Artículo I: “Todo dueño de esclavos deberá instruirlos en los principios de la Religión Católica Apostólica Romana, para que puedan ser bautizados, si ya no lo estuvieren; y en caso de necesidad les auxiliará con el agua de socorro, por ser constante que cualquiera puede hacerlo en tales circunstancias”.
Así es como comienza la novela de Carlos Bardem, “Mongo Blanco”, basada en un personaje real, el de un negrero malagueño, Pedro Blanco Fernández de Trava, conocido también como el Mongo de Gallinas, considerado por muchos como el mayor tratante de esclavos del mundo, que llegó a convertirse en millonario en el siglo XIX, a pesar de que ya en esa época existía el abolicionismo. Se sirvió de la corrupción para llegar a acumular la fortuna de cuatro millones de dólares de la época. Compraba al esclavo por 20 dólares y lo vendía por 350, habiéndolos sometido durante todo el trayecto, desde el lugar de origen a su llegada al destino, a multitud de vejaciones y humillaciones antes de su venta.
Es un libro que recomiendo leer para que se conozca cuál fue el papel de España, de la corona y de las empresas azucareras de Cuba en el tráfico de esclavos, y de paso, cuál es el origen de muchas de las actuales fortunas españolas.
Pero hagamos un resumen de la lacra que se viene remolcando desde la Antigüedad hasta nuestros días, porque la esclavitud no se ha abolido totalmente, no. Vayamos por pasos:
¿Cuál es el origen del esclavismo? Parece ser que los historiadores no se ponen de acuerdo en la fecha de cuándo comenzó exactamente, aunque sí lo están en el hecho de que éste estaba relacionado con la guerra, el trabajo forzado o con el pago de las deudas.
Desde los comienzos de la civilización griega hasta la actualidad, la esclavitud ha existido, aunque haya ido cambiando de forma a lo largo de la historia. En Grecia, se tenía la idea de que era primordial en el desarrollo económico y social, además de indispensable y considerada como un hecho natural y necesario. Los esclavos romanos eran considerados como una mera propiedad de sus amos para que hicieran lo que quisieran. No tenían ningún derecho y desde luego, ningún estatus legal o individualidad. No podían crear relaciones o familias, ni poseer propiedades. Con el “descubrimiento” de América por nuestro “descubridor”, Cristóbal Colón, se dejó paso a siglos de saqueos, dominios, desigualdades y represión de indígenas. Los indios taínos (de Haití y República dominicana, más tarde, La Española), fueron los primeros en sufrir la esclavitud. Allá por el siglo XVI, nuestro emperador Carlos V, consintió el comercio de esclavos para trabajar en plantaciones y minas en condiciones infrahumanas, bajo represión, amenazas, abusos de poder y violencia.
La Iglesia Católica estableció su punto de apoyo en el Sur y dependió de las plantaciones y el trabajo esclavo para ayudar a financiar los medios de vida de sus sacerdotes y monjas, y para apoyar sus escuelas y proyectos religiosos. Defendió la conquista del nuevo continente, lo que suponía un soporte para la evangelización de los nativos y de los esclavos, cruzando las fronteras de influencia, dominando y ordenando, llegando, incluso a la imposición cultural de la vida diaria, por ejemplo, de cómo debían vestir o cómo se tenían que alimentar, entre otras muchas imposiciones.
La esclavitud impulsó el crecimiento de muchas instituciones contemporáneas, incluida la Iglesia Católica, como acabamos de ver, los bancos, los ferrocarriles, las compañías de seguros y similares.
Después de los taínos, en América Latina y el Caribe, miles de personas fueron obligadas a trabajar en condiciones infrahumanas, sin que pudieran negarse debido a la represión y coacción, abuso de poder, amenazas y violencia. Fueron más de doce millones, los esclavos procedentes de África (Senegal, Gambia…). Con la llegada de estos esclavos se afianzó una etapa de sufrimiento y discriminación, quedando embutidos en el “Nuevo Mundo”. América Latina y el Caribe han sido protagonistas de vejaciones innombrables, pero también de luchas abolicionistas y de independencia.
A menudo pensamos en la esclavitud como una historia antigua, una historia que está completamente desconectada de nosotros. Y no es el caso, no. Muchas empresas aún tienen registros que documentan sus vínculos con la esclavitud. Todavía el legado de la esclavitud vive en las instituciones contemporáneas que nos rodean. Como tampoco es un problema del pasado, ya que en la actualidad existe bajo diferentes formas, conformando un gran negocio. Por cada mil personas, hay tres esclavos trabajando en industrias, como la manufactura, agricultura, minería...y otras tantas. Y una de cada cinco es víctima de explotación sexual. Las transformaciones en el mundo laboral, el cambio climático, las migraciones, la inestabilidad política, etc, incrementan la fragilidad de muchas personas a la explotación de otras.
Cuántas personas son también esclavos de sus propios vicios. Al igual que los narcotraficantes son igualmente esclavos de su propia avaricia, sometiendo a su vez a la esclavitud de la droga a jóvenes enfermos y ansiosos por saciar unas carencias, sin importar el hecho de llegar incluso al asesinato, como hemos podido ver este fin de semana pasado en Barbate. Gente sin escrúpulos, con el único objetivo de ganar dinero fácil a costa de la vida de los demás.
La esclavitud no ha desaparecido, sino que se ha transformado alcanzando nuevas vertientes, como el trabajo forzoso, el matrimonio forzado, la trata de personas, la explotación sexual, el trabajo infantil y reclutamiento de niños para conflictos armados...
Hoy en día no vemos barcos negreros como los de Mongo Blanco, ni cadenas en los pies o las manos, pero el problema continúa y sobrelleva la violación de la dignidad y de los derechos humanos perjudicando a la población más vulnerable, siendo, cómo no, mujeres y niños, la mayoría.
Según la Organización Internacional del Trabajo, más de cuarenta millones de personas en todo el mundo padece de esclavitud moderna. Mujeres y niños representan el 71% del total.
¿Tendríamos esclavitud si no tuviésemos un sistema capitalista?.