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El pobrecito hablador

Esperas

Tenemos ese concepto que llamamos esperanza, ese sueño de tener lo que nos falta, de llegar a ser lo que no somos, de estar donde no estamos

Publicado: 15/11/2022 ·
10:09
· Actualizado: 15/11/2022 · 10:13
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Autor

Francisco Palacios

Palacios es matemático y programador. Publicó su único libro hace ya unos años y sigue siendo el autor más leído de su calle

El pobrecito hablador

Escribo sobre lo que me gusta, pero sobre todo sobre lo que me disgusta, como un grito desesperado para no ganarme una úlcera

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Esperar es algo que nos acompaña toda la vida, porque nada se mueve a nuestro mismo ritmo ni  aparece cuando lo necesitamos. Por eso tenemos ese concepto que llamamos esperanza, ese sueño de tener lo que nos falta, de llegar a ser lo que no somos, de estar donde no estamos.

El pasado 12 de Octubre fue un día de esperas. El monarca tuvo que esperar un largo minuto para que apareciera el Presidente del Gobierno; para algunos, un fallo de protocolo, para otros, una burda maniobra para evitar la berrea anual de los que lo esperaban en el graderío. Una costumbre tan enraizada que debería ser incluida ya dentro del programa oficial. Sólo si el Presidente es de izquierdas, claro. Imagínense esa familia, encerrada dentro del Rolls, sin poder moverse; ese jefe del Estado, mirando el reloj y pensando que ya se le ha ido el día. Un desastre.

La espera es, como el propio paso del tiempo, muy relativa. Lo que para unos es un suspiro, para otros es poco menos que una cadena perpetua. Un minuto, o cinco, dentro de un coche de lujo puede llegar a ser asfixiante, una eternidad comparada con el par de años que lleva la gente de la Cañada Real sin luz, con los meses que debe pasar un ciudadano de a pie para que le llamen a una revisión oncológica, con el tiempo que pasan los los expedientes en los juzgados en ser atendidos por falta de personal, con los años de retraso en la renovación del poder judicial, en los que el partido de la oposición se ha pasado la sacrosanta Constitución por el arco de sus caprichos. O la tremenda espera de un anciano recluido en una residencia, aguardando a ser atendido sin saber que estaban jugando con su vida.

La espera se transmuta en esperanza. Sin ella no tenemos ilusión por la llegada del día siguiente, porque nada nuevo podemos esperar de él, porque la vida no sería más que una eterna y aburrida reposición de un día repetido hasta el hartazgo. No se debe dejar de tener sueños y esperanzas; con los pies en el suelo, pero con los sueños por las nubes.

Yo espero volver a ver al Málaga pasearse por San Siro, una Andalucía empoderada manejando el timón de su propio destino, y una papeleta con la que pueda elegir al jefe del Estado. Total, la esperanza es lo último que se pierde.

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