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?Antígona y el duelo?, una reflexión moral hacia la memoria compartida

En su libro Antígona y el duelo, el filósofo Jordi Ibáñez-Fanés apuesta por superar la memoria de la Guerra Civil que él llama ?usurera?, pero también la otra memoria ?militante?, ya que ambas impiden construir una comunidad moral y política de ?memoria compartida? donde quepan los relatos de todos.

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En su libro Antígona y el duelo, el filósofo Jordi Ibáñez-Fanés apuesta por superar la memoria de la Guerra Civil que él llama “usurera”, pero también la otra memoria “militante”, ya que ambas impiden construir una comunidad moral y política de “memoria compartida” donde quepan los relatos de todos. 

“¿Por qué no pensar que un gran continente moral, y no sólo el fútbol, puede dar un sentido más potente a este país al facilitar el acceso al perdón y a la piedad más allá de las formas?”, plantea en una entrevista con Efe el autor (Barcelona, 1962), profesor de Estética y Filosofía en la Universidad Pompeu Fabra. 


Ibáñez-Fanés confiesa su “pretensión polémica” con este ensayo que escribió en el fragor de los debates de la Ley de Memoria Histórica –aprobada por el Congreso de los Diputados el 31 de octubre de 2007–, y que ahora publica Tusquets. 

El autor sugiere que sea el propio Rey quien pida perdón por la tragedia de la guerra civil (1936-39). “Reconocerse como representante de un Estado que fue criminal puede ser el paso que le quede a la Corona para ganarse la confianza del país”, propone el pensador. 

“Es llamativo –subraya el autor de este trabajo– que en las discusiones de la Ley no apareciera nunca el concepto de piedad de un modo generoso, sino perdonando la vida a los que aún reivindican la memoria de sus muertos sepultados de forma indigna o creyendo que lo piadoso fuera olvidarse de todo”. 

“Aquel debate fue despiadado, pero lo despiadado antecede a una piedad verdadera y fuerte”, recalca el filósofo, que da un giro a la idea de que la Guerra Civil ha hecho la España que es hoy, para proponer admitir que somos “los bárbaros que hemos sido”. 

El primer relato de Los girasoles ciegos de Alberto Méndez y algunas citas de Emanuel Levinás le sirven para, sin ser creyente, usar la idea de Dios como una “gran imagen moral” que ayude a trascender lo humano y a entender que “en el enemigo irrenunciable está la imagen de uno mismo”.

Antígona y el duelo hurga en los debates "frustrados y negados" sobre el Estado, la justicia, el perdón, la educación y la imaginación moral de la nación, interpreta deficiencias de la Ley de Memoria Histórica y apela a "ser prudente" en el cuidado público de la memoria y sus símbolos.

"Hay que ser valientes -recalca el autor- para extraer de este horrible sumidero de barbarie unas lecciones morales que hagan más civilizado a este país. No podemos aprender a ser mejores si estamos siempre negando lo que hemos sido".

Ibáñe-Fanés llama memoria "usurera" a la que es incapaz de ver el dolor de los otros porque rechaza lo que puede estar en su propio "debe", para buscar lo que le deben los otros.

Pero también descarta esa otra memoria "militante" que mantiene vivo el conflicto (la guerra) en su sentido histórico y político, al empeñarse en denunciar los hechos con estudios y divulgación de datos.

Superar ambas posturas "tendentes a no resolverse nunca", requiere "un cierto trabajo de duelo", por las derechas y por las izquierdas, que asuman sus respectivas pérdidas.

En su libro lanza esta idea y entra en un campo más complejo al abordar también cómo llevarla a cabo.

Ibáñez-Fanés cree que habría que legislar de un modo "mucho más valiente". Que el propio Estado afrontara, por ejemplo, "el insoportable asunto de las fosas y los desaparecidos, sin delegar en las comunidades autónomas".

En su opinión, esta Ley no resuelve, sino que "atiza y confunde". "No es función del Estado indicar cuándo hemos de apiadarnos o recordar, y sí lo es suscitar curiosidad en los jóvenes hacia la historia -aclara-, hacia su búsqueda solitaria, y a la vez civil, de la verdad como aprendizaje moral".

Ibáñez-Fanés habla sólo de la memoria de la Guerra Civil, sin entrar en la represión del franquismo y señala la dificultad de hablar en términos de todo el Estado español, dadas las experiencias tan diversas, de tipo territorial, de grupo, de clase o simplemente humanas, según las zonas de la contienda.

Cree que la actual polarización de la sociedad es menor de lo que indican las apariencias ante "una cierta distorsión" que han provocado los partidos y algunos medios, "si no maliciosamente o por cálculo miserable de 'tacticismo' político, sí por falta de destreza".

"Una nueva sensibilidad moral por el cambio generacional pide modificar la perspectiva del célebre pacto del olvido" asegura el autor.

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