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Matar al mensajero

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 La pasada semana este periódico publicó una información relativa a la situación en la que se encuentra la televisión municipal. La noticia, que no era si no la constatación de un hecho que todos los ciudadanos pueden percibir, levantó ampollas - las redes sociales son un escaparate excelente - entre los aludidos. O, mejor aún, entre los que se dieron por aludidos. La información, u opinión - no le den más vueltas ni busquen extraños responsables en el palo más débil, es toda mía - no se refería a quienes trabajan en el medio, si no a quienes dilapidan el dinero público en algo que sólo ellos ven o de lo que creen disfrutar. De lo otro, del "excusatio non petita", hablaremos luego.


Le guste o no le guste a quién lo dirige, la radio televisión municipal es un monstruo con muchas cabezas. Y todas comen. Si nos atenemos a lo escrito en relación a su plantilla, ésta estaría compuesta por no más de cincuenta trabajadores, al menos así se nos ha vendido reiteradamente. Sin embargo, la nota de prensa que facilita UGT en relación con las elecciones sindicales en la citada empresa, sitúa en la misma a un número no menor de cien trabajadores suponiendo que todos ellos hayan ejercido el derecho al voto. Es decir que, con el silencio cómplice o, al menos, con el dejarse llevar de la oposición, llevamos ya dilapidados doscientos cincuenta kilos de las antiguas rubias, a finales de este mes, en un monstruo, como he dicho antes, de múltiples cabezas, que no tiene objetivo ni sentido alguno. Informativos exentos de la mínima posibilidad de crítica, producción propia prácticamente inexistente, debates que son monólogos de miembros del gobierno que han perdido toda percepción de lo que se cuece en la calle - esto no es problema, en un año se darán de bruces con la realidad - y faltas de respeto a la oposición y a la propia inteligencia de los ciudadanos, es la realidad que, me cuentan quienes todavía acceden a la antigua televisión analógica, sucede día a día en la Plaza de las Flores.
Esos quinientos millones de las antiguas, dos millones y medio de euros, está claro que debieran tener mejor aplicación porque hoy por hoy se están tirando a la basura en una suerte de huída hacia delante para mantener, de forma cuanto menos alegal, algo que no tiene viso alguno de continuidad ni futuro. Es hora ya de que, a falta de voluntad y valor político, quienes componen el consejo de administración - si es que existe - cojan el toro por los cuernos y acaben de una vez por todas con el agujero multimillonario. No tiene porque temblar el pulso para acabar con la sangría. Cuanto antes, mejor. Entre otras cosas menos importantes porque lo mantenemos entre todos, sale de nuestros impuestos y no sirve absolutamente para nada.

Lo curioso del asunto es que lejos de darse por ofendidos con el artículo de la pasada semana en Estepona Información los causantes del desaguisado, han sido los trabajadores, algunos, todo hay que decirlo, quienes han dado la nota. Su preocupación ante los comentarios no es otra que se está jugando con sus puestos de trabajo. No vayan a creer que les molesta que su trabajo no tenga función social alguna ni lo vean cuatro gatos en un medio que depende de la audiencia. No, su problema es su ombligo. Para nada el de los diez mil esteponeros sin trabajo ni posibilidad de acceder a él que ven dilapidarse sus impuestos. No van a dirigir la crítica hacia quienes han llevado la situación al límite y son responsables de la situación actual. Que va, en el colmo de la mediocridad, triste en la profesión, matan al mensajero. O, lo que es más sencillo, a quién erróneamente creen más fácil objetivo. Si eran sabios los antiguos cuando ya en la época medieval calificaron como autoinculpación la excusa no solicitada. Hay que entenderlos, ¿donde iban a estar más cómodos, menos exigidos y mejor pagados? A quién le importa si, a fin de cuentas, no es nada diferente de lo que pasa en el resto de delegaciones. Sólo, dicen, hay que fijarse en jardines, bordillos, aceras, fuentes o alcantarillas prestas a tragarse al despistado.
Lo de menos es mirarse al espejo por la mañana. Total, para lo que hay que ver.

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