Nueve alcaldes –todos los que Alcalá la Real ha tenido en la etapa democrática- y más de una decena de concejales de Cultura. Pocos técnicos han sobrevivido a una trayectoria tan dilatada, desde prácticamente los últimos años de la Transición hasta el día de hoy. El próximo 29 de diciembre será el último día de Paco Toro Ceballos como técnico de Cultura. Lo afronta con un sabor agridulce, como él mismo confiesa en su despacho de Capuchinos. Son 42 años ligados a la historia reciente del municipio, en los que ha sido testigo y protagonista de un cambio radical en la ciudad, también en lo cultural. Lo que tal vez pocos sospechen es que el que estaba llamado a ocupar este puesto tuvo unos antecedentes que nada hacían presagiar que terminaría convirtiéndose, con tan solo 22 años, en bibliotecario.
Vetado en la biblioteca pública municipal
Pero, ¿qué trastada pudo hacer para merecer semejante trato? “Estando yo en primero de bachillerato, perdí un libro que había sacado de la biblioteca”, cuenta. Se trataba, ni más ni menos, que de El Conde Lucanor, un clásico “en edición de tapa dura, de Aguilar”, que era casi lectura imprescindible para los estudiantes de la época. La pérdida tendría consecuencias lamentables para él. “Desde primero hasta sexto de bachillerato, en que mi abuela, en una de aquellas limpiezas a fondo que se hacían en las casas de cuando en cuando, encontró el libro, no me dejaron sacar ni un solo ejemplar de la biblioteca. Todavía conservo el carnet con la cruz roja que me puso Carmen Juan Lovera, que hasta me mandaba a los municipales para reclamarme el libro”, relata con una enorme sonrisa en la cara. Este veto, sin embargo, no le impedía la entrada en la sala de lectura, que por entonces se situaba en los bajos del Ayuntamiento. Allí se empapaba de los libros que no le dejaban llevarse a su casa. De aquella época recuerda una oferta cultural más bien pobre, en la que le vienen a la memoria los “cristobicas” o guiñoles que venían en las ferias, si bien rememora que “incluso antes de que yo naciera, por los años cincuenta, ya existía lo que se llamó el Círculo de Estudios Alonso Alcalá, que creara el cura Zamora, y que tuvo una actividad muy interesante”.
Bibliotecario y camionero
Otra de las facetas más sorprendentes en la biografía de Paco es el hecho de que su destino, en principio, estuviera muy alejado del mundo de la cultura. “Mi padre y mis dos tíos eran camioneros, y por tanto, mi sino era ese. En la mili, donde fui furriel de cocheras, aproveché para sacarme el carnet de camión, y estaba ya trabajando con mi padre cuando mi madre se enteró de unas oposiciones en el Ayuntamiento de Alcalá, a las que me apuntó. Una mañana me dice, ten la máquina de escribir –una Olivetti Lettera 45 que todavía conservo- y vete a hacer el examen. Yo prácticamente no me lo había preparado, porque estaba trabajando, pero resulta que quedé segundo y entré a trabajar. Fue un cambio drástico en mi vida, pero no me desligué inmediatamente del mundo de los camiones, ya que mi tío, por desgracia, murió en un accidente. Mi padre se quedó con los dos camiones, y también con dos familias a su cargo, y entonces yo seguí durante mucho tiempo compaginando el trabajo en el Ayuntamiento con el de camionero. Me levantaba a las cinco de la mañana para cargar un camión, antes de trabajar en la biblioteca. Así que fui durante mucho tiempo camionero y bibliotecario”.
A la sombra del carro
El Ayuntamiento de 1982 era, todavía, una estructura que nada tiene que ver con la actual administración que da empleo, ya sea directa o indirectamente, a cientos de personas. “Cuando entré habría ocho o diez personas trabajando en el Ayuntamiento, y era gente toda muy mayor. Entonces hubo un cambio generacional brutal, entramos gente joven, y estaba todo por hacer. Recuerdo que mi primera labor fue coger paquetes de libros y llevarlos en una dumper al local donde se trasladó la biblioteca (el edificio donde actualmente están los juzgados), que se inauguró en febrero del año 83. Allí estuve con Carmen Juan diez años, hasta el 92, en que se crea el área de Cultura”.
Cuando se le pregunta por la influencia ha tenido durante todas esas décadas, sobre cuánto manda realmente un técnico de Cultura, es categórico. “No mandamos nada. Somos funcionarios y tenemos que servir a nuestros jefes. Quien piensa y dirige es el concejal. Sobre esta cuestión, tengo incluso una anécdota. Cuando era concejal de Cultura, Ana Cortecero me dijo: Eh, tú no tiras del carro, del carro tiro yo. Tú no tienes que hacer oposiciones cada cuatro años. Y era cierto. Por eso no se puede ir por delante de los políticos, y yo, a lo largo de estos cuarenta años, he visto a muchos compañeros caer y defenestrarse por querer ser más que ellos. Yo lo que he hecho siempre es observar mucho, escuchar a la gente, para ver qué quiere cada uno, qué se puede hacer; hay que pensar, y actuar, pero siempre detrás del concejal de turno. En mi opinión, lo bueno que ha tenido Alcalá es que, habiendo gobernado primero el PSOE durante mucho tiempo y ahora el PP, los concejales no han eliminado cosas porque fueran herencia de su predecesor o del otro partido. Hay cosas que han muerto, como Titerreal, pero no ha sido por que hayan prescindido de ellas por motivos políticos. Luego, he tenido la gran suerte de contar con la colaboración de muchísima gente que me ha ayudado. Jamás he discutido con nadie. He tratado siempre a todo el mundo igual, fuera cual fuera su nivel cultural o posición”.
Los congresos, uno de los grandes legados
En la ingente labor cultural que se ha desarrollado a lo largo de estas cuatro décadas largas, una de las que más distingue a Alcalá o que, tal vez, resulta más singular si tenemos en cuenta las propias características del municipio, es la de los congresos. “Creo que habrán sido cerca de cincuenta congresos desde el año 1993, cuando comenzamos, pero todo es porque mucha gente ha creído en ello. Alcalá ha logrado posicionarse, hay mucha gente que conoce Alcalá por los congresos. El gran hispanista británico Alan Deyermond dijo que era impensable que una ciudad sin universidad tuviera el prestigio que tiene Alcalá en esta materia, y por aquí ha pasado gente de primer nivel en sus campos, incluidos algunos de los mejores medievalistas a nivel nacional e internacional, que han venido sin pagarles nada. Los congresos se han convertido en un lugar de encuentro, el ambiente que se crea es especial. Vamos por el 14º de Frontera, por el 9º del Arcipreste… Ha sido increíble”.
Quince millones en casa
Como gestor cultural, Paco Toro atesora también un sinfín de experiencias que reflejan cómo ha cambiado el mundo de la contratación o de los artistas. “Cuando entré solo había programación cultural en los Festivales de Agosto. Quizá el principal cambio ha sido ese, hacer una programación para todo el año. Lógicamente los presupuestos con que contamos ahora no tienen nada que ver con los de entonces, tampoco los gastos. Antes traías muchas cosas con muy poco dinero, ahora hay que invertir mucho más. También hay mucha más burocracia. Antes era todo mucho más simple. Yo recuerdo, cuando ganaba cincuenta mil pesetas, tener en mi casa quince millones para pagar a los artistas en los festivales. El interventor te daba el dinero, porque tenías que pagarle al artista antes de que empezara la función, y había que hacer el pago a pie de escenario, cuando el artista ya estaba subido en él. Tampoco podía ser antes, y además, el artista, si no le pagábamos, tampoco actuaba”.
¡Qué el barco no vuela!
Ni que decir tiene que cerca de medio siglo de gestión cultural ha dado, también, para muchas anécdotas. Conociendo el talante risueño y socarrón de Toro, no nos resistimos a pedirle que nos haga partícipes de alguna de ellas. “El primer año que entré en Cultura, Pascual Baca era el encargado de organizar la feria. Se fue de vacaciones, y me dejó al frente. Me dijo: está todo preparado, no te preocupes. Me enseñó el plano, donde figuraban los metros que cada uno había pagado, etc. (y que por cierto, antiguamente se hacía por subasta). Entonces, una noche, me llaman del Ayuntamiento. Había un hombre dando voces que decía: ¡Qué el barco no vuela!. Serían las tres de la madrugada. Voy corriendo al Ayuntamiento. Estábamos en la Casa Batmala. Abro, entramos, comprobamos con el escalímetro. ¡Es que tengo once metros! ¡Y el barco no vuela! ¿¡Es que usted no sabe que el barco vuela!? Yo en ese momento no sabía ni lo que era el barco. Entonces, compruebo que tiene pagados once metros. Bajamos a la feria y medimos, y le digo: Mire usted, es que usted ha pagado once metros y eso es lo que tiene. Resulta que era el barco vikingo, y el hombre, seguramente, para ahorrarse dinero, había pagado solo lo que el barco medía, pero como este volaba necesitaba más…” recuerda entra risas.
Y ahora, el legado de los Toral-Soler
Tras despedirse como técnico de Cultura, Paco Toro asegura que se centrará ahora en la asociación Toral-Soler, traída por él a Alcalá y con la que se siente muy implicado. “Por desgracia, sé que en los diez años más o menos de lucidez que me puedan quedar, no voy a poder hacer todo lo que me queda por hacer con la asociación. Me gustaría, por ejemplo, sacar a la luz todos los manuscritos que tenía Enrique Toral. Colaborar en congresos. Queda muchísimo material sobre el que trabajar. Queremos seguir potenciando la figura de María Teresa Toral. Tenemos manuscritos del abuelo de Enrique Toral, sobre los últimos años de las Filipinas españolas, el original del manuscrito del poema de Bécquer
Qué solos se quedan los muertos”. Una tarea apasionante a la que, desde ahora, pasará a dedicar, si no todo, una buena parte de su tiempo.