La vida

Publicado: 09/12/2022
Autor

Pedro García Vázquez

Pedro García es periodista. Director de Informativos de 7 Televisión y Publicaciones del Sur

Absit Invidia

Con la esperanza de ser entendido por lo que pone, y por lo que no. Eso sí, sin ánimo de ofender ni en castellano, ni en latín

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Es el final de una historia de dos personas normales, que no ocuparon portadas ni páginas de periódicos, pero que merecen un reconocimiento
Ayer, día de la Inmaculada Concepción, se cumplieron cinco años de la muerte de Manuel Torres Godino, un jiennense nacido en el barrio de la Alcantarilla, que pasó por la vida sin llamar la atención, que era un apasionado de Jaén, su patrimonio, sus tascas, su equipo y su Abuelo; pero que sobre todas esas cosas era mi tío. Un cáncer de estómago se lo llevó tras ser detectado demasiado tarde pese a dar evidentes señales de encontrarse mal, algo que era obvio para todo el mundo menos para los médicos que le atendieron de inicio.

Mi tío era un cachondo. Muy bromista. Recuerdo que decía que el Hospital Neveral, de cuidados paliativos, era como una plaza de toros: el que entraba allí salía a hombros; pero también recuerdo y con horror el día que le dijeron que tenía que ir al Neveral. Terrible. Allí falleció pocas semanas después, momento que compartimos su esposa, mi tía; un ángel de esos que te aparece en la vida, de nombre Inma; y yo mismo.

Poco más de dos años después, la vida, que ya había sido despiadada con mi tío Manolo, golpeó a su esposa. De nuevo, el mismo panorama: dolores sin respuesta en la sanidad pública hasta que un día no pudo más y se desmayó. En aquel momento, al ingresar en el hospital, le dijeron que tenía neumonía cuando en realidad lo que padecía era cáncer de pulmón con metástasis. Le quedaba, nos dijeron, poco más de un mes de vida pero se volvieron a equivocar porque duró una semana. Era puro nervio y quería mucho a su marido. Hay quien dice que somatizó la pérdida de mi tío. No lo sé. Fueron dos mazazos de los que aún no nos hemos repuesto.

Comprenderán que se me hayan quitado las ganas de ir a la capital del Santo Reino, aunque me encante esa ciudad y su provincia de la que llevo sangre tosiriana por mis venas, pero ya les digo que estaré el 14 de enero para correr la San Antón porque será mi forma de recordar a una pareja que, cuando se preparaba para disfrutar de su jubilación -con setenta y pocos él y sesenta y muchos ella-, la vida, feroz y despiadada, les dijo no. Desde hace tres años, descansan juntos en el Cementerio Municipal de San Eufrasio. Es el final de una historia de dos personas normales, que no ocuparon portadas ni páginas de periódicos, pero que merecen un reconocimiento. Su final nos recuerda lo efímera y egoísta que, en ocasiones, puede ser la vida.

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