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Patio de monipodio

Reforma agraria ¿es repartir la tierra?

En resumen: el reparto de tierras no es solución, sino problema añadido al campo. Lo podría paliar la formación de cooperativas productivas

Publicado: 01/09/2020 ·
23:01
· Actualizado: 01/09/2020 · 23:01
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Las críticas se intensifican y se incrustan más que las soluciones. No hay más que ver algunos programas de TV ¿Quién lo habría pensado, cuando sus propios actores despotricaban de los corrales de vecinos, mucho más discretos, justos y solidarios que ese despendole. Lo peor es lo que queda de la crítica, el ambiente formado y las consecuencias de ese ambiente. Será porque “cuando todos lo dicen…” ¿verdad? Será porque es más fácil destruir que construir, lo cierto es que el rechazo al latifundio llevó a desear el minifundio presente en otras latitudes, y a creerlo la solución al problema del paro agrícola. Y todo a pesar de la experiencia de la post-desamortización, tan útil como fue para concentrar la propiedad y su problema añadido: el abandono de tierras cultivables. Esa es la clave, no menos clave por su coincidencia con la propiedad.


El reparto de tierras se encuentra dos obstáculos: la comercialización, y la reversión de la propiedad, más fácil ésta en función de la dificultad para vender y la escasa o nula rentabilidad de la parcela recibida por cada agricultor. En resumen: el reparto de tierras no es solución, sino problema añadido al campo. Lo podría paliar la formación de cooperativas productivas, nuevo riesgo en tanto ante todo prima la necesidad de ganarse un jornal. Medios habría de aplicar salidas, la cuestión es dar con ellas asunto nada fácil, cuando el mayor enemigo está encima, que es el caso.


La Unión Europea tiene puestos por delante los intereses de los grandes. Los estados duros, que niegan a los demás la ayuda contra la desgracia vivida por todos, tienen excedentes lácteos, por ejemplo. Para cruzar los Pirineos precisaban disminuir la producción al sur de la cordillera. Y el entonces M.C. obligó al sacrificio de miles de reses. Otros estados fuertes, importadores de productos agrícolas para compensar la exportación de maquinaria y electrodomésticos, incumplen la PAC, con permiso de la máxima autoridad, al traer verduras de fuera e ignorar las andaluzas. Andalucía está dentro, no es preciso comprarle nada para justificar ventas. Pero no sólo eso: el cultivo de remolacha se ha perdido con el traslado de las azucareras a Egipto; ya años antes se perdió el del algodón, por el cierre de las textiles. En serio en serio: con amigos así no necesitamos enemigos.


La clave se llama Unión Europea. De nada nos sirve formar parte de un mercado de trescientos millones para tener reservado tan sólo el papel de compradores. La agricultura andaluza sólo puede ser rentable y resolver las carencias actuales de cultivo, recolección y venta; sólo puede crear riqueza y empleo si se le permite ser competitiva. Y para serlo necesita varias reformas: la principal dejar de ser considerada el enemigo a batir por las autoridades comunitarias, quienes, en estas condiciones, están siendo nada comunitarias. La solución al campo andaluz pasa por su tecnificación, la transformación de sistemas y productos, igualdad de trato en la comercialización y preferencia sobre productos de terceros países, como dice la PAC, tanto al producto verde como el envasado. Todo sin boicot, sin discriminación de ningún tipo. 

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