Porque la hablilla insiste en la imagen. Como nuestra Semana Santa se ha mojado bastante, hay una mezcla de agradecimiento por nuestro líquido tan necesario y de pena por no haber podido escuchar el redoble del tambor, el toque agudo de la corneta y el tintineo de la campanilla por nuestras calles.
La solemnidad de los titulares la hemos visto en los móviles. En fotos o videos, ellos nos han facilitado la entrada a las iglesias para apreciar el trabajo, valorarlo y admirar la decisión tomada por las hermandadesal suspender las salidas. Esta vez la distancia ha sido salvada por la pantalla.
Sin embargo, a estas imágenes tan bellas como impresionantes se une otra que nos ha dejado tan helados como el agua que caía mientras se estaba grabando. No hay autoría o al menos no se ha mencionado quién ha sido la mano ejecutora, la que dio al botón rojo de la pantalla para captar al funambulista espontáneo y anónimo caminando por la baranda del puente del Gran Poder. Llevaba buen paso, ni rápido ni lento, con la seguridad de la experiencia podría decirse, una tranquilidad de la que hizo gala al contestar a la advertencia de una caída que se le hacía desde un coche.
El simple hecho de encaramarse sería difícil y si encima el cielo jarreaba, uno concluye en que la casualidad nos ha puesto ante la actuación del artista circense más aguerrido, rizando la conocida coletilla del más difícil todavía sin haber pagado por la función. Desde el pasado viernes la mente no sale del bucle, porque si peligroso fue subirse, como se anotó, y el paseo por el hierro lo aumentó, la pregunta que no deja de surgir es cuánto pudo aguantar allí arriba, hasta dónde llego o cómo se bajó de la barandilla, de aquella barra de hierro por la que resbalaba el agua, con las gotas golpeándole la cara. Con lo que aturde un chaparrón.
No se sabe si el video habrá alcanzado el grado de viral, el galardón tan preciado que otorgan las redes, como sabemos. Lo que sí se sabe es el impacto que está causando y que acabará en cuanto se suba otro con otra vuelta de tuerca. En realidad, el proceso, más bien el principio de toda esta maraña no ha variado, se graba todo para ser o llegar el primero.
Esperemos que este espontáneo se encuentre bien, que haya podido bajar sin peligro de este alambre peculiar, más ancho, plano y visible que el existente bajo la lona de un circo. Inevitablemente recordamos a aquellos equilibristas, que vestidos de blanco cruzaron la Plaza de la Iglesia desde la azotea más alta hasta uno de los campanarios a lomos de una bicicleta. Nada nuevo bajo la lluvia.