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Arcos

36 noviembres sin Julio Mariscal

El autor de ‘Corral de muertos’, el arcense Julio Mariscal Montes, tendría ahora 91otoños de poesía, 91 años de llanto y dolor, pero también de amor por la tierra. Pero la muerte nos lo arrebató. Un grupo de seguidores incondicionales se une en este reportaje para cultivar la memoria por un escritor

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Si las cuentas no nos fallan, Julio Mariscal hubiera cumplido este año 91 de edad. Su quebrantada salud no le hubiera permitido llegar tan lejos, pero su obra supera con creces el listón del tiempo y la desazón del olvido.


El poeta arcense, fruto de una generación dolida que asistió al drama de su fratricidio, supo retratar como pocos la geografía humana de la época mediante sus versos, el mundo gitano y la muerte que siempre revoloteaba su cabeza como una continua obsesión; sus amores perdidos y llorados, y una obra incompleta desparramada en los cajones del olvido...


Julio Mariscal Montes nació el 18 de noviembre de 1922, fruto del matrimonio formado por Aurelio Mariscal Sandoval y Josefa Montes Iyázquez que se rompería por la muerte precoz del padre. Su infancia, adolescencia y juventud quedaron marcadas, así, por la sombra de una madre que hizo de padre para sacar adelante la familia, de la que Julio era el menor de los hijos.
En 1953 publicó su ópera prima bajo el título de Corral de muertos; dos años después apareció Pasan hombres oscuros, al que siguieron Poemas de ausencia, Quinta palabra, Tierra de Secanos, Tierra, Último día, Corral de muertos (edición ampliada de 1972), Poemas a Soledad y Trébol de cuatro hojas. En 1974 publicó una recopilación de su obra poética con el nombre de Aún es hoy. Para hacernos una idea de la magnitud artística y creativa de su obra, baste recordar la cantidad de veces que Julio Mariscal ha sido antologizado, en primer lugar por su amigo y compañero maestro Juan de Dios Ruiz Copete, Francisco Bejarano y, por supuesto, por su más ferviente admirador, el poeta arcense Pedro Sevilla, quien le dedicara hace unos años esa Voz quebrada.



Después de haber ejercido como maestro en el colegio Primo de Rivera de Cádiz y en El Bosque, volvió al centro educativo donde estudió siendo un niño, al arcense de Nuestra Señora de las Nieves, donde compaginó la docencia con la creación poética. El integrante de la Generación literaria de los 50 y del grupo arcense Alcaraván colaboró con otras publicaciones claves de la época: Platero, Arquero de Poesía, Ágora, Alcántara, La isla de los ratones, Caracola, Caleta, Capitel, Alor, Cal, Ixbilian, El Gorrión, Torre Tavira, Alfox, El Cobaya, Rocamador, Anaconda, Bahía, Liza, Arcilla y Pájaro, Litoral, Guadalquivir, Álamo, Aljibe, Pliego, Pleamar, Madrigal, Llanura, Cumbres, Atzavara, La luna negra, Última poesía religiosa, Punta Europa y Estafeta literaria, entre otras.


Julio Mariscal murió el 29 de noviembre de 1977. Hoy se cumplen, por tanto, 36 años de su ida al cielo de los poetas. Como escribió en su día su admirador sin condición Pedro Sevilla, “…un día más tarde, bajo una lluvia sublime copiada de los ojos de sus amigos”. Sus restos mortales descansan hoy en el camposanto municipal San Miguel de Arcos, aunque su recuerdo intenta seguir vivo con el busto que un día le inauguró el Ayuntamiento en la calle Corredera por donde tanto paseó luciendo un traje de blanco inmaculado,  drogado de cafeína y seguramente fumando un pitillo hasta su última calada, sintiéndose marginado por una sociedad que nunca comprendió su inclinación sexual y en la que nunca quiso, tal vez, integrarse por sentirse un ser distinto. Desde luego lo era, una persona que contrastaba con la rudeza  de una época de hombres sudorosos de tanto labrar la tierra a la que él miraba con un sentido más allá del rendimiento agrícola; una persona sumamente refinada y muy, muy enigmática.


Es ahora, por noviembre, cuando un puñado de amigos y admiradores se reúne para rendir tributo emocionado y admirado a su triste semblante de poeta muerto. Flores en su busto que ya no deposita su amiga, también fallecida, Concha Vivas, y homenajes literarios que caen en el pozo de la ausencia. Pero algunos luchan en un acto de justicia para que la memoria de Julio no se pierda, para que su poesía sea escuchada y sentida, para que su retrato no se difumine y para que su obra siga siendo el espejo poético donde mirarnos.


La huella de Julio es tan profunda que la historia literaria de Arcos, en parte reflejada en este periódico durante los últimos veinte años, ha seguido sus pasos con frecuencia. El poeta arcense Carlos  Murciano escribió de él: “He vuelto a mi pueblo, a Arcos, por vez primera desde la muerte de Julio Mariscal. Estaba ya el amigo en su muro de cal y piedra, al otro lado de una lápida que rezaba, escueta, su vocación y su destino, su pena y su gloria -poeta-, y dos fechas: noviembre de 1922-noviembre de 1977. Junto a esa lápida he dejado un clavel rojo, recién cortado de una azotea con palomas y mirlos, y cuyo ámbito rubricaban ya las dos primeras golondrinas de la cercana primavera. Había allí una ofrenda: una espiga. Sobre ella puse el clavel mío. Y espiga y clavel trazaron una cruz imposible en la mañana venteante, rota a poco en lluvia...”.

Julio, según Pepa Caro
La escritora arcense, ferviente admiradora del poeta ido, asegura que “los poetas tenemos fijación con el paisaje; parecemos a veces, mariposas frágiles clavadas con un alfiler al mapa obstinado de la Tierra que nos mira.


No, no somos nosotros quienes miramos; el paisaje nos mira y nos penetra profundamente para ser expulsado en el temblor de la poesía y en poesía, como en la naturaleza, nada desaparece del todo, se transforma.


Decía temblor y evoco a una joven adolescente que nació frente a la espadaña de San Miguel, allí donde la cigüeña presidía su barrio.


Digo temblor y esa joven adolescente asoma al pretil de la azotea con su perra Mina, para leer poemas y pintar los tejados vecinos en un cuaderno blanco, blanco como el encaje franciscano de las tejas coronadas de jaramagos vencidos de viento y solana .
Buscaba la soledad al abrigo del sol y encontró unos poemas a Soledad de un poeta de su pueblo que la emocionaron profundamente. Decían:


Entonces yo tenía quince años. Mi mano/aún no apretaba esa moneda/que nos ata a la tierra,/y mi alma era fresca, sin estrenar/como la primera mañana del mundo./olores, paisajes, cotidianeidad, nostalgia dolorida…/ ¿Quién era Julio Mariscal Montes?
Cada día bajaba por mi calle, elegante y pausado mientras la adolescente que fui le espiaba con devoción.


Iba al café de la tarde, a los muchos cafés que iban dejando su evidencia en tazas vacías desparramados sobre la mesa, mientras con parsimonia y como ausente, fumaba intensamente pitillo tras pitillo.


Julio Mariscal era una aparición de la tarde, enigmático, sólo, con un temblor en esos labios sensuales de caballero perdido en la mediocre rutina de un pueblo que parecía eternizarse en sus tradiciones, en tanto él, clavado en ese paisaje bello pero de tan bello a veces, muchas veces, hostil, se deslizaba por sus día y escribía: Serenidad./Los días se deslizan suavemente/como un claro remanso cristalino./Mi mano va a las cosas con dulzura,/con una pelusilla de tristeza.
Mientras Julio miraba “la gente que va y viene, que se agita”; quizás encontrara a otro espía adolescente mirándole.


Pedro Sevilla subía por mi calle, yo no le conocía aún ni sabía de su pasión por los poemas de Mariscal, pero la dirección de la saeta que envenena como un aguijón, ya nos había inflamado la piel de versos y admiración por el poeta distinto, por ese caballero de la tarde, abstraído en su propia memoria, viviendo más de su mundo, de la aventura intelectual del espíritu, que del mundo presente que le ata a la vida.


A veces me he preguntado:  ¿cómo es posible que un poeta de tan escasa producción, - a penas diez libros y algunas publicaciones sueltas en revistas - mantuviera, sin pretenderlo, ese pulso atrevido, doloroso, con dos adolescentes que aspiraban a eternizarse vanidosamente en el Olimpo de la poesía?


Nosotros leíamos:
Nos decían:/Hay que pensar en el mañana,/hacer el equipaje/para la travesía que es el mundo./Y cercaban el hoy de tapias de colegio/y el paseo de los jueves/con largas alamedas solitarias.
Y cuando leíamos su inconformismo con lo establecido, con un mañana previsible, envolvíamos de comprensión la desnudez del poema.


Rebeldes, cómplices, solidarios, estos adolescentes quería conocer a Julio Mariscal, pero la inseguridad y la timidez marcaba la distancia y henos aquí, lectores empedernidos, espías del poeta, a un paso del saludo, de entregar un libro para una dedicatoria y volver sobre nuestros pasos heridos de silencio y diciéndonos, de mañana no pasa, cuando el tiempo no daba miedo y nos creíamos eternamente jóvenes.


Los amigos de Julio Mariscal decían de él que era parco, hermético, introvertido, con  un tremendo complejo ante la vida y ante la sociedad; hablan de su silencio tenaz, su humildad retraída, de un  estar con los demás pero como lejos, aunque no por eso, esa parquedad ocultara sus afectos.
Le han llamado gastado vigía de los surcos arcense, poblada su alma en la paz de los bares, entre gentes que apenas saben de su historia.
Lo ven extraviado como una hoja de Octubre, una flor frente al rayo, sin mas respiro que sus poemas, sus procesiones de Semana Santa y sus primaveras tormentosas.
Para algunos, Julio Mariscal fue encuentro con la poesía viva, para otros es un chopo herido, una presencia dolorida cuya única patria fue el pasado.
Todos coinciden  en un escepticismo congénito, como si le sobraran los días, en su condición de solitario, en su negativa a aceptar su tiempo y sus circunstancias personales.
El mismo, en una letra de flamenco escribe: “Esta vida es una noria/con cangilones de pena/unos llevan agua mala/y otros llevan agua buena./En fin, esa es la foto fija del recuerdo que no tuvimos”.
Julio Mariscal murió un noviembre lluvioso, tan lluvioso como los ojos de los adolescentes que le lloraron porque nunca fue mañana para dar el paso de cruzar una palabras siquiera con el poeta que los había herido de versos y tristezas.
Ahora sabemos algo que ya intuimos entonces; no siempre el poeta fue triste y desdichado aunque estuviese marcado por su situación humana y su destino. Fue joven, apuesto, de una seductora belleza, en sus años de servicio militar, junta a Juan Ignacio Varela Gilabert escribe “El mar, la caracola y mas s. XIX”, lee a Alberti y lo deslumbra el poeta del mar, estudia Magisterio en Cádiz y comienza a relacionarse con los poetas jóvenes del grupo Parnaso, unos jóvenes inquietos  y vitalistas como el entrañable Fernando Quiñones, Serafín Pro, Felipe Sordo Lamadrid, Paco Pleguezuelo y poco después José Luis Tejada. Tenían sus tertulias al calor de la taberna de las Cortes en Cádiz, los jueves por la noche, se leían sus descubrimientos poéticos y también sus propios poemas.
Publicaron la revista Parnaso y fueron años estimulantes en la vida de Mariscal. En Cádiz tuvo su primer destino provisional, una escuela de barrio, su primer sueldo, crearon la magnifica revista "Platero"… hay un contagio del voluntarismo poético del joven grupo gaditano hasta tal punto - dice Juan de Dios Ruiz Copete en "Julio Mariscal el poeta y su obra" que cuando vuelve a Arcos, no oculta su propósito de promover una revista de poesía que aglutinara a todo aquel que sintiera inquietud literaria, y así surgió Alcaraván y poemas como este cantarcillo:Molinerita niña/de aquel molino;/¿Dónde hallará tus ojos/de miel y trigo?


Pero ya digo, los adolescentes lo conocieron en el declive de su vida, en su mínimo universo arcense, después de los sinsabores de su vida adulta, las decepciones, enfermedades del cuerpo y el espíritu, la aceptación de un sino de fatalidad que le lleva a entregarse dócilmente a la muerte y la adolescencia de esta jóvenes era deslumbramiento, búsqueda, intensos sentimientos contradictorios, soledad primaria, dolorosa y exuberante todavía no filtrada por el tamiz de la madurez y el verdadero sufrimiento que te impone la vida sin previo aviso.
Aún no es ámbar el amarillo cegador, ni hemos descubierto el remanso de las orillas.
Lo nuestro era un acelerado remar por las enérgicas corrientes de un río del que no mirábamos el remanso de sus orillas ni sus atardeceres lentos.


Por eso en Julio Mariscal veíamos entonces cuanto dejaba asomar, en sus destellos de rebeldía, en un diferente asombro ante la belleza, en los testimonios de un pueblo que no alcanzaba el progreso y seguía cantando ridículamente a su río, con “hombres oscuros con su miseria a cuestas”, con su “vieja rutina de misas y rosarios”, y aquellas madrugadas en la miseria “vuelve caricatura el pan y el beso”.


Nunca necesitó de la poesía social para testimoniar el tremendo corsé que ahogaba a los pueblos, la miseria, las tan definidas como inamovibles clases sociales porque era fiel a un humanismo poético que nos asombraba. Receptivos, dispuestos a aprender y a entender, podríamos haber hecho nuestra su reflexión si entonces la hubiéramos conocido- El decía:
“Hay poetas tontos y poetas listos. Por ejemplo, existen los que no ven en el obrero más que su protesta. Eso no es poesía, porque nuestra época ofrece un nuevo y fantástico humanismo”.
El maestro del endecasílabo hizo esta confesión tan esclarecedora en una de las pocas entrevista que aceptó en su vida.
Me sigue gustando ese Julio Mariscal que desabrocha su timidez en los poemas y escribe Rebeldía:
Nos decían:/No me conformo, no, no me conformo/con lo que a cambio me ofreció la vida,/no quiero un puñadito de alegrías/cambio de una vida desolada/por cuya sombra asoma ya la muerte.
Me gusta el Julio Mariscal del amor oscuro, el que desnuda su homosexualidad en poemas bellísimos, “corneando furioso, inútilmente, el muro enorme de los prejuicios”, el que dice:
Y vuelvo a ser contigo tierra y tierra,/carne para la bota de otros,/y a olvidarme de todo,/y a mandar al diablo la cordura.


Aunque no acepta ese amor que nace mas hondo todavía, de más abajo que la sangre, aunque sufre terriblemente su corazón acorralado por los convencionalismos de una sociedad de la que se sabe  parte, víctima y parte, son estos de los mejores poemas de amor que he podido leer en mi vida porque transmiten el latigazo de dolor atroz que su autor nos dejó fosilizado en el poema.
Le costó mucho decidirse a sacar a la luz su libro Tierra, por temor a la censura y también a las afiladas lenguas de quienes llaman a lo homosexuales invertidos u otras lindezas más despectivas e insultantes hacia quienes son diferentes.


Diferente pero sensible y bello, y un poeta de una enorme envergadura lírica este maestro de la poesía, uno de los mejores poetas que canta al amor en el siglo XX  sin duda.

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