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Jaén

Alonso de Freylas

Estamos un poco aturdidos. La situación que estamos viviendo nos ha sorprendido, nos ha sacado de nuestras habituales rutinas y nos está obligando...

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  • Obra de Alonso de Freylas -

Estamos un poco aturdidos. La situación que estamos viviendo nos ha sorprendido, nos ha sacado de nuestras habituales rutinas y nos está obligando a seguir pautas a las que nos cuesta acostumbrarnos y que apenas si se someten a algo más que al ritmo que marca la comida, el descanso o las respuestas a los correos, WhatsApp, la cita de las ocho de la tarde… Tal vez quienes realicen su trabajo desde casa, o tengan que atender a los niños, no lo vivan de esta manera, pero sospecho que también se sentirán extraños.

Apenas hace más de un mes, el coronavirus nos sonaba todavía a algo distante. Vivíamos sin preocuparnos del confinamiento de más de 40 millones de personas en la provincia de Hubei en China; con curiosidad observábamos como construían hospitales en poco más de una semana, y recibíamos la noticia con una actitud bobalicona que fijaba más la atención en la rapidez de la construcción que el motivo que la provocaba. No aplicábamos con cautela nada de lo que sabemos sobre los efectos de la globalización, como si la globalización solo afectara a la economía. China está en nuestras antípodas, en un lugar muy lejano…

Cuando el virus invadió el Norte de Italia nos asombraban las imágenes de las calles desérticas de Milán, pero eran imágenes de una situación que aún la sentíamos alejada, sin tomar consciencia de una realidad apremiante, ni poner los medios necesarios ante aquel nuevo aviso. Además, la actitud que veíamos en nuestros gobernantes no daba motivos para intranquilizarnos. Todo estaba bajo control nos podía parecer. El caso es que hoy reproducimos las imágenes de Milán o Wuhan: calles desiertas y sorprendente celeridad para habilitar, en un tiempo récord, un espacio hospitalario de miles de camas. Y desgraciadamente reproducimos las cifras de afectados e incluso superamos las de fallecidos. Nadie esperaba esto, ni quienes carecíamos de suficiente información, ni quienes sí disponían de ella.

No hemos sabido aprender en cabeza ajena, y también nos falla la memoria colectiva, esa que los pueblos cultos suelen acariciar porque saben que en ella radica su identidad y su carga de futuro. Estos días he vuelto a repasar mis notas sobre el médico giennense Alonso de Freylas (c. 1551-1622) y me he identificado, en parte, con la situación de Jaén aquel marzo de 1602 cuando se destapó la peste en esta ciudad. Con su tratado sobre el Conocimiento, curación y preservación de la peste… (Jaén 1606) se inauguró el historial impresor en la capital. Junto a ese tratado, calificado por algunos como uno de los de mayor mérito escritos en su tiempo, publicó también otro más breve en donde exponía, avisado por la terrible experiencia, medidas higiénicas de carácter profiláctico y preventivo basadas en la higiene personal y en la pública. Hoy repaso la edición que hice en su momento no con el interés de la filóloga, sino con la sensibilidad de quien comparte temores, inseguridades, vulnerabilidad, y me identifico con los habitantes de esta misma ciudad en 1602. El doctor Freylas se afanaba, insistía en el confinamiento en los domicilios, en el aislamiento de los apestados. No era partidario de trasladarlos al hospital, o a los espacios habilitados como hospitales, porque sabía por experiencia que esa medida causaba el efecto contrario, los apestados ocultaban su situación para evitar su hacinamiento en espacios hospitalarios que bien podemos imaginar, y preferían morir en su entorno doméstico. Afortunadamente nuestra situación es otra, disponemos de más medios e infinitamente mejores. No obstante, estos días al escuchar los informativos me he acordado de la situación descrita por el Dr. Freylas. Se nos daba la noticia de la fuga de algunos infectados de los hospitales; entre ellos, un anciano se había escapado del hospital para ir a morir a su propia cama. Me desgarró el suceso y me trajo al presente la ciudad de Jaén en la primavera de 1602. Ya no me es posible leer los tratados de Freylas con un mero interés filológico, ahora lo hago con el corazón encogido.

Deberíamos mirar de nuevo a China con un sentido más crítico y esperanzador. China nos antecede en la evolución de la plaga, el confinamiento de su población ha dado resultados. Vuelvo otra vez al tratado de Freylas y me queda claro que la medida que está a nuestra mano, la más directa, y la más solidaria, es quedarnos en casa.

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