Marzo, es un mes que envuelve, la temática que plantea los desafíos más prioritarios que afecta a la mayor parte de la población mundial, es decir, a la Mujer. Este mes, no recuerda nuestro papel en los diferentes ámbitos, públicos y privados, aunque este último, no esté reconocido como debiera o a duras penas, en el imaginario, se acerque a las orillas de la desvalorización. Gracias a la defensa de los derechos de las mujeres, a la aprobación de marcos normativos relevantes, a la asunción de las competencias de entidades públicas y privadas sin ánimo de lucro específicas, a los diferentes feminismos, o a la coordinación institucional, vamos avanzando en la promoción de la igualdad de género o en la prevención y protección frente a la violencia machita. Permítanme hacerme eco de un pensamiento de Manuel Martín Serrano, quien afirmó en las Jornadas: “Violencia contra las mujeres: un problema social”, que uno de los fenómenos más hirientes y que minan de lleno a la integridad física y psicológica de las mujeres: “No se constriñe a las relaciones en la pareja, también cumple sus funciones de control, de abuso y de explotación de las mujeres en las interacciones paterno filiales, en las dinámicas de integración, en los grupos de iguales, en las relaciones laborales, en el uso comercial de la comunicación pública”. Las estrategias de resolución de esta problemática social las sitúa en la transformación de las estructuras, en la organización y el funcionamiento de aquellas instituciones sociales que, para reproducirse, generan y alimentan en alguna medida esa violencia machista, centrada en la asignación de roles asimétricos entre sus miembros. El patriarcado, el androcentrismo y la resistencia en la relaciones de poder entre hombres y mujeres, son los virus letales que se transmutan y buscan cualquier grieta para seguir permaneciendo, de manera latente y explícita. Dicha “asignación de roles asimétricos entre los géneros es consustancial a ese modelo de familia, que sólo funciona cuando esa asimetría se mantiene. Y con ella la consecuente dependencia, el sometimiento de las madres, de las esposas, de las hijas. Si se rompen ese sometimiento y esa dinámica de funcionamiento, digámoslo de una vez, la familia no funciona”. A las mujeres, históricamente, se nos ha impuesto, sin alternativas ni opciones basadas en la libertad, a ser madres, esposas y cuidadoras, donde la lectura machista ha relegado a nuestro sexo/género/ identidad a no ser persona sino una “propiedad”, que puede ser utilizada y exprimida, en todos los sentidos, hasta cotas insospechadas. En el Dossier de Prensa del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales y del Instituto de la Mujer se citó “la erradicación de la violencia pertenecía al reino de las utopías realizables, pero que al igual que la esclavitud y el trabajo forzado había tardado seiscientos años en ser abolidos, de la misma forma había que tener claro que la construcción de las relaciones entre los géneros basadas en la tolerancia, solidaridad y no explotación de las mujeres, exigirían un largo camino; pero que los ritmos los marcarían la familia, la escuela y los medios de comunicación”. Es un reto, un derecho y deber, de este Siglo, instaurar las bases donde la igualdad sea una realidad y no sólo un espejismo sociopolítico, educativo, económico, cultural…
Eutopía
De las utopías realizables
El patriarcado, el androcentrismo y la resistencia en la relaciones de poder entre hombres y mujeres, son los virus letales que se transmutan y buscan cualquier grieta para seguir permaneciendo, de manera latente y explícita
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