En la gala de hace dos años en los Oscar, cuando parecía que La, la, land iba a ser la gran triunfadora de la noche, incluso con error de por medio, el anuncio de la auténtica película ganadora -Moonlight- se convirtió en una especie de acto de justicia poética. Este sábado, en la gala de los Goya celebrada en Sevilla, ocurrió algo parecido, aunque sin error posible: después de que la película de Rodrigo Sorogoyen, El reino, se alzara con siete estatuillas y todo el mundo esperase de nuevo su nombre dentro del último sobre, surgió el de otra película imprescindible: Campeones, de Javier Fesser, que brindó a su plantel protagonista una alegría tan descomunal como la que todos ellos buscan a lo largo de su divertida y emotiva película.
Algún día habría que detenerse con detalle en la filmografía de Javier Fesser, un tipo capaz de pasar de una película tan singular e inclasificable como El milagro de P. Tinto a un drama tan abrumadoramente desgarrador como Camino, y de enfrentarse con extraordinario acierto en dos ocasiones, y desde perspectivas diferentes, al universo de Ibáñez con sus sendas adaptaciones de Mortadelo y Filemón. Campeones no les va a la zaga. Después de cientos de campañas y apoyo público en favor de la inclusión social de personas con discapacidad intelectual, a Fesser le ha bastado con una película para llegar hasta donde nadie lo había hecho dentro de ese compromiso social y reivindicar el que se hable de sus protagonistas como personas con "capacidades especiales". No sólo eso, sino que lo ha logrado a través del humor, con una comedia en la que todo parece extraordinariamente natural y veraz, y en la que terminamos riéndonos de nosotros mismos. Fesser no es perfecto, admitámoslo. Su extraordinaria Camino se veía lastrada por su empeño final de distinguir entre buenos y malos, y Campeones incurre en concesiones argumentales poco consistentes -la pretendida búsqueda de un niño por parte de la pareja protagonista-, pero su trayectoria hasta ahora es envidiable y su compromiso con las historias que cuenta revelan una curtida formación cinematográfica a la que se une su sobrada valentía.
Gerardo Herrero, productor de El reino, confesaba hace unos días que esperaba un buen resultado en la ceremonia, sobre todo porque ayudaría a que la película tuviera una segunda oportunidad en taquilla. Puede que las siete estatuillas alcanzadas, entre ellas las de mejor director, mejor actor y mejor guión original, le sirvan de apoyo para lograrlo. Quien no lo necesitaba era Campeones, que se ha convertido en una de las películas más taquilleras del año pasado, con más de 20 millones de euros de recaudación; y aún así, nadie le negará su merecido premio, así como el de actor revelación para Jesús Vidal, cuyo discurso de agradecimiento se convirtió en uno de los hitos de la gala y pasará ya a la historia como uno de los momentos más emotivos de los premios de la Academia.
Antes, Rodrigo Sorogoyen se había alzado con el premio a mejor director, y Antonio de la Torre con el de mejor actor, ambos por El reino, mientras que el premio a la mejor actriz fue para Susi Sánchez por La enfermedad del domingo. El reino se alzó también con los Goya a mejor montaje, sonido, actor de reparto (Luis Zahera), banda sonora y guion original; mientras que en el podio hay que reseñar asimismo los tres Goya para La sombra de la ley, a mejor fotografía, dirección artística y vestuario. Curiosamente, las tres películas denotan tres sensibilidades cada vez más acusadas dentro del nuevo cine español, tres apuestas por la calidad, pero que siguen careciendo de la conexión necesaria con el gran público, a tenor del resultado en taquilla y de su distribución en salas.
El reino, por ejemplo, entra en la categoría de películas necesarias, como lo fue hace un par de años B.; cintas dispuestas a desentrañar nuestra realidad contemporánea, a zarandearnos desde la pantalla, y a hacerlo con una puesta en escena heredera del thriller norteamericano. La sombra de la ley es, posiblemente, una de las películas más espectaculares y arriesgadas del último año, por su presupuesto y por los códigos del género que aborda. De hecho, los galardones recibidos reconocen la labor realizada para conseguirlo, y aún así tampoco se encuentra entre lo más visto de este año pasado -apenas 250.000 espectadores y 1,5 millones de recaudación-. Con el galardón a Susi Sánchez por su excepcional interpretación en La enfermedad del domingo, ocurrió algo similar a lo acontecido en 2017, cuando la ganadora fue Natalie Poza, por otra película de una enorme crudeza, No sé decir adiós. El premio, en este sentido, no es solo para ella, sino también para creadores como Ramón Salazar, dispuestos a arriesgar y a contribuir a la diferenciación de ese cine español que goza de más prestigio en el exterior que en nuestras salas, dentro de lo que no deja de ser asimismo una contradicción y que mantiene abiertas las incógnitas de siempre: ¿desprecia el público español al cine español? o ¿acaso el cine español no sabe hacer películas que gusten al público español? Hacerlas, las sabe hacer, y ahí está Campeones, pero parece evidente que sigue produciéndose un desfase entre lo que se produce y lo que el público reclama o debería estar dispuesto a apoyar con su asistencia a las salas.
Deberían hacerlo, por ejemplo, con otra película espléndida, casi de obligada visión: Carmen y Lola. Para ella fueron dos de los galardones más aplaudidos de la gala: para Carolina Yuste, mejor actriz de reparto, y para su directora, Arantxa Echevarría, por la mejor dirección novel. Y ovación también para Eva Llorach, mejor actriz revelación por su papel en Quién te cantará, y cuyo discurso sirvió asimismo para poner de manifiesto el reducido número de mujeres nominadas en la gala con respecto al número de hombres, y el sacrificio constante que actrices como ella han tenido que hacer durante años hasta encontrar una oportunidad.
Entre los premios entregados durante la noche, mención especial a las dos películas no españolas premiadas en la ceremonia, ambas en blanco y negro y ambas en pugna asimismo por el Oscar: Cold War y Roma. Y, por supuesto, el premio al mejor documental, El silencio de otros, otro ejemplo de cine necesario en una modalidad que contaba asimismo entre las nominadas una propuesta tan sugerente como Apuntes para hacer una película de atracos.
La ceremonia, presentada por Andreu Buenfuente y Silvia Abril -tal vez se esperaba algo más de ellos, aunque tampoco desentonaron y construyeron algún que otro buen gag, como el de la entrega del premio al mejor vestuario-, deparó asimismo algunos momentos brillantes, como la actuación de Rosalía, que interpretó a capella el tema de Los Chunguitos Me quedo contigo; el homenaje a los nuevos creadores del cine fantástico español, como paso previo a la reivindicación de la figura de Narciso Ibáñez Serrador, Goya de Honor; y la presencia de James Rhodes para poner música a las imágenes de las personas del mundo del cine fallecidas en 2018.
También hubo anécdotas, como la accidentada entrega del premio a los efectos especiales, con David Broncano y Berto Romero colgados del techo; la petición de Amaia a la dirección de escena para que su actuación comenzara de nuevo porque tenía problemas en su auricular; o lo bien pegados que estaban los sobres con las tarjetas de los ganadores, hasta el punto de que Javier Fesser agradeció a Superglue 3 que hubiese patrocinado la entrega de premios.
En cualquier caso, el cine español necesita más alegrías que las del chare de la emisión de los Goya, necesitan que vayamos a las salas a ver sus películas; ésa sería la mejor alegría para un sector que tiene vida más allá de películas tan divertidas y especiales como Campeones.