Las desapariciones son heridas abiertas que no se curan hasta encontrar al ser querido. Con este "dolor constante" la familia de Rosalía, de 74 años, afronta cada día. El 25 de mayo, con los primeros paseos que permitía la pandemia, salió a caminar por su pueblo y no regresó. Tampoco lo ha hecho Cristina, que se esfumó justo hoy hace 24 años.
Familiares de Rosalía y Cristina rememoran para la Agencia EFE sus desapariciones y el impacto que tiene en sus vidas. Pero también aprovechan este Día Nacional de las Personas Desaparecidas para reivindicar más medios para que las fuerzas de seguridad busquen a estas personas y mayor agilidad en los procedimientos judiciales.
Desde hace once años, cada 9 de marzo es una fecha marcada para las familias de todos los desaparecidos gracias al tesón de Juan Bergua, el padre de Cristina que, con 17 años, desapareció en Cornellá (Barcelona) el 9 de marzo de 1997.
La lucha de Juan y Luisa por encontrar a su hija marcó un antes y un después en la búsqueda de personas desaparecidas. No solo consiguieron un día señalado en el calendario para su causa, sino que impulsaron protocolos para los investigadores e iniciaron el movimiento asociativo de las familias con InterSOS, a la que siguieron otras fundaciones.
Veintitrés años separan las desapariciones de Cristina y Rosalía. Tanto el padre de una como el yerno de la otra resumen de la misma forma sus ausencias: una herida abierta que no cicatrizará ni sanará hasta encontrarlas.
ROSALIA CÁCERES, 289 DÍAS DE UN PASEO QUE NO TERMINÓ
Los cinco hijos estuvieron de acuerdo en que, aunque podía regresar a su casa de Madrid, Rosalía estaría más a salvo del virus en su pueblo, Bohonal de Ibor, en Cáceres. Allí le cogió el confinamiento y también los primeros paseos permitidos.
Salvador Serrano, uno de sus yernos, relata a Efe que el 25 de mayo de 2020 salió a caminar. Habló varias veces con su hijo, a la una de la tarde la llamó de nuevo extrañado de que no hubiera regresado, pero en su conversación no le dio muestras de preocupación ni de que estuviera desorientada.
Una hora después, a las 13.55 horas, hablaron por última vez. Le dijo que se había mojado los pies en agua y que ya regresaba a casa. Decenas de vecinos empezaban a buscarla a las tres y cuarto y casi una hora después lo hacía también la Guardia Civil.
Todo rastro de Rosalía se desvaneció en una hora. "Es una desaparición localizada y acotada", dice Salvador, convencido después de que en el pueblo "no está y allí tenía que estar" porque se ha batido la zona muchas veces.
Cribados el pantano, el río y muchos caminos, vecinos y agentes han hallado desde unos grilletes de un guardia civil hasta llaves de cazadores o un walkie de Protección Civil. Nada de Rosalía, que llevaba un sombrero y una mochila con sus llaves, su botella de agua y su móvil.
"Las cosas se encuentran si están ahí porque a la primera alguien no las ve, pero otro pasa de nuevo y las ve (...). Creo que las personas que no aparecen nunca es porque alguien las esconde", apunta Salvador, antes de asegurar que la familia sigue buscando por caminos y carreteras más alejadas.
Y es que los hijos de Rosalía no quieren resignarse. "Necesitamos saber qué es lo que ha pasado; vivir así es un sufrimiento constante, es como el que tiene una herida y no se la cura; si no te la curas, te va a doler siempre. Esta angustia y sufrimiento hay que pararlo de alguna manera y para hacerlo hay que saber lo que pasó".
Aunque todos hayan asumido ya que Rosalía está muerta, su yerno, que se ha erigido en portavoz de las cuatro hijas y un hijo de la mujer, reconoce que ahora están peor que hace un año. "Es una machaquina al cerebro constante, no hay paz, no hay descanso", dice emocionado al ver cómo su mujer se despierta por las noches y llora. "No saber está matando a la familia".
Salvador agradece la solidaridad de todo el pueblo y la entrega de los agentes en la búsqueda, pero reprocha que los procedimientos de investigación en los casos de desapariciones son lentos. "Se tarda mucho en saber si una prueba en un laboratorio ha dado algún resultado".
"Se hace largo que los agentes no te digan nada, solo que siguen buscando y que están analizando datos", sostiene. Ahora están yendo más que nunca al pueblo para estar en contacto "con lo que se dice" y, sobre todo, porque si no, los hijos tienen la sensación de que han abandonado la investigación.
CRISTINA BERGUA, UNA DESAPARICIÓN QUE DEJÓ HUELLA HACE 24 AÑOS
La desaparición de Pitu, como la llama su padre, supuso un antes y un después en la lucha y visibilidad del fenómeno. Cambió la forma de investigar, impulsó la creación de una base de datos común de denuncias y marcó en el calendario una fecha para todos los desaparecidos.
Según Juan, son muchos aún los desafíos en la atención a las familias, entre ellas que todas las comunidades autónomas dispongan de una oficina para ello y que en todas la provincias se cuente con al menos un policía especializado.
Veinticuatro años han pasado desde que Cristina Bergua desapareciera aquel 9 de marzo de 1997 en Cornellà. Según algunas amigas, la joven de 17 años había quedado con el chico con el que salía con idea de cortar la relación. A las diez de la noche, hora a la que debía volver y si no lo hacía, tendría que avisar a sus padres, no regresó.
Juan no se olvida de que en la comisaría los agentes le dijeron que estuviera tranquilo, que seguro que volvería en unas horas, una situación que hoy en día ha cambiado cuando se trata de menores desaparecidos.
Su padre recuerda que el novio reconoció que habían estado juntos y que la había acompañado hasta la carretera de Esplugues, pero "la verdad, ni se preocupó ni se alteró cuando le dijimos que no había vuelto".
Pasan los días y los meses, la familia se moviliza, reparte más de 300.000 fotografías de Cristina que exhiben en sus camiones cientos de transportistas y se encuentra tan arropada que deciden crear la asociación InterSOS Desaparecidos en 1998.
Es en ese año cuando la Policía Nacional les comunica que se va a revisar el vertedero del municipio tras el envío de una carta anónima que asegura que el cuerpo de Cristina está allí.
"Desde que se recibió la carta hasta que empezaron a buscar pasaron once meses", lamenta el padre de Cristina, crítico con la respuesta entonces de la Generalitat, que autorizó finalmente los trabajos en el vertedero pero los paralizó por su alto coste.
Era su única pista, por lo que Juan y Luisa anunciaron una huelga de hambre si no continuaba la búsqueda. No hizo falta llegar a esta extremo porque una juez ordenó seguir rastreando el vertedero.
No hubo suerte. Después, "absolutamente nada" salvo muchas pistas erróneas a través de llamadas anónimas y "falsos detectives que nos han sacado el dinero, pero nada más", lamenta Juan, que recuerda que el caso pasó a manos de los Mossos y en 2010 se declaró el 9 de marzo Día Nacional de los Desaparecidos Sin Causa Aparente.
"Las desapariciones eran un problema que se desconocía, no sabíamos nada, se entendía que el que desaparecía era porque quería y esto no es así", explica Juan, que sostiene que cada desaparición se tiene que tratar de una manera porque no es lo mismo que lo haga un menor o un anciano con alzheimer.
En la lucha de que las familias se vean consoladas y respaldadas, en que existan más medios y, sobre todo, en encontrar a su hija, Juan dice que no parará. "Hay que seguir, hay que luchar, es una herida abierta que no cicatriza".
"Mientras nos quede a mi mujer y a mí un soplo de vida vamos a seguir luchando. Estamos curtidos", insiste Juan, que anima a todas las familias de desaparecidos a no cejar en su batalla, a sacar su dolor y hablar con otras familias.
sociedad
Desaparecidos, la herida abierta que no cesa
El 25 de mayo, con los primeros paseos que permitía la pandemia, salió a caminar por su pueblo y no regresó
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