 y aprovecha la ocasión para firmar su cinta más redonda como director y, de paso, también como actor.
Tras un prólogo en forma de cómic, una pequeña y genial clase de historia sobre Irán para que el espectador más descolocado sepa de dónde vienen "estos lodos", la tercera película de Ben Aflleck como director entra en materia para relatar una historia totalmente rocambolesca pero real. Uno de los pasajes más surrealistas del espionaje.
En 1979 la embajada de los Estados Unidos en Teherán fue asaltada por un grupo de exaltados iraníes y casi todos los que allí se encontraban (más de medio centenar de personas) fueron hechos prisioneros. Decimos casi todos porque seis miembros del cuerpo diplomático estadounidense consiguieron escapar y esconderse en la embajada de Canadá. Argo es la historia de su huída del país dominado por las fuerzas del Ayatolá Jomeini. Un rescate de película. Literalmente.
Una peripecia que se recrea con una fidelidad casi reverencial, sin caer en maniqueísmos simplones y con un ritmo narrativo envidiable. El guión, obra de Chris Terrio -que se basó en un artículo de Joshuah Bearman y en el libro de Tony Mendez, el protagonista real de la historia- mezcla en sus dosis justas intriga, acción y humor.
EL PLENO DE BEN AFFLECK
Es un hecho. A pesar de tener esa envidiable percha, Ben Affleck nació para ponerse tras la cámara, no delante de ella. La realidad es bastante tozuda en este punto. En poco más de un lustro Affleck ha conseguido tres de tres, un Jackpot indiscutible.
Adiós pequeña, Adiós (2007), su opera prima en la que el protagonismo recaía en su hermano, Casey Affleck, fue una grata y apasionante sorpresa. Esas buenas sensaciones las confirmó con The Town, otro drama criminal también ambientado en Boston en el que se resarcía como actor reservándose el papel protagonista pero en el que, sobre todo, se consagraba como un notable director.
Ahora, con Argo, Affleck da un salto de calidad como director saliendo del cascarón que es su Boston natal para manejar con una eficiencia casi perfecta los hilos de esta generosa historia. Una trama variopinta -el filme respira moviéndose de la tensión que se vive en Teherán a la farsa hollywoodiense- que le permite transitar por parajes, como el de la comedia, que hasta ahora le eran extraños. Un reto del que sale muy reforzado.
Y este viaje de ida y vuelta al Irán de hace tres décadas le sirve en cierta medida para intentar de nuevo reivindicarse como intérprete. Aunque, sinceramente, eso es lo de menos. El Affleck director eclipsa totalmente al -esta vez aseado- Ben actor.
GLORIA ETERNA A ALAN ARKIN
Con un protagonista cumplidor a secas, los pasajes que abordan los dramas familiares del personaje de Affleck son lo más flojo de la cinta, la gloria en el apartado interpretativo es para los secundarios. Y en Argo éstos son auténticos artículos de lujo.
John Goodman, que da vida al oscarizado maquillador John Chambers, está inmenso, Bryan Cranston incluso mejor, pero lo que no tiene nombre es lo de Alan Arkin. Su interpretación como el productor de cine Lester Siegel es sencillamente colosal. Un derroche de genialidad en cada una de sus secuencias que al abuelo de Pequeña Miss Sunshine -y aquí viene la barrabasada/apuesta de la semana- debería valerle su cuarta nominación al Oscar.
Mención especial merecen también los seis rehenes (Clea DuVall, Tate Donovan, Scoot McNairy, Rory Cochrane, Christopher Denham y Kerry Bishé) cuyo trabajo, y caracterización, están al gran nivel del magnifico conjunto que es Argo. Cine de altura que evidencia, parafraseando a Salti Balmes y su grupo catalán de moda, que Si tú me dices Ben (actor), yo dijo Affleck (director).