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Manuel Amezcua:“No regresarán los santos, pero mucha gente seguirá encomendándose a ellos"

Cuando van a cumplirse veinte años de la publicación de la célebre obra “La Ruta de los Milagros”, entrevistamos a su autor, Manuel Amezcua

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  • Manuel Amezcua, en su casa de Cabra de Santo Cristo, hace unos días.

Se cumplen veinte años de la publicación de una obra que, con el pasar del tiempo, se ha ido convirtiendo en mítica en nuestra comarca, como es “La Ruta de los Milagros”, donde dio usted testimonio de un fenómeno como el del curanderismo en la Sierra Sur. ¿Por qué surge aquí con esta fuerza, fue diferente nuestra tierra de otras partes de la España profunda? Gracias por la calificación, es cierto que “La Ruta de los Milagros” lleva múltiples ediciones y no parece que el interés decaiga, hasta el punto que estoy trabajando sobre una edición especial con tal motivo. El que haya personas que se dediquen al arte de curar al margen de la medicina oficial es un fenómeno social y cultural que se ha dado en todas las culturas desde tiempos inmemoriales. En Alcalá, por ejemplo, aparece testimoniada su presencia desde el siglo XV, gozando en algunos casos de un gran prestigio social, como era el caso de los “saludadores”, que eran contratados por los municipios para actuar ante plagas como la langosta o la rabia. La particularidad del modelo de curanderismo en la Sierra Sur es que su ejercicio está desempeñado por líderes populares, fuertemente anclados al territorio y con singulares connotaciones religiosas. El sincretismo es sin duda su principal hecho diferenciador, pues a las habilidades terapéuticas se une una función espiritual que explica por qué fueron considerados popularmente como verdaderos “santos”, y así les llamaron en vida y tras su muerte. En cuanto a la razón de su presencia en la zona se pueden manejar diversidad de argumentos, pero entre ellos pesan mucho las características del territorio, su secular apartamiento y la pervivencia de rasgos culturales de tipo arcaico que el sistema de creencias ha permitido que lleguen hasta nuestros días, desempeñando funciones que nos pueden parecer extemporáneas.

¿Quiénes fueron personas como el “Santo Manuel” o el “Santo Custodio”? ¿Fueron personas especiales? La tríada Luisico, Custodio y Manuel asentó el arquetipo de Santo-curandero de la Sierra Sur y la que logró mayor eficacia en su proyección exterior. Actuando durante un siglo, supieron mantenerse como alternativa en el abordaje de las aflicciones humanas, a la vez que se adaptaron a las necesidades cambiantes de la sociedad. Luisico Aceituno actuó principalmente en el cambio del siglo XIX al XX en su cortijo del Cerrillo del Olivo y de atender a las bestias pasó pronto a asistir a las personas. Custodio extendió el modelo asistiendo no solo males del cuerpo, sino también actuando como consejero ante las decisiones que podían comprometer la supervivencia de las familias. Y Manuel, desde su esquiva presencia, cerró el ciclo de un modelo de taumaturgo anclado en su casa-santuario que recuerda a otras formas de santería muy extendidas en otras culturas, especialmente las de tradición animista en África y en algunos entornos latinoamericanos. Todas ellas se afirman en la influencia que el líder ejerce sobre sus adeptos, que, como es el caso que nos ocupa, terminan convirtiendo sus casas en santuarios y sus tumbas en centros de peregrinación.

¿Fueron diferentes de otros curanderos que hubo en la zona? Por supuesto, los “santos” se elevaron socialmente ante otras formas populares de curanderismo, como eran los hueseros, que arreglaban torceduras de los miembros, o las sabias y sabios de barrio o aldea, que se decía tenían gracia para resolver algunos problemas concretos, desde la curación de afectaciones de la piel, como verrugas o culebrillas, hasta determinados maleficios como el mal de ojo. Los santos populares comparten la misma cosmovisión mágico-religiosa, pero ellos hicieron de sus prestaciones un ministerio que tuvo la capacidad de universalizarse, atrayendo a sectores más allá del territorio donde ejercieron. Entre ellos, los desahuciados de la medicina, los que buscan la solución a través del milagro.


¿Cuál fue la postura de la Iglesia ante este fenómeno? En Alcalá la Real, los antiguos abades se esforzaban por perseguir lo que ellos llamaban sortilegios y hechicerías, lo que muestra la posición intransigente de la Iglesia ante estas prácticas que se sitúan en los límites de la religión oficial. En tiempos de Luisico Aceituno, incluso emitieron edictos para que los párrocos vigilaran estas prácticas y expurgasen los pliegos laudatorios que estaban circulando sobre estos personales heterodoxos. El problema les vino cuando tras la muerte de Custodio se levantó en la Hoya del Salobral el enorme templo rodeado de casas de cofradías, para celebrar el primer domingo de abril una romería alternativa a la de Andújar. Ahí la Iglesia tuvo que negociar, aceptando que los sacerdotes oficiaran las ceremonias religiosas a cambio de que la imagen de la Virgen de la Cabeza sustituyera la iconografía del curandero, al menos en lugares públicamente visibles.

Todavía hoy hay personas en nuestra comarca que dicen poder curar un herpes (“culebrilla”) (herpes), ¿qué opina de esto? Que llevan siglos haciéndolo, por lo que es probable que lo continúen haciendo por mucho tiempo. Las enfermedades de etiología viral como el herpes zóster son tozudas respecto al tratamiento farmacológico, pero terminan resolviéndose, en muchos casos de manera espontánea. Los curanderos aprovechan estos intersticios para introducir terapias tan cruentas como quemar las pústulas con pólvora, con lo que los pacientes tienen una percepción de eficacia que aún no ha sido sometida al tamiz de la ciencia. La eficacia biológica y la eficacia cultural se yuxtaponen legitimando ambas alternancias.

¿Cómo cree que es visto este fenómeno desde fuera? Supongo que es visto desde una diversidad de posiciones, como siempre ha ocurrido. Habrá a quienes les parezca un fenómeno curioso, otro caso de parapsicología de la buena. Tampoco faltarán los detractores, quienes lo consideran el reducto de una incultura ancestral y se avergüenzan de ello, los maledicentes que se atreven a colocarlos como la causa de otros graves problemas como el suicidio. Pero, a poco que uno visite estos recónditos lugares, constatará que aún persisten devotos que recorren estos emplazamientos sagrados por tradición de familia, haciéndolo masivamente y sin reparos cuando se trata de la efeméride de alguno de los “santos” antiguos. Curiosos, parapsicólogos, devotos, pero también periodistas, antropólogos y otra gente ilustrada, cada cual con sus razones, todos terminamos confluyendo en un territorio cuyo halo misterioso no ensombrece la belleza del lugar y la calidez de sus gentes.

Escribió “La ruta de los milagros” hace veinte años, y ya entonces hablaba de un mundo en extinción. ¿Cree que esta particular devoción por los llamados “santos” es algo que se terminará diluyendo con el tiempo? Lo afirmé en una época en que me encontraba en la zona, gestionando la reforma de la atención primaria de salud en el distrito sanitario de Alcalá la Real, lo que conllevaba una ampliación de cobertura de servicios sin precedentes, estableciendo consultorios en aldeas que hasta entonces habían carecido de profesionales sanitarios. La mentalidad de sanitario me hacía pensar que el curanderismo se iría replegando poco a poco, pero con los años ocurrió el efecto contrario, los habitantes aprendieron muy pronto a compatibilizar unos servicios y otros. La creación a mediados de los 90 de un grupo de investigación para analizar las expresiones del curanderismo en Andalucía Oriental nos permitió constatar la gran capacidad de adaptación que tenían los nuevos curanderos, que hemos podido verificar con el paso de los años. Hoy opino lo contrario, ante la fuerte raigambre del fenómeno en la zona y la ágil evolución de los curanderos sería más adecuado hablar de un mundo en transformación. Es posible que no regresen “santos” eremitas como Luisico, Custodio o Manuel, pero un amplio sector de la población continuará encomendando sus aflicciones a su intercesión y a sus continuadores. Sin dejar por ello de demandar servicios sanitarios públicos y privados. Son cosas del modelo de consumismo que hemos construido entre todos.

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