No se trata de la novela de Stefan Zweig, escalofriante, conmovedora y sorprendente, sino del reinante, del que nos azota ahora y desde hace seis meses con ruidos metálicos, cortos y ensordecedores. Parece haber cogido el testigo del de la pandemia anterior o bien es una versión agigantada del mismo. El caso es que el tiempo pasa anudándose a la rutina, obligando a seguirla con temblor. Los medios informativos se han hecho eco de este malestar, primero como noticia y luego sugiriendo pedir ayuda de la mano de famosos que aseguran haberlo hecho o estar haciéndolo.
Durante la sobremesa, en la espera breve del concurso que nos engancha a casi todos, aparece la recomendación de asistir a terapia psicológica dejando a un lado los prejuicios. Probablemente la necesitamos, porque la situación actual viene tirando de otra bastante difícil y aunque hayamos puesto todo por nuestra parte, enfrentarla ha sido incluso peor que vivirla en confinamiento. A lomos del ratón podemos acceder a un buen número de enlaces sobre este tema y cómo ha impactado en el terreno psicoemocional no solo de los niños y adolescentes, sino en el de los adultos. Si ahora nos estremecen y asustan estos disparos tan lejanos, pensamos en el sobrevuelo del fantasma de la guerra, aunque sea un tópico, y en un futuro acotado a poco más de una semana.
Por esto, por tantas cavilaciones oscuras, el miedo crece dejándose ver en el silencio tras oír las noticias, en ese espacio tan largo y denso como un suspiro, y en la prisa al comprar en el súper, donde hay estampas en las que parece haber pasado un huracán vaciando las estanterías. Es la definición única y privativa creada por el ser humano ante la creencia de que pueda ocurrir lo contrario a lo que se desea, porque se está viviendo una situación peligrosa e inseparable del instinto de protección. Puede parecer exagerado, quizás lo sea, pero los huecos son visibles y los avisos sobre productos que se están dejando de vender navegan por Internet ocupando un buen número de líneas en los enlaces alusivos. El miedo es proclive a unir ambas situaciones, además de la posibilidad de pasar hambre.
Y por si fuera poco, ahora aparece el enterovirus 68, disfrazado de gripe otoñal para los adultos y que ronda y ataca a los niños de forma más grave por su vulnerabilidad, un virus antiguo -dicen- y del que en estos días han enfermado unas quinientas personas, con algunas muertes, en cuarenta y tres estados de Norteamérica, casi todas menores de edad.
La luz ámbar sigue centelleando.