Enrique Roldán, un vecino de Jerez de 66 años, no recuerda haber sufrido unos dolores “tan terribles” en su estómago como los que tuvo hace diez días, cuando fue operado de “urgencia” en el Hospital de Jerez por una peritonitis. “Era insoportable, como si me metieran fuego en el estómago”, relata a Viva Jerez desde su casa tras haber recibido el alta médica después de una semana ingresado recuperándose de esta grave dolencia. Agradecido a los dos cirujanos que le intervinieron a las dos de la mañana y aliviado porque puede contarlo, lo que no entra ni en su cabeza ni en la de su esposa y su hija es la agonía que tuvo que sufrir para que los médicos le atendieran, le hicieran primero la radiografía y luego el tac y finalmente lo intervinieran de madrugada ante la “pelotera” que montaron los suyos preocupados por el estado de salud de Enrique, al que después de 24 horas “malísimo” cada vez veían peor. Según narra a este periódico, todo comenzó el sábado 27 de octubre, cuando empezó a sentir molestias en el estómago que iban a más y fue a las urgencias del centro de salud de La Milagrosa. “Allí me dijeron que había un virus. Me mandaron suero y me pusieron una inyección para calmar el dolor”.
No fue suficiente, cuando iba en el coche con su esposa para comprar los medicamentos que le habían recetado, comenzó a vomitar. Ya en casa, intentó aguantar y se alivió un poco, pero apenas pudo pegar ojo. Por la mañana estaba peor que nunca y fue entonces cuando su hermana y su cuñado lo llevaron al Hospital de Jerez, alertados por el aspecto que presentaba. “Aquello, (por las urgencias) estaba abarrotado, la seguridad social se nos ha quedado un poco obsoleta, pero habían pasado dos horas y como yo no gritaba a mí no me atendía nadie, pero cada vez era peor”.
Tras pasar allí toda la mañana, a la una de la tarde su esposa se plantó, cogió la silla de ruedas en la que estaba su marido encogido por las punzadas y se enfrentó a tres vigilantes de seguridad, tras advertir que no se iba a ir de la puerta de la consulta del médico hasta que no vieran a su marido. “Yo no podía más y sabía que era la apéndice y prácticamente mi mujer me metió a la fuerza en la consulta, pero si no llega a hacerlo ahora igual no os lo podría contar”. Tras examinarlo, la doctora le dijo que seguramente tendrían que operar, y lo mandó a una sala para someterse a una radiografía. “Dos horas estuve esperando para que me la hicieran, mientras cada vez estaba peor”, señala. Lo peor, es que la radiografía no salió muy clara y decidieron pasarlo a planta a la espera de un tac.
Tenía la apéndice perforada
“Mi hija que es patóloga y trabaja en un hospital de Mallorca enfureció y empezó a hacer gestiones para operarme en otro hospital”. Fue esta “insistencia” la que hizo que le hicieran el tac de Urgencias y comprobaran que tenía perforada la apéndice. Rápidamente, diez minutos después de salir de otra operación, los cirujanos lo intervenían de urgencia. Todo ha salido bien, pero Enrique no las tenía todas consigo. “No se puede tener a una persona así, ni puede haber tan poco personal. Cuando estos días han llegado los informes, los propios médicos nos han dicho que menos mal que nos pusimos pesados porque no sabrían lo que hubiera pasado”.