No hay mortal que se resista a una buena parrillada o una reunión informal, en razón de lo que sea, con niños dando la vara alrededor y uno de ellos -o de ellas- vestida de blanco angelical y dándole morcilla, a los primos pequeños. Es lo que tienen estas fechas , que te hacen muy humano, te peleas por los niños, sacas los pulmones fuera, te ríes hasta reventar y dejas la cruzcampo , el barcelo y otros afines, sin existencias. No soy de las castas de Baco, así, que en las fiestas , donde se pimporrea, no soy invitada muy apreciada , porque veo y luego escribo, en perfecta o imperfecta consciencia, pero siempre sobria , a las circunstancias impuestas. Son estas épocas confusas, donde la gente ya no cree en monarquías , pero se flipa por una boda de cuentos de hadas, cuando ya todos sabemos que las hadas se casaron con los orcos y se hicieron gordas y cretinas, mientras las futuras princesas fumaban porros o tenían relaciones con quienes les daba la gana, para luego llegar a un altar celestial , tocadas de velo blanco inmaculado y trincar a un príncipe , que les comprara Gucci y Blanes, a mansalva.
Se ha disuelto en el papel de la credulidad –sorpresiva y televisivamente-el que puso en brete a los Estados Unidos, porque le han cogido-según ellos- con nocturnidad y sin armas de destrucción masiva y ahora el mundo teme porque los locos , aún muertos, pueden hacer mucho daño y más aquellos que claman por venganzas y tropelías, sin víctimas definidas, sino futuras masacres. El mundo civilizado se preocupa por comercializar condones para borrachos y no por dar cultura a los niños, los padres por darles mejores convites que sus vecinos , pero no por estar en el paro, sino porque no cese la subvención , que nos llena el frigorífico y paga la hipoteca. El mundo da cabezadas, porque le duelen las puñaladas traperas, los vaivenes, las necedades y las mentiras , mientras vemos las noticias que nos dan enlatadas y creemos que ha muerto el más buscado terrorista , aunque no hayamos visto nada, ni haya ninguna prueba de ello, porque somos hijos de la televisión y ya nos lo creemos todo, hasta la telebasura que nos salta las lagrimas o los realitys , sin los que no vivimos. Dejamos la puerta abierta, sin darnos cuenta y entraron a convidarnos de fiesta, nos abotargamos y ya no somos más que lerdos lechones , que se creen cualquier cosa, que no leen y trinan, despellejando a tirones, a los que no van , por la misma senda.