Seducción Total podría ser el título de uno de esos largometrajes que amodorran y entretienen en la sobremesa de los fines de semana, obra y gracia de algún canal de televisión privado. Nada más lejos de mi intención. Seducir, según la RAE, significa atraer o persuadir a alguien hasta rendir su voluntad. Éste es el propósito de los miles de candidatos y candidatas a la Alcaldía quienes, batiéndose en la campaña electoral que acaba de comenzar, intentarán que los residentes de sus respectivos municipios se rindan a sus encantos.
La desafección y el hastío de algunas capas de la sociedad hacia la política no deben hacernos olvidar la importancia de unas elecciones como las venideras. Vamos a designar a nuestros alcaldes y alcaldesas. Al representante de la administración vecina. Probablemente, estamos ante los comicios más seductores por esa cercanía. Aquí no hay macropolítica. Las propuestas conciernen a la proximidad: el bache, la papelera, el atasco... y el regidor de todo ello es el alcalde, quien bien merece una loa.
En el tiempo del vilipendio a la clase política, el primer edil encarna al legítimo servidor de sus vecinos. En los titulares de los medios de comunicación suelen aparecer los casos de corrupción y de transfuguismo que tanto nos distancian de la cosa pública, pero ¿cuántos alcaldes de pequeñas localidades ni siquiera están liberados y compatibilizan su profesión con la gestión de su municipio? ¿Cuántos de estos regidores locales están maniatados por secretarios e interventores a la hora de aplicar los presupuestos y, en consecuencia, sus programas electorales? Son, además, gestores sin descanso ni siquiera cuando lo intentan. Pasear por el pueblo es saludar a los problemas e inquietudes de cada vecino y sus circunstancias. Ése es el auténtico alcalde. Pepe Isbert inmortalizó a Don Pablo, alcalde de Villar del Río, cuando desde un balcón, con sordera y ante vecinos “inteligentes, nobles y despejados”, dijo aquello de “como alcalde vuestro que soy os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a pagar”. Fue en Bienvenido Mister Marshall, de Luis García Berlanga. Esa película (1953) fue una crítica a la sociedad española de aquella época. Es probable que, setenta años después, siga siendo el alcalde más reconocido de la historia de España, pero la sociedad es otra (o casi).