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Jaén

Damiani: “El pasado no debe ser patrimonio de la injusticia”

“Retablo de una Guerra” describe la tragedia del conflicto y cómo la posterior dictadura llevó a tres autores, Rafael Porlán, Eduardo Llorent y Miguel Hernández

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  • Portada del libro -

Hablar de Juan Manuel Molina Damiani (Jaén, 1958) es hacerlo de la erudición preñada del terruño, del costumbrismo de taberna y tertulia y de la poesía social, comprometida y cotidiana de lo vivido. La dicotomía entre su excelso conocimiento de la literatura como poeta, ensayista y profesor, y el trato sencillo, siempre leal a los suyos, hacen de este jiennense una figura y un personaje irrepetible para Jaén y para el arte en general.

En su último ensayo, “Retablo de nuestra guerra: Rafael Porlán, Eduardo LLosent y Miguel Hernández”, editado por la Fundación Legado Miguel Hernández para la Diputación de Jaén (2021), ahonda en tres figuras ligadas al Jaén de la Guerra Civil y de la postguerra, articulado por cinco poemas, tres de ellos escritos en Jaén, un cuarto con Martínez Montañés como epicentro y el de “Llamo a los poetas” de Miguel Hernández, que pone a aquella  España  ante la poesía, “pidiendo que abandonemos la solemnidad, en una crítica a toda la cultura académica con la que Miguel nunca acabó de sintonizar”.

“Retablo de una Guerra” describe la tragedia del conflicto y cómo la posterior dictadura llevó a tres autores que partían de un mismo ideario poético por caminos distintos, aunque todos “están instalados en esa poesía que se quiere culta, de la tradición de la modernidad, del mismo espíritu poético”, explica Damiani. El ensayo es mucho más que un mero recorrido por las obras y vidas de Porlán, Llosent y Hernández. Damiani recupera su relación, obra y sus vidas como un alegato a la memoria justa. “Son mundos que hay que revisar porque hay que procurarle al futuro un espacio que no esté expuesto, como nuestro pasado, tan decepcionante, a que lo vean como patrimonio de la injusticia. Debemos meternos en esa trama humana, alejarnos de la adicción a los autoritarismos, porque no hay más que ver lo que está pasando”, arguye el autor. Jaén recorre también sus páginas, de hecho, en el segundo capítulo, Damiani recoge el dato de un informe de Antonio Cazorla Sánchez en el que en “el año mortal de 1946, en Jaén se produjo el 46 por ciento de todas las muertes por inanición de España”.

A Porlán, Llosent y Hernández la guerra los va a conducir por una poesía a la que cada cual quiso adscribirse. “En el caso de Miguel, como militante comunista; en el de Llosent, el de un liberalismo que se pone al servicio del bando sublevado; y en el caso de Porlán, en otro liberalismo que asume su enfermedad (muere de tuberculosis en El Neveral) y que en un momento determinado se arrumba en su decadencia y su soledad, en una ciudad que es Jaén y que él llama velada en una novela inacabada: Olalla”.

Rafael Porlán (1899-1945), Eduardo Llosent (1905-1969) y Miguel Hernández (1910-1942), según el propio Molina Damiani son “lados rotos de un triángulo imposible en la vieja moral de la España de la que venimos: el del compromiso comunista de Miguel Hernández con la República, represaliado por el franquismo hasta dejar morir al poeta en sus cárceles, enfermo; el del existencialismo neorrealista de Rafael Porlán, quien ejerce como secretario de sucursal del Banco de España desde 1932 hasta 1945, eficiente funcionario así de dos estados, el republicano y el militar de la dictadura franquista; y el del  liberalismo católico de Eduardo Llosent, alto cargo cultural del organigrama fascista del régimen del general Franco entre 1939 y 1951, cuando dirige el Museo Nacional de Arte Moderno”.

Damiani recuerda que Porlán y Llosent son íntimos amigos desde la Sevilla de la Exposición Universal, cuando aparece la revista ‘Mediodía’. Mientras tanto, Porlán y Miguel Hernández son amigos desde las misiones pedagógicas de la II República y más tarde, y después, durante el calvario de Miguel por las cárceles franquistas, va a ser su valedor.

“La relación de Hernández y Porlán no está documentada, pero ellos viven en Jaén y son poetas de un mundo muy pequeño, porque el mundo de la poesía es pequeño, de ordinario mal avenido. Porlán vive en Jaén desde el año 1934 hasta su muerte en 1945  y Miguel llega a la capital en la primavera del 1937. Uno vive en el hotel Rosario, enfrente de la lonja del Reloj de Sol. Y Miguel en la casa de la marquesa de Blanco Hermoso, que se conocía en Jaén como el alto mando ruso. Es impensable que Porlán, que era el secretario del Banco de España de Jaén en la República y Miguel, que era comisario político, no se conociesen”.

En definitiva, un ensayo que recupera la memoria de tres poetas imprescindibles.

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