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'Fargo': Una historia americana

Noah Hawley nos devuelve en esta cuarta entrega a un pasado de violencia para sostener su propia visión de la historia de un país

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"La historia es una forma de recuerdo, pero ¿qué significa recordar? Pensamos de forma natural en el pasado y así vemos los acontecimientos de nuestra época”. Son las palabras con las que la adolescente Ethelrida Pearl Smutney (una excelente E'myri Crutchfield) concluye su trabajo de Historia para el instituto, y que es el que recorre los once episodios de esta cuarta entrega de Fargo, bajo la producción de los hermanos Coen y la dirección de Noah Hawley. De hecho, el último episodio se titula Storia americana, en italiano, para subrayar aún más si cabe la concepción argumental de una serie que nos devuelve a un pasado de violencia para sostener su propia visión de la historia de un país a través de diferentes décadas del siglo XX. En este caso se centra en la década de los 50, aunque se remonta a finales del siglo XIX para abordar el origen de las bandas de gangsters y el progresivo relevo en el orden de mando de un doble enfrentamiento sin fin, ya sea entre judíos e irlandeses, irlandeses e italianos, e italianos y afroamericanos.

Hawley demuestra su crecida ambición desde el primer episodio y consigue un trabajo deslumbrante, fascinante por momentos, aunque sin la brillantez exquisita de las dos primeras temporadas, tal vez por su empeño por abarcar más allá de lo necesario dentro de una obra coral en la que sobresalen algunos secundarios excelentes, pero no tanto su pareja protagonista, il capo encarnado por Jason Schwartzman y el líder gangsta al que da vida Chris Rock, a los que cuesta creer -o admitir- en sus respectivos papeles.

Esta Fargo, en cualquier caso, se apoya en suficientes atractivos como para permanecer alerta al desarrollo de su historia: desde unos diálogos a la altura de las circunstancias, hasta una ambientación y puesta en escena soberbias, que contempla concesiones creativas tan interesantes como el episodio East-West rodado en blanco y negro. Pero, sin duda, lo que hace grande, diferente y atractiva a la serie es ese muestrario de secundarios indispensable en la obra de los Coen, y que aquí adquieren el rango de indispensables, caso del gigante, salvaje y violento Salvatore Esposito, el predicador baptista metido a agente de la ley, Timothy Olyphant, el elegante Glynn Turman en el papel de Doctor Senador, y, por supuesto, Jessie Buckley, la actriz del momento, aquí insuperable.

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