El viernes pasado me dieron permiso para salir del manicomio. Sin pensarlo me tiré a la calle y me colé en el Bodegón Andalucía de Alfonsito, donde me dijeron que se celebraba la I Exaltación de la Saeta con una noche de homenaje a Rafael Vargas. Y como Rafael ha sido saetero de toda la vida de Dios regando por las calles de La Isla en Semana Santa la calidad de su garganta, sus compañeros, también de gargantas brillantes, le regalaron unas cuantas flechas de esas que van directas al sitio.
El Bodegón es pequeño, pero se había hecho grande para la ocasión. Alfonsito cerró la barra y ofreció a los asistentes roscos, vino y el corazón en bandeja. Se notaba que iba a por todas. Por lo que explicó, la idea surgió de Juani Sánchez y él la llevó a la práctica. El fruto fue un acto sentido, emocionante, merecido y que pide su continuidad en años venideros.
Junto a Rafael estaba su familia, sin Encarna, pero siempre con Encarna. Mientras su nieta alucinaba viendo tantos piropos dirigidos a su abuelo, uno tras otro fueron apareciendo por el sencillo escenario saeteros que quisieron sumarse al homenaje con una saeta cada uno. Seguro que si Rafael hubiera sido un malaje, aquello hubiera estado más vacío que las arcas del Barcelona. Pero no, aquello se puso de bote en bote. Y cantaron sus mejores saetas El Paqui, Juan Vidal, Manuel Lucas, Juan Torrejón, Jesús Moreno, El Malia, Mª Carmen Roa, Isabel Posada, Pedro Íñigo y Juani Sánchez. La verdad es que fue un acto bonito y que se me hizo corto. La saeta tiene esa cosa que la hace única. Es como una flecha que va hacia arriba, que coge impuso con el macho a mitad de camino y que termina clavándose en el corazón de quien la escucha atentamente. Por eso son auténticas flechas las que maneja a su antojo Cupido y así pasa lo que pasa, que no salimos de una y entramos en otra.
Era la mejor manera de homenajear a Rafael, de colocarse en su terreno y de disparar al cielo con sus mismas armas. Porque Rafael es muy especial. Digamos que es la gracia personificada. Tiene sal para regalar y aun le sobra. No hace falta ser de La Isla para reírse con él, porque cae bien en todos los sitios por donde pasa. Y pasa por muchos sitios, porque no es posible que haya en La Isla gente que la recorra tantas veces como él lo hace día tras día, sin que yo sepa decir si lo hace por el tema del azúcar o porque la quiere a morir.
Este loco le desea larga vida y que no se cumpla la letra de una de sus canciones más queridas donde dice: “Soy de La Isla, lo que más quiero, soy de La Isla, por ella muero”. No te mueras tan pronto, Rafael. Más que nunca los más locos necesitamos de tu forma de ser. Más que nunca buscamos una montaña de sal donde refugiarnos. Váyase a la mierda tanta guerra, tanto odio y tantos despropósitos. Y que no falten alimentos en el colomato.
Para mi particular homenaje a ti voy a transformar la letra de la saeta más empleada por ti en esas largas noches de pasos, y que Carlos te acompañe como siempre con su guitarra:
Por la calle la Amargura
mucha sal se desparrama,
es de un noble caballero
que Rafaelito se llama.
Un abrazo de este loco, que, aunque canta bien poco, quiere también sumarse al coro de saeteros que tanto te aprecian como así lo demostraron.